El viernes 11 titulé mi columna de ese día como UAA: demandas estudiantiles, en la que manifesté algunas reflexiones relacionadas con la manifestación que se pretendía realizar en el campus universitario para exigir el regreso a clases presenciales.
Algunos lectores interpretaron mi artículo como una recomendación para no dar a conocer a la sociedad aguascalentense lo que sucede al interior de la UAA; esto me llevó a dedicar mi colaboración del viernes pasado a clarificar mi posición, en el sentido de que no me opongo en manera alguna a ello porque si algo se debe respetar en una Universidad es la libertad de expresión; que lo que hice fue recomendar el procedimiento para presentar primero ante el ciudadano rector, mediante los conductos establecidos para cumplir un principio de orden, las demandas de la comunidad universitaria. Para terminar de plasmar la idea necesitaba tratar otro tema, complementario, que trataré a continuación.
Se trata del cambio que se manifestó desde que se impuso el nombre de Universidad al Instituto, que se limitó a eso porque los requisitos académicos no se cumplieron; lo que sí cambió fue el gigantesco crecimiento burocrático que sustituyó a los tres funcionarios y su secretaria que atendían la rectoría, para lo cual se impusieron colegiaturas estratosféricas y cuotas para atender cualquier trámite -hasta para obtener copia de un documento cualquiera- lo que antes era totalmente gratuito; la pomposidad de toda aquella costosa y pesada administración puso distancia entre la “autoridad” del rector y la comunidad universitaria integrada por los estudiantes y los profesores, con quienes los rectores anteriores confraternizaban con la mayor sencillez todos los días.
A partir de entonces y en mi opinión personal, estudiantes y profesores consideran que la persona que alcanza el cargo de Rector adquiere una importancia tan grande que les hace sentir temor y solamente lo enfrentan en grupo y de lejos o por notas periodísticas, para hacerle saber sus inquietudes.
ENTIDAD METAFÍSICA. En síntesis, la comunidad universitaria considera al rector como si fuera el propietario de la Institución, o bien un ser tan lejano que está fuera de su alcance, de donde proviene la curiosa y por demás desafortunada costumbre de evitar mencionarlo como destinatario de sus demandas, razón por la cual colocan en su lugar a una entidad metafísica a la que llaman “Universidad”; de ello se desprende que desconocen lo que esta palabra significa a pesar de ser parte de ella; pues si no les contesta ¿a quién reclaman si esa misteriosa entidad no tiene oficina en ninguna parte?
Al final de cuentas el rector -o quien designe en su representación- tiene que hacer frente a una situación que provoca inquietud, para resolverla o diluirla. Aquí es donde se revela el meollo de la cuestión, que según parece no se define en las pláticas de inducción que se imparten a los estudiantes de nuevo ingreso.
MÁXIMA AUTORIDAD UNIVERSITARIA. La pregunta sería ¿cuál es? O bien ¿Quién o quiénes la integran?
Antes de contestar esta pregunta regresemos un poco a nuestra revisión de la historia. Dijimos que hace cerca de mil años, en plena Edad Media, la de Bolonia fue la que inició la etapa de la Universidad moderna como una creación promovida por estudiantes que unen sus recursos para contratar maestros: la llamada Universitas studiorum; dos siglos después, en la etapa escolástica de la Baja Edad Media, surge la de París como Universitas magistrorum et scholarium; en todo caso, lo que importa de momento es que si bien fueron apoyadas por los monarcas y el clero que de una u otra forma impusieron sus respectivos intereses, la organización de las universidades, hasta la fecha, pueden prescindir de todo, menos de los estudiantes y los profesores, que son su razón de ser.
AUTONOMÍA. Durante mil años, muchas contiendas tuvieron que enfrentar estudiantes y profesores para no ser engullidos por gobernantes, sacerdotes o querellas pueblerinas, hasta que apareció el concepto de autonomía en la Reforma Universitaria de la Universidad Nacional de Córdoba, Argentina, el año de 1919, donde se encontró la fórmula para garantizar, entre otras cosas, la libertad de cátedra y de investigación sin limitaciones de ninguna índole, así como el derecho de gobernarse a sí mismos demostrando así su capacidad para autoconstruirse mediante la conciencia crítica que se requiere para alcanzar la madurez intelectual, evitando a la vez intromisiones de toda índole.
Estas bases fundamentales de la nueva Universidad -entre otras- que se adoptaron de inmediato en nuestra Región Latinoamericana, constituyeron un ejemplo para el mundo.
Esperamos concluir el tema la próxima semana.
Por la unidad en la diversidad
Aguascalientes, México, América Latina