Amanecí triste el día de tu muerte, mi querido Pada, pero esa tarde salí con los amigos y bebí Bacardí. Había hablado contigo por la mañana y todo parecía relativamente normal, a pesar de los estragos que sufrías en la lucha contra el cáncer por las últimas quimios que te practicaron. Mientras disfrutaba con los amigos, pensé en una frase que perfectamente conocías: viva la vida, muera la muerte, este aforismo que está perenemente en mi whatsapp y que refleja el miedo tan terrible que le tengo al fin de la existencia. En una cantina, mientras brindaba, yo no sabía que, a unos kilómetros de ahí, estabas muerto, con tus apenas veintidós años de vida.
Eras el Pada, mi Padawan, mi aprendiz de Jedi; trabajamos juntos en cuestiones académicas, ya sea construyendo las aulas virtuales de mis clases, los exámenes, escribiendo o compartiendo libros. Pero también éramos amigos de neta, de esos que se cuentan todo, que hablan de las cosas básicas de la vida: amor, alcohol y plumas fuentes ¿De qué más se podría hablar? Yo más que tu Jedi, fui Kaos, kaotiko, kao, como me apodabas por el nombre de la editorial que dirijo y que fue donde publicaste tu primer libro, ese hermoso compendio de artículos donde El referéndum aparece firmado por Enrique Miramontes Cortés.
Las plumas fuentes eran nuestra pasión, gracias a ellas nos conocimos. Al final de la clase en la Universidad Cuauhtémoc, por allá de 2017-2018, te acercaste para que te mostrara mi estilográfica, me presumiste la tuya, compartimos la idea de que escribir bolígrafo era una ofensa a la humanidad y una forma vulgar de ensuciar el papel. A partir de ahí, creció la amistad que se fortaleció con música (¡cómo nos gustaba el rock!) derecho y libros.
Compramos decenas de distintas tintas, algunas veces nos las regalábamos o compartíamos unos mililitros; ¡qué deleite! el escribir algunas palabras en una hoja blanca, la caligrafía que desprenden, ese sabor a viejo, a lo básico de la escritura, usar el puño y letra para decirlo. Quisiera creer que las cartas de amor son manuscritas, pero con el WhatsApp y demás redes, desconozco si aún (y no quiero sonar cursi como Pedro Fernández) los enamorados se manden cartas de papel, con su propia letra, como escritas desde el corazón.
Viene tanto a mi mente aquel viejo poema del maese Sabines: “Yo no quiero elogiarte como acostumbran los arrepentidos,/ porque te quise a tu hora, en el lugar preciso,/ Y harto sé lo que fuiste…/ Pero me he puesto a llorar como una niña porque te moriste.” Lloré solo, sin que nadie lo supiera, en la intimidad de mi yo, que se sabía incompleto por todo lo bien que la pasaba contigo. Y no lloré más, te habías ido, te quise a tu hora, en el lugar preciso.
Esta semana, mientras tecleaba algún ensayo en mi biblioteca, vi arrumbadas un montón de plumas fuentes; no solo la Montblanc, Sheiffer o la Kaweko (¡de nuestras marcas favoritas!); había como seis transparentes muy básicas de Wish, de las cuales pedí diez para llenar con todos los tipos de tinta (te regalé una o dos); todas están secas, los tinteros yacían inertes, y caí en la cuenta de que, desde que me dejaste, habría dejado de usarlas.
He retomado una de las que más te gustaba, la 149 que compré hace unos años con un anticuario de la Línea de Fuego; quedó pendiente ir, porque querías una igual y prometimos buscarla. Lavé y limpié parsimoniosamente la punta, el tanque de tinta, la cerámica. Introduje el bello plumín y con su émbolo cargué tinta Monteverde Yosemite Green. Tracé un par de líneas. Mi pluma ya no raya como antes. Te extrañaré querido Pada.