Apenas se ve a lo lejos el fin de enero y ya todo el panorama luce afiches de corazones rojos, por supuesto febrero deja sentir su furia y todo lo que se respira es el amor, pero ¿qué es amor, o a cuál tipo de amor se refiere toda esa campaña publicitaria?
Dice la sabiduría popular que San Valentín fue un mártir cristiano que padeció a manos del imperio romano, por haber desobedecido la prohibición de celebrar uniones matrimoniales bajo el rito cristiano, lo que él realizó en múltiples ocasiones, de contrabando, anteponiendo el amor de los cónyuges y por supuesto el amor que él mismo le profesaba a su Dios y sus creencias, que sin duda tuvo que ser enorme como para realizar los casamientos aun en contra de la proscripción y los temores de castigo que eran evidentes. Al final, su martirio ocurrió un 14 de febrero, por lo que, desde entonces, le han sido encomendados todos los asuntos relacionados con los enamorados.
Somos seres de costumbres que, fieles a nuestra naturaleza, vamos generando ideas de lo que es y lo que debe ser el mundo; aunque nacemos solos y completos, la tradición nos ha vendido la idea de que algo, o mejor dicho alguien, nos falta para llenar los vacíos existenciales que van dejando, de a poquito, un poco más vana el alma, con los avatares del destino. El tema es que, de cualquier forma, no hay que perder la esperanza porque en algún punto del orbe debe andar ese individuo que también está incompleto y que, como si se tratara de un juego de memoria, esa otra carta también nos está buscando desesperadamente para completarse y formar la pareja que no se podría hacer con ninguna otra de las fichas del juego.
Una leyenda japonesa habla de un hilo rojo que desde el nacimiento une a esas dos personas; independientemente de las vueltas que pueda dar la vida o el tiempo que tarden en encontrarse, el hilo siempre las unirá y, perentoriamente, las encontrará cara a cara.
Como se aprecia, en ambos casos suponemos una predestinación ineluctable, el estar en pareja y el que la pareja deba ser esa que el Olimpo eligió para nosotros, pensando además que esa predestinación tiene una suerte de objetivo superior, con base en la compatibilidad de los caracteres. Desafortunadamente, cuando confiamos ciegamente en San Valentín muchas cosas pueden salir mal (no hay que olvidar que aunque fuera bien intencionado, actuó vulnerando el orden temporal) aquí un pequeño análisis jurídico de esos actos que ocurren en nombre de San Valentín.
- Los riesgos del enamoramiento pasional exponen a los sujetos a una serie de taras, por las cuales la víctima no tiene la posibilidad de manifestar un consentimiento pleno, racional, informado; desde la teoría de las obligaciones, son conocidos como vicios del consentimiento y consisten en el error, dolo, la violencia y la mala fe, todos los cuales engrosan el arsenal con que suele jugar San Valentín. En este caso, el error consiste en pensar que la persona es lo que en realidad no es; esta confusión no es causada por el otro sino por uno mismo y las expectativas que se ha generado de su pareja ideal, por supuesto, influidas en las historias edulcoradas del cine hollywoodense y de Disney.
Por lo que hace a la mala fe, se trata de la búsqueda de provecho de una situación determinada sin el afán de causar daño a otra persona, solo persigue sacar ventaja o provecho para sí mismo, como en el caso de aquellos narcisistas que no buscan la felicidad del otro sino solo la de sí mismos a través de lo que el otro les da con su compañía, lo que al final del día termina dañando, aun sin querer, a la pareja por el egoísmo con que opera la relación. En cambio, el dolo es una actuación que causará un daño a otra persona y se realiza queriendo realizar este daño: las clásicas relaciones tóxicas en que uno o ambos están perpetuamente buscando lastimar al otro, a veces por sadomasoquismo, a veces simplemente porque sí.
Finalmente, la violencia se refiere al uso de la fuerza o la amenaza para obligar a alguien a hacer algo que no desea, como entrar a una relación o no dejarla por lo que puedan hacer en su perjuicio o incluso contra sí mismos.
- Los sujetos suelen estar privados también de su capacidad; y es que al estar la persona obnubilada por el amor, deja pasar cosas que para los demás serían evidentes, pero no para ella, por la incapacidad en que el amor deja a sus víctimas, a merced de actos que en su sano juicio no permitirían; este es quizá el germen de muchas relaciones violentas y también el principal obstáculo para salir de ellas: la imposibilidad para percibirse a sí mismas como víctimas.
- Y luego viene también el problema en el contenido del objeto, el que igualmente puede percibirse con error porque, por supuesto, a todos nos vendió la cultura pop, la idea de que para que el amor se sintiera, “para que amarrara”, debía tener una parte de tragedia, la que sería momentánea, para luego prometernos un happy ending. Y así, muchos se quedan a la espera, por décadas completas o toda la vida, esperando que el bache o la violencia terminen para seguir con la parte feliz de la historia.
Estos vicios y muchos otros que quedaron fuera guardan una estrecha relación con esa idealización del amor romántico-trágico que hemos venerado en nuestras sociedades y que incide fuertemente en las altas tasas de depresión, todos los febreros, pero más aún, son también los causantes de relaciones desiguales, catastróficas y violentas, que aunque ciertamente se parecen mucho a las que vivieron Romeo y Julieta o Juana la Loca y Felipe el Hermoso, ya es momento de desvelar los mitos que impiden lograr que el amor se materialice en su esencia, amándonos primero a nosotros mismos.