Luciano Campos
Lady Diana llevaba una vida infeliz en lo público y en lo privado. Asfixiada por el escrutinio permanente, dentro y fuera de la Casa Real, la esposa del príncipe Carlos exhibía una conducta errática, mientras su matrimonio se desintegraba.
Con una mirada compasiva y de simpatía, el director Pablo Larraín imagina en Spencer (Spencer, 2021) lo que pudieron ser los días aciagos de un asueto navideño en la campiña, cuando ya no quedaba nada de su relación con el heredero del trono, y su distanciamiento con la Reina Isabel y la realeza.
Diana Spencer es presentada como un gran cliché, con todos los defectos que le atribuían los tabloides, con su bulimia, los episodios de desorientación emocional y una histeria galopante que la llevaba a incurrir en desfiguros delante de los demás nobles, la servidumbre y sus dos hijos. Sin embargo, lo que pudiera ser una imagen caricaturizada de la popularísima princesa, se equilibra con una gran actuación de Kristen Stewart, que sale airosa en lo que representa el más duro reto histriónico que ha enfrentado hasta ahora. Aunque luce idéntica, más que una imitación, hace una interpretación vigorosa del estado permanente de angustia en que se encontraba.
Son marcados los contrastes de su estado anímico. Afectada por la infidelidad pública de su marido, que le provocaba una profunda humillación, Lady Di encontraba refugio únicamente en sus pequeños a los que, se ve, adoraba, aunque ellos también estaban afectados por la rigidez del protocolo y los desencuentros de sus padres, que contemplaban con resignación dolorosa.
Todo el drama, ubicado a principio de los 90, transcurre en un ambiente abrumador de lujo y opulencia de la realeza, que vivía en una burbuja, rodeada de servidumbre, asistentes y demás ayudantes que se movían como sombras en las recámaras de la residencia, y en los espacios abiertos a donde acudían para cumplir, con sigilo y diligencia, cualquier exigencia de los patrones.
En ese ambiente de irrealidad, la princesa es vista en una serie de estampas que la van delineando como una mujer torturada por una familia política que la rechazaba. Más que una biografía, lo que se presenta es una serie de escenas de su vida sin rumbo. Como Larraín presenta de inicio, es ficción mezclada con realidad, la fábula de una tragedia verdadera. Diana se pierde en la carretera, Diana es obligada a vestir de etiqueta, Diana debe comer platillos que no pide, Diana debe escapar a hurtadillas, Diana debe encerrarse con sus niños para estar en paz. Todo es una sucesión de eventos que la van cercando y la empujan hacia la catarsis, con traspiés que minan su prestigio ante el marido, cuñados, suegros.
Aunque la estampa es de desamparo, Larraín trata con respeto el cadáver de la Reina de Corazones, a la que trae a la vida casi un cuarto de siglo después de su trágico deceso. A diferencia de otras figuras de la cultura pop, cuya memoria se desdibuja con los años, la imagen de Diana permanece como uno de los grandes íconos del siglo XX y representa el destino trágico que le espera a los famosos, que iluminan con sus dones al resto de los mortales.
Su magnética personalidad, dividida entre el cuento de hadas de la plebeya convertida en princesa, y el cruel escrutinio del mundo, la convierten en una figura irresistible, que amerita otro repaso a su vida siempre interesante.
Al atravesarse en un campo de tiro al blanco, con una raída chaqueta y gritando desesperada que le permitan llevarse a sus hijos, recupera algo de su dignidad perdida. El epílogo es esperanzador, aunque es inevitable contrastar su alivio pasajero con su triste final, ocasionado por la presión de los medios que alimentaban con su imagen a la siempre voraz opinión pública.
Spencer es un homenaje a Lady Diana y un intento por presentarla como una víctima de su tiempo.