No es grato atestiguar la decrepitud de nadie, el espectáculo de la enfermedad es doloroso, por la empatía que todo ser humano merece y por la amenaza de un daño a terceros que producen algunos trastornos, la ruptura con la realidad que el presidente escenifica en las mañaneras es doloroso, ya ni siquiera lo justifica el instinto de bestia herida con que defiende a sus familiares, Andrés Manuel López Obrador ha llevado su tendencia a la exageración a niveles enfermizos.
Delirio es el diagnóstico del trastorno que sufre el presidente, su intención de transformar México, más allá de las diferencias ideológicas, de poder estar de acuerdo o no con las formas, hasta hace poco era lógica y coherente, de un tiempo a esta parte, López Obrador ha perdido la capacidad autocrítica en detrimento de su función como presidente.
López Obrador sufre delirio de persecución, cumple con los síntomas de este trastorno incluido cualquier obra de referencia médica: “Los pacientes con delirio presentan alteraciones del contenido del pensamiento debido a interpretaciones falsas o distorsionadas de situaciones externas que han ocurrido en la realidad. En la esquizofrenia la interpretación de realidades externas es más inconexa y abigarrada”.
Señalar lo anterior no es un insulto, es un intento de explicación a las razones por las que el presidente lleva demasiado tiempo hablando de algo que no debería tener importancia en el ejercicio del poder y la administración pública. Ayer, por enésima ocasión, se dedicó a denostar a los periodistas que considera sus adversarios.
El presidente elevó la investigación sobre la casa que rentó su hijo en Houston a una campaña mediática, cuando es él quien no ha soltado el tema y todos los días insiste en declarar algo, sin importar si es una mentira o exageración, sólo se hunde más, y se justifica señalando que es una campaña en su contra porque tiene “una postura política y estamos enfrentando a un bloque conservador, yo agregaría corrupto; a una mafia del poder que dominó el país durante 36 años. Entonces, ni siquiera es un asunto personal o periodístico, es una disputa por la nación. A veces se gana el gobierno, pero no el poder, y aquí sí es una lucha de poder con dos concepciones distintas”.
Disputa por la nación, así lo dijo, si eso no cuadra con el trastorno en que el enfermo cree que todos lo persiguen, ¿qué puede ser?
El trastorno del presidente tiene otra característica, creer que todos le quieren hacer daño, en su conferencia matutina López Obrador se encargó de repasar el nombre de sus adversarios habituales, incluso se permitió corregirle la plana a Carmen Aristegui indicándole cuál es la naturaleza real de la postura de la periodista: “Y también decirle a Carmen Aristegui que no es cierto de que ella no está ni a favor ni en contra mía, no es cierto. Está en contra mía, para hablar claro”. Ya Aristegui se encargó de responder al presidente, asunto saldado, cada quien puede creer lo que quiera, lo que nos lleva al problema real del trastorno presidencial, ¿cómo cuidar que no se afecte más y que no dañe a otros?
Ante el trastorno del presidente urgen propuestas para sanar la conversación pública, López Obrador ya rompió con la realidad, es difícil ayudarlo; se corre el riesgo de que genere un daño mayor a los otros, cuidarnos requiere respuestas creativas, la violencia, incluso la verbal, no es la salida, urge abrir otros senderos para el entendimiento, por el bien de todos.
Coda. La vejez es la peor de todas las corrupciones, escribió Thomas Mann, con el delirio senil de López Obrador se corre el riesgo de que lo contamine todo.
@aldan