Todo está dicho, dice el viejo refrán que no hay nada nuevo bajo el sol. Una forma de sintetizarlo es justo así: todo está en Netflix, Twitter y las demás redes sociales ¿Para qué más escribir? Si el debate nacional puebla los 280 caracteres, si las historias hoy se crean y cuentan en las series; si las pelis son microhistorias donde los actores somos todos y se cuentan en Tic-toc. Las redes sociales tan recurridas por lo efímero, lo sencillo, es más fácil deambular en ellas sin sentido, que ejercer el acto de lectura. Y es que para leer tenemos que escoger; por el contrario, los algoritmos nos dicen qué nos gusta. Y no me quejo, la verdad que sí es padre que Tic-toc prediga que me encanta brincosdieras; puedo pasar horas viendo cómo este payaso sinvergüenza trollea gente que paga para que la trollen.
¿Quién se detiene a leer cinco minutos ya no de un columnista de renombre sino de uno desconocido? ¿Quién pierde tiempo leyendo una opinión local cuando puede dar likes, me encorazona, me enoja o me entristece a toda la comunidad hidrocálida? Subo mis columnas a las redes, y recibe algunos likes, algunos retweet, y me quedo con la extraña sensación de que lo importante es el título, en eso se basarán las reacciones, aunque muchos no lean.
Viene a mí, una reflexión similar cuando llegó a la Feria Internacional del Libro y veo una increíble cantidad de libros reunidos, que ni siquiera con dos o tres vidas podría leer; cuando sigo acumulando libros que compro y que permanecen cerrados, impolutos, violados en lo más sagrado: no destinarse a su fin, estar inútiles en un librero. Cada que compro un libro, doy un like a la editorial o al autor, sin entrar a leer. Tal vez por eso me resisto a pasar de la lectura convencional al Kindle.
Ni mi esposa me lee. Sí me da like, me comparte en forma compulsiva y generosa (lo que agradezco sin lugar a dudas) pero he descubierto que a veces me comparte así, de forma sistemática, sin entrar siquiera a la introducción. Y no reniego de ello, lo agradezco enamorado de esa increíble mujer; y he de confesar que yo tampoco la leo, no lo hago por una venganza, simplemente así sucede, a veces dan ganas, a veces no.
¿Para qué escribir una columna si existe el WhatsApp? Debo confesar que antes me causaba problema esta adicción a los teléfonos que experimenta el mundo: en cualquier lugar, cualquier reunión, la gente está concentrada en sus teléfonos. Ahora comprendo que la realidad es que hoy en día estamos más comunicados que nunca, puedo dialogar con quien quiera, a la hora que quiera, entonces ¿para qué escribir si es más fácil entrar al debate de los grupos que pululan sin mayores restricciones que el tiempo que uno desee darles?
Recientemente, después de meses de no escribir, un alumno muy querido discutía conmigo sobre el pleitazo del bar el Remolino (somos asiduos asistentes a este bar) y me decía: debería de escribir el lunes sobre eso. El tema de debate en Aguascalientes fue cómo dos mujeres se peleaban mientras los asistentes, mayoritariamente las grababan: la Civilización del Espectáculo, Mario Vargas dixit.
En fin, hace unas semanas, justo mi amigo de Alchileaguascalientes, Gilberto Sánchez me dijo que seguramente sí había lectores y que así fuera uno o dos, por respeto a ellos tendría que seguir escribiendo. Así que, aquí está Así es esto, espero que, efectivamente, parafraseando en la Biblia pueda yo decir: por amor a los diez lectores, no destruiré esta columna.