Organizar una elección no es tarea fácil, y para efectos prácticos, el ejemplo con el que muchas veces lo hemos ilustrado es con la organización de una fiesta, porque finalmente así es, nos preciamos de organizar la fiesta de la democracia. Piénselo de esta manera: por un día, el poder político está en manos de la ciudadanía -ojo, de manera literal en sus manos- quien deberá asistir a un evento en la plaza pública, ágora multiplicada por miles en cada rincón del estado en donde electorado se conjuga con funcionariado para emitir opiniones en la más absoluta libertad y secrecía, las que serán contadas con imparcialidad para determinar, ni más ni menos, quién será la persona que nos representará y administrará ejecutivamente al estado.
Viéndolo de esa manera, organizar ese encuentro ciudadano de personas electoras con personas funcionarias no es fácil porque reviste una singular importancia. Vivimos, desde siempre, en una sociedad que mantiene amplias diferencias en las formas de pensar. Bien dicen que cada cabeza es un mundo y, particularmente a últimas fechas en el marco de las benditas redes sociales, esa premisa se demuestra hasta en los temas más banales. ¿Cómo hacer para que, durante un día al menos, se superen esas diferencias? La respuesta la hemos encontrado a través de un común denominador que diluya las diferentes formas de pensar: la premisa de la fiesta electoral ha sido siempre la desconfianza, sí, pero en el marco de la democracia.
Y es que no se entiende la democracia sin la participación activa de la ciudadanía, como no se entiende, actualmente, otro régimen para producir gobierno. En esto redunda el doble concepto de la democracia, tanto como forma de vida, como forma de gobierno. Somos libres de pensar y actuar desde la diferencia, porque las enmarcamos en el respeto que nos brinda el régimen democrático. Nuestra opinión se puede emitir y se respeta gracias a que hemos decidido ejercitar la democracia a través de esos valores. Quienes ven que su opción ha obtenido la mayoría de los votos y aquellos a quienes no les ha favorecido la participación mayoritaria, terminan la jornada juntos dentro del mismo espacio y tiempo, coexistiendo y conviviendo, con todo lo que ello implica.
Sobre la participación del electorado, dentro del ejemplo de la organización de la fiesta, es más fácil comprenderlo. Podemos haber hecho sencillas, pero elegantes invitaciones, tener la precaución de que no falte nadie en la lista de personas invitadas, confirmar la asistencia, habilitar el lugar donde se va a llevar a cabo el festín, con el mobiliario adecuado y suficiente, vestir las mesas con lujosos atavíos, proporcionar exquisitos manjares, por medio de un servicio de lujo que nos garantice el disfrute del evento, en fin, tomar todas las previsiones habidas y por haber. Pero de nada va a servir si nos falla la concurrencia.
Si el primer domingo de junio las personas deciden que es mejor cualquier otra actividad que la de ejercer su voto, habremos fallado como sociedad. Y entiéndase, esta falla no es achacable a la institución organizadora, ni al gobierno, ni a los partidos políticos, ni a las candidaturas, ni al sistema. En realidad, es falla de todos, incluyendo a las personas potencialmente votantes quienes, en alguna medida, no han dimensionado la importancia de la emisión de su voto.
Por supuesto que habrá voces discordantes, básicamente porque vivimos en una democracia, que achacarán el fenómeno de la no-participación en general y del abstencionismo electoral en particular, a causas externas al electorado: la incapacidad organizativa de las instituciones electorales (que muchas veces pasa por la insuficiencia presupuestal para hacer frente a la desconfianza que prima) o la pobre oferta de partidos políticos (apenas ocho partidos para representar todas las formas de pensamiento) un gobierno que siempre es causante de todos los males (al que curiosamente nunca se le reconoce lo bueno) o a un sistema perverso que controlado por una mente maestra mueve los invisibles hilos de la economía, la política, la religión, las vacunas y hasta el futbol. Bienvenidas, en democracia, todas las formas de pensar.
Hoy solo quiero poner el tema en la mesa, de la responsabilidad que tenemos como electorado. El INE, esa institución tan vilipendiada en los últimos días, mantiene permanentemente sus esfuerzos para tener actualizado el padrón electoral, insumo que provee de la lista nominal, es decir, de las personas que potencialmente pueden participar el día de la elección ya sea con su voto o como parte del funcionariado de casilla. Parte de esos esfuerzos se traducen en una amplia campaña de difusión en la que se ha hecho del conocimiento de la ciudadanía, un día sí y el otro también, que el próximo lunes 31 de enero es el último día para tramitar la credencial para votar en cualquiera de los módulos que tiene instalados en el territorio del estado.
Luego de esta fecha no podrán realizarse inscripciones, es decir, personas que cumplen dieciocho años, ni cambios de domicilio, ni actualizaciones en algún dato, sino hasta pasando la jornada electoral del 5 de junio. La única opción en este periodo, será una reposición -sin cambio de datos- para garantizar que las personas, por extravío de su documento, puedan votar.
Apelo a la responsabilidad de no dejar las cosas a último momento. La credencial para votar representa la dualidad de la invitación enviada a la fiesta de la democracia y la llave que abre la puerta de nuestra identidad como ciudadanas y ciudadanos en muchos ámbitos, no solo lo electoral. Pero sobre todo a involucrarnos en las actividades electorales con conocimiento de causa, para evitar descargar en las instituciones todos los males que nos aquejan como sociedad.
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@LanderosIEE