Al primate RIG.
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Para empezar, recordemos qué es una argucia.
Una argucia es una sutileza, un sofisma, un argumento falso presentado con cierta agudeza. Sutiliza, en este contexto, no se refiere a la calidad de sutil —ni delgado ni delicado o tenue; mucho menos agudo, perspicaz o ingenioso—, sino a un dicho o concepto demasiado agudo y falto de verdad, profundidad o exactitud. Y un sofisma es, ciertamente, un tipo de argucia: una razón o argumento falso con apariencia de verdadero; es decir, un timo. Finalmente, un argumento es un razonamiento para probar o demostrar una proposición, o para convencer de lo que se afirma o se niega. Así que un argumento falso disfrazado de veraz, una argucia, es a la discusión lo que una estratagema es a la guerra: una astucia, un fingimiento, un engaño. Una argucia es un ardid —artificio, medio empleado hábil y mañosamente para conseguir algo— que se hace con palabras, con números, con mensajes verbales. Todo esto no lo digo yo, lo dice el diccionario.
Ahora, para ver la palabra en acción, qué mejor que un poema de Borges. Las siguientes estrofas dan comienzo a la tunda que el argentino propinó al español Baltasar Gracián:
Laberintos, retruécanos, emblemas,
helada y laboriosa nadería,
fue para este jesuita la poesía,
reducida por él a estratagemas.
No hubo música en su alma; sólo un vano
herbario de metáforas y argucias
y la veneración de las astucias
y el desdén de lo humano y sobrehumano.
¡Ah!, y en cuanto chafa, la RAE informa su preciso significado: “de mala calidad”.
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Llevan años circulando una argucia que, ya puesta en blanco y negro, se evidencia como bastante boba:
— Ok, los gobiernos anteriores fueron malos, muy malos si usted quiere…, ¡pero el que encabeza López Obrador no es perfecto!
La argucia estriba, claro, en que la perfección es imposible de alcanzar para un ser humano o un colectivo de personas. Esta argucia tiene múltiples expresiones; por ejemplo: no han corrido a todos los malos funcionarios, no han resuelto el lío de la inseguridad al 100%, aún hay algunos policías que piden mordidas, etcétera.
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Sábado 5 de febrero, aniversario de la Constitución de 1917. En la primera plana de El Universal aparece, con todo y foto, una entrevista: “Son tres años de involución al autoritarismo del PRI. Entrevista a Jean Meyer, profesor emérito del CIDE”. En el adelanto leemos: “A punto de cumplir 80 años de edad, dice que se siente como en los finales de Díaz Ordaz o en el principio de Luis Echeverría, es decir, ‘en un momento de centralización, de un Estado que quiere controlarlo todo’”. Por supuesto, el doctor Meyer tiene todo el derecho del mundo de sentirse como pueda o quiera. Lo que resulta, me parece, cuestionable es que el académico afirme que regresamos en el tiempo porque él así lo siente. Por lo demás, su dicho es una argucia que se autodestruye al publicarse: durante los años de autoritarismo del PRI, ¿cuántas veces salió en primera plana de El Universal o de cualquier otro periódico Jaen Meyer acusando al gobierno de autoritario?
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Entre las argucias que ha esgrimido machaconamente la oposición, una de las más perniciosas tiene su expresión más concisa en los siguientes términos: “Todos los políticos son iguales”. La proposición no dice nada o miente. Una iguana, cualquiera, comparte características necesariamente con todas las demás iguanas, porque, si no, no sería una iguana. Lo mismo podemos decir de los tiranosaurios, los gastroenterólogos, los martillos y de cualquier entidad que comparta identidad con otras de su misma clase: una identidad, señala el diccionario, es el conjunto de rasgos propios de un individuo o de una colectividad que los caracterizan frente a los demás. Sin embargo, si tomamos la primera acepción de identidad, esto es, cualidad de idéntico, resulta que nada es idéntico a otra cosa más que a sí mismo. Desde esta perspectiva, ningún político es igual a otro como ninguna iguana es idéntica a otra iguana. Así que el presidente tiene razón cuando responde a este aserto con uno de la misma calaña: No somos iguales.
La argucia “todos los políticos son iguales” no pasaría de ser una bobada si no fuera porque tiene el sentido implícito de “todos los políticos son igualmente malos”. Malos o corruptos o mentirosos o ladrones…, en fin, cualquier característica negativa, y, obvio, si todos los políticos son malos, la política no podría ser buena. Este mensaje sí que es pestífero, puesto que la política es sencillamente toda actividad referida a la cosa pública. En última instancia, pues, “todos los políticos son iguales” significa todo asunto público es malo.
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Cierro con una argucia que este fin de semana agarró vuelo, todo por la opinión que el presidente emitió el viernes sobre el trabajo periodístico de Carmen Aristegui. Julio Hernández tuiteó un juicio: “Arremete de nuevo el presidente @lopezobrador contra @AristeguiOnline y se equivoca de nuevo al usar la máxima tribuna pública para criticar un ejercicio periodístico respetable, al que acusa de engañar, simular, publicar reportajes calumniosos y tener determinados opinantes”. El uso de arremeter es una argucia porque el mandatario ni “acometió con ímpetu y furia”, ni se precipitó. Por lo demás, ¿el presidente no tiene derecho a criticar el ejercicio periodístico de Aristegui? Otros, más burdos, espetaron: “¡Es antidemocrático censurar a Aristegui!”. Y esta argucia se desenmascara fácil: contestar a la prensa no es censura; disentir de una opinión publicada en la prensa tampoco; desmentir a la prensa, menos, y evidenciar la postura política de un periodista no es censurarlo.
@gcastroibarra