Cada mañana te despierta la sensación de que hay alguien gritando a tu lado,
pero estás solo en la habitación. Desayunas leyendo la prensa,
para saber lo que hay que pensar. Lees tu horóscopo, eres Capricornio,
te entra el pánico y bajas al bar…
Cómo hacer crac – Nacho Vegas
En este tiempo de hostilidades bélicas entre países, de polarización ideológica en la política mexicana, después de haber pasado por dos años de pandemia, hemos visto un fenómeno recurrente: la aparición y propagación de noticias falsas.
El auge de los medios digitales ha propiciado que las personas tengamos al alcance cada vez más información, cada vez más rápido. Pero no toda esta información ha probado ser verídica, y muchas veces las audiencias colaboramos a su viralización.
Cuando viralizamos este tipo de noticias, suele ser por una de dos razones: o ignoramos que es información no apegada a la realidad; o sí lo sabemos, pero igual la propagamos porque coincide o fortalece el discurso que hemos sostenido.
Si comentemos el error de compartir bulos, pero después nos damos cuenta, lo menos que debemos hacer es corregir, aclarar, desmentir, y eliminar dicho bulo, haciendo énfasis en el error cometido. Esto pasa más veces de las que quisiéramos admitir.
Si, por otro lado, compartimos información que sabemos falaz, sólo porque fortalece nuestros prejuicios; amerita hacer un examen ético sobre los valores que sostenemos a cerca de la verdad y la justicia. También sucede más veces de las que admitiríamos.
Los dos párrafos anteriores obedecen estrictamente al ámbito personal. Sin embargo, las conductas individuales tienen un impacto colectivo cuando se propagan en masa; y la existencia de las noticias falsas no es la excepción. Este fenómeno tiene una finalidad clara.
Las noticias falsas pululan para orientar a la opinión pública, para que sectores de la población legitimen o deslegitimen un hecho. Este fenómeno obedece a las dinámicas del poder en las que las audiencias somos un capital político en pugna.
Si las noticias falsas se han demostrado como una herramienta utilitaria para el desbalance de las dinámicas de poder en las democracias, el Estado republicano, democrático y civil, habría de regular su generación y distribución para prevenir la manipulación social.
El tema no es menor, porque impacta en la libertad de expresión y en la libre expresión de las ideas; por lo cual, una regulación en este sentido transitaría por pendientes resbaladizas. Además, el tema impacta también en la economía.
No podemos ignorar que, en el mercado informativo, muchos medios lucran y capitalizan económicamente el fenómeno de las notas falsas, de los encabezados amarillistas, de los sesgos editoriales que pasan por información veraz. Empresas poderosas se sostienen por este mercado.
Así entonces, mientras no existan regulaciones específicas que penalicen a los medios cuyo lucro se basa en el sesgo, el amarillismo, y la falacia; el esfuerzo tendrá que venir de nuestra propia colectividad, en la suma de los esfuerzos individuales.
¿Cómo evitar la propagación de las noticias falsas? Verificando fuentes, siendo minuciosos en la lectura de la información, apelando a la razón y no a la emoción, cotejando la misma nota en distintos medios; es decir, mediante el pensamiento crítico.
Si nos enfrentamos usando el pensamiento crítico ante el fenómeno de las noticias falsas, no sólo depuraremos los datos que se basan en hechos de aquellos que no; también mejoraremos la manera en la que creamos y comunicamos nuestra opinión.
Combatir las noticias falsas y mejorar la manera en la que formamos la opinión pública, redundará no sólo en estar más y mejor informados; además, será benéfico para la construcción de una ciudadanía crítica, y saludable para nuestros procesos democráticos.
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