Desde 2016 ya nos es habitual escuchar conceptos como los de “polarización” y “populismo”, así como otros relacionados: “posverdad” y “noticias falsas” a la cabeza. Los que dan título a esta columna están estrechamente vinculados: refieren a estrategias para que ciertos grupos políticos obtengan el poder. En eso quiero ahondar ahora y proponer al final un experimento mental.
En sociedades muy desiguales el populismo es una estrategia electoral muy redituable. Por un lado, esas desigualdades afectan a la mayoría de la población, mientras que una minoría insignificante captura más de la mitad de la riqueza que se genera en el lugar (estas alegres cifras sólo atienden a los casos más comunes). No hay que ser especialmente brillante para aprovechar esta configuración social: tu discurso debe ir enfocado en las mayorías oprimidas, así como tus promesas de campaña. Al final, si todo sale bien, en una democracia todos los votos valen por igual. Pero eso no basta: hace falta el combustible emocional. Hace falta atizar el resentimiento justificado que esas mayorías tienen en contra del arreglo social que las oprime y del grupo que ha sido privilegiado por dicho arreglo.
La polarización es un fenómeno complejo que se mide a partir de diversas variables. Como tal, es una situación epistémica y axiológica. Se trata de un desacuerdo no entre individuos, sino entre grupos: un desacuerdo sobre ciertas creencias fundamentales para la vida social y los valores de trasfondo que las sostienen. En una situación donde las desigualdades no son tan agudas e imperantes, estos desacuerdos pueden enfrentarse deliberando, pues todavía existe un terreno común al que los grupos pueden acudir para dirimir sus desavenencias. Cuando los desacuerdos se vuelven persistentes y profundos ya no hay terreno común y los polos se alejan de manera dramática a los extremos. Esto puede estar motivado por diversas fracturas sociales o puede ser promovido por algún o algunos grupos políticos a los que les puede otorgar victorias electorales.
La polarización se mide por la homogeneidad de las creencias y valores de los grupos en cuestión, por el distanciamiento que hay entre los grupos polarizados, así como por el grado de antagonismo e incivilidad que manifiestan entre ellos. En su peor versión, la polarización lleva al estancamiento en la discusión pública que resulta necesaria para hacer frente a los problemas públicos. Cuando la polarización muestra su cara más robusta e intransigente el populismo electorero es la forma de conseguir de manera más sencilla una victoria en las urnas. Los gobiernos populistas y polarizantes dañan el tan mentado tejido social, el cual es cuando menos arduo y prolongado reconstruir.
Ahora el experimento mental. Supongan que un gobierno decide cancelar una obra pública transexenal y costosa bajo el argumento de que es “faraónica” (la retórica no es baladí) y de utilidad sólo para una minoría social privilegiada. Sin atender a la evidencia técnica, ambiental, económica o social, en su lugar la suplanta con una obra pública menor que no atiende a la razón inicial a partir de la cual se diseñó la obra original. La obra se inaugura inconclusa unas semanas antes de un ejercicio democrático que debió ser impulsado por la ciudadanía, pero que fue impulsado por el grupo en el poder. En dicha inauguración, a sabiendas, se impulsa y romantiza el comercio informal, teniendo en cuenta que la clase privilegiada se mofará de ello. El grupo en el poder decide enfatizar los aspectos de la obra pública que generarán mayor polarización, y por tanto antagonismo e incivilidad entre los grupos. El grupo en el poder, populista por estrategia y no por sensibilidad social, llama a su opuesto “clasista” y “racista”. El otro grupo, en su cara más extrema, le pone motes a la obra en cuestión que refieren a obras mucho más modestas y populares. La polarización llega a un extremo cultural, gastronómico y de preferencias de gusto. El objetivo se ha conseguido, al parecer: se ha atizado la polarización y el grupo en el poder ha dotado de combustible emocional a sus simpatizantes para que salgan a ejercer su voz en un ejercicio democrático según sus intereses. Fin del experimento.
Ahora la pregunta: ¿acaso no todo se trató en un inicio de buscar el poder a costa de nuestra fractura social? En este experimento, claramente imaginario y nada cercano a la realidad, sabemos quién movió los hilos para que la ciudadanía se antagonice y se muestre incivilizada. Populismo y polarización: estrategias muy cuestionables (desde un ámbito moral y político) para buscar victorias electorales: nada más, y nada menos.
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