“La identidad de nuestro siglo se ha fragmentado, se ha diluido, se ha vuelto la antagonía del ideal”.
Estimado lector de LJA.MX, con el gusto de saludarle como cada semana, siguiendo con la dinámica de las prospectivas, en esta ocasión mencionaremos lo que confluye en el entorno social, las distintas esferas que se construyen en el preámbulo del ser humano tienen su impacto y su generación en posturas, cada momento histórico arroja interminables posibilidades en el próximo actuar.
Vivimos en tiempos peligrosos y poco certeros, en los momentos más álgidos de las décadas pasadas, la política mundial cambió drásticamente, desde entonces, ha estado guiada por demandas de carácter identitario. Las ideas de nación, religión, raza, género, etnia, consumo y clase han sustituido a una noción más amplia e inclusiva de quiénes somos, simples personas y ciudadanos en un instante de la historia del universo. Hemos construido muros en lugar de puentes y el resultado es un creciente sentimiento antimigratorio, además de agrias discusiones sobre víctimas y victimarios aunado al retorno de políticas abiertamente supremacistas.
Los trabajadores solitarios y confundidos tienen ahora un claro sentido de dignidad, una dignidad que mancilla, la identidad desata un nacionalismo en un mundo colonizado que ha llevado a intelectuales a intentar una revolución cultural que nunca ha terminado de germinar, la identidad ha resultado ser un conflicto que se incrementa en los jóvenes, quienes son la mayor curva poblacional. El sentido de pertenencia se ha disuelto en grandes proporciones, es una paradoja existencial de nuestros tiempos.
“No vemos dos veces el mismo cerezo ni la misma luna sobre la que se recorta un pino. Todo momento es el último porque es único. Para el viajero, esa percepción se agudiza debido a la ausencia de rutinas engañosamente tranquilizadoras, propias del sedentario, que nos hacen creer que la existencia va a seguir siendo como es por algún tiempo”, Marguerite Yourcenar.
La sociedad busca, pero no encuentra esas causas que logran dar sentido a las comunidades, la constante persecución de lo material aleja a las personas de los diversos puntos de conexión, el ser humano ha construido junglas de concreto y cárceles digitales para entretener a las mentes de las realidades poco alentadoras. Hace mucho tiempo que se dejó de creer en ideas más elevadas, y esta situación impera en la categorización de la indiferencia, en el trastorno de causas falsas. En el preámbulo de la postmodernidad nos encontramos en el relativismo, en el nihilismo, todo recae en el individualismo ante las sociedades desarrolladas, es decir, en un comentario abyecto, el único mundo que importa es el personal, no importa que nos estemos comiendo y acabando a los animales, siempre y cuando nos justifiquemos con que son comida y que nos gusta el sabor de su piel. No importa que exista pobreza, siempre y cuando de manera individual se satisfaga las necesidades impuestas por el neoliberalismo.
Existe una latente descomposición en las familias, y del mismo modo en las escuelas, en tanto que lo que antes era un núcleo, ahora resulta ser un punto de quiebre, tal y como mencionaba el filósofo francés Michael Focault en su libro Vigilar y Castigar. Las instituciones y los gobiernos se han mostrado incapaces de ofrecer núcleos en donde exista la formación y el sentido ético del bien común.
Los métodos de trabajo plasman distancias considerables, los medios digitales han construido una opción deformada de la información, puesto que desvirtúan la objetividad, evidentemente no son los medios, es el uso que le da cada persona. La razón y la ciencia se alejan ante el constante estímulo que existe en el entretenimiento. Durkheim (1991) asevera que las tradiciones y las costumbres se diluyen ante el gran posicionamiento mercadológico de las distintas marcas que imperan en diversos segmentos.
La indiferencia es uno de los más grandes retos que se presentan, puesto que, si existe un grupo de personas mal informadas y mecanizadas en la persecución material, entonces esta situación limita y desvirtúa el tener una concepción sensible de los problemas que tenemos, el tiempo demanda inmediatez, todo urge, la consideración de lo inmediato es la presa de todos los días, en muy poco tiempo hemos pasado de una civilización del deber a una cultura de la felicidad subjetiva.
Estimado lector, seguramente usted logra apreciar que todo lo que menciono ya sucede, el punto es que considero que esta es la antesala de lo que seguirá siendo. La migración, la individualidad de las personas, la pretensión económica, el abuso a la naturaleza y los seres vivos que nos rodean, la felicidad sometida al prejuicio de una red social.
“Toleramos crueldades con miembros de otras especies que nos enfurecerían si se hicieran con miembros de la nuestra. El especismo hace que los investigadores consideren a los animales con los que experimentan como una parte más del instrumental, útiles de laboratorio y no criaturas vivas que sufren”, Singer.
Siempre es buen momento para despertar, para quitar la venda y el dogma establecido, la libertad radica en gran medida en volver a tener fe en los ideales.
In silentio mei verba, la palabra es poder.
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