“El peor pecado para con nuestros semejantes
no es el odiarlos, sino ser indiferentes con ellos,
ésa es la esencia de la inhumanidad”
George Bernard Shaw
El pasado 19 de enero encontraron muerto por congelamiento a René Robert de 85 años, conocido por ser el fotógrafo de figuras famosas del flamenco y quien, como todas las noches, salía a pasear después de cenar. En esa ocasión parece ser que perdió el conocimiento y cayó al suelo y ahí permaneció durante nueve horas hasta que murió por hipotermia. Su barrio era muy concurrido, así que mucha gente lo habrá visto tirado en el suelo y pasó junto a él sin siquiera mirarlo. Curiosamente tuvo que ser un hombre sin hogar el que, a las seis de la mañana, llamara a una ambulancia para auxiliarlo. Lamentablemente fue demasiado tarde.
Los noticieros entrevistaron a algunos vecinos y ellos alegaban que ven gente así todos los días y les da miedo acercarse a preguntar si están bien. Nunca contestaron a la pregunta de por qué no llamaron a la policía, bomberos o Cruz Roja para socorrerlo. Los periódicos consideran que René Robert fue asesinado por la indiferencia. Terrible, pero cierto.
Este hecho tal vez ocurra con más frecuencia de la que imaginamos y hay muchas personas que quedan como un simple número en la estadística, sin que nadie indague sobre su vida o el dolor que su muerte pudo causarle a su familia y amigos. En esta ocasión se trató de una persona conocida y es entonces cuando cobra importancia y el impacto emocional es mayor, porque ya no es un número, ya tiene nombre y apellido, ya duele
Hace algunos años me pasó algo similar en la Ciudad de México. Un hombre yacía inmóvil en el suelo, nunca supe si estaba vivo o ya había fallecido, sólo sé que tuvimos que buscar un teléfono público (en aquel entonces no había celulares) y conseguir monedas en algún local cercano para llamar a la Cruz Roja. Me dijeron que tenía que haber sangre o no era cosa de ellos. Me dieron otro teléfono donde llamar que no sirvió de nada, porque tampoco quisieron responsabilizarse y me turnaron de nuevo con la Cruz Roja. Finalmente creo que los de la Cruz ámbar se hicieron cargo. Recuerdo la impotencia que sentí ante una burocracia tan indiferente y fría.
En el otro extremo de las noticias, leía el día de ayer en internet que en la puerta de un aeropuerto habían colocado canastas y cobijas para que los perritos callejeros no pasaran frío. La foto era una ternura, porque estaban los perros en hilera, muy abrigados y cuidados. Yo pensé en ese momento que los que habían hecho eso tenían que tener un gran corazón y mucha generosidad, ya que hace años los perros callejeros eran blanco de psicópatas sin escrúpulos que los maltrataban sin piedad hasta la muerte o bien eran recogidos para ser sacrificados, en cambio ahora los protegen y abrigan con cobijas.
Esos gestos con los animales evidencian, en teoría, que los seres humanos han desarrollado una mayor sensibilidad hacia el sufrimiento ajeno. No obstante, después del terrible suceso del anciano que muere de frío ante la apatía de sus congéneres, ya no estoy tan segura y tampoco quiero pensar que puedan sentir más empatía hacia los animales que hacia las personas. Mientras unos evitan que perritos callejeros mueran de frío, otros pasan indiferentes junto a un anciano tirado en el suelo muriendo de frío.
La indiferencia deshumaniza, la indiferencia mata lentamente y anula la condición humana del otro. Condena a la persona a la inexistencia. Ni siquiera me provocas odio o ira, simplemente no eres nadie para mi. Paso por encima de ti, rodeo tu cuerpo tirado en el suelo, simplemente lo esquivo sin mirarlo.
Los seres humanos no podemos caer en este sentimiento. En un mundo interconectado que piensa en cuidar el planeta, en proteger a los animales, en conquistar derechos a favor de la inclusión y la tolerancia, el hombre no puede cometer fallos tan elementales. Algo no estamos haciendo bien, algo se nos está escapando de las manos y ha provocado que perdamos el foco de lo verdaderamente importante.
René Robert murió solo, en medio de la calle, ante la indiferencia de muchos transeúntes, pero su muerte tal vez sirva para hacernos reflexionar y que nos concientice sobre la deshumanización y poca sensibilidad a la que estamos llegando.
Decía Elie Wiesel, escritor judío y sobreviviente del holocausto: “Lo contrario del amor no es el odio, es la indiferencia. Lo contrario de la belleza no es la fealdad, es la indiferencia. Lo contrario de la fe no es la herejía, es la indiferencia. Y lo contrario de la vida no es la muerte, sino la indiferencia entre la vida y la muerte”.
@PetraLlamas
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