En la tierna infancia, apenas entrando a la edad de la razón, aprendimos a decir: “¡yo no fui!”, nuestros pares gringuitos a: “devil made me do it!; y los y las francesitas a: “Le diable m’a dit de le faire”. Todas, frases o mejor dicho proposiciones de exculpación, para no admitir la responsabilidad. Expresiones que, a los adultos, hacen sonreír burlonamente y, al cabo, terminar rendidamente divertidos. Quizá nuestra primera confesión al sacerdote (hablo de la niñez de los 40 y más) fue sobre “decir mentiras a nuestros papás”. Pecadillos que sólo con la edad fueron creciendo en gravedad e intensidad…”te juro que no fumé”; “no y no, te vuelvo a decir que no me acosté…”; y la climática: “¡nunca te he engañado!”. Cuestiones que, al final, quedan en familia, quedan en casa.
Lo grave de mentir es cuando el diablo nos tienta en la calle, en público, en la plaza pública, hablando en público. Se torna más serio cuando mentimos en recintos educativos; en medios militares; en consultorios o en cubículos hospitalarios; en juzgados ante autoridades judiciales. Y así este gradiente de mentirijillas a mentirotas bien gruesas va in crescendo hasta los estrados, los ambones, los atriles, el presídium del poder público supremo.
En México, el pasado diciembre 1º de 2018, más que instalarse el gobierno de la Cuarta Transformación se inauguraron los juegos de la mentira, elevados al grado superior, presidencial. Mismos que se fueron articulando obedeciendo ciegamente a una poderosa fórmula inversamente proporcional al cuadrado de la verdad, y multiplicada rigurosamente (x -1), para hacerla parecer positiva.
El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador (AMLO), planeó durante semanas una sección de su conferencia matutina diaria en la que se hablara de las “mentiras”, con la obvia intención de “echarle la culpa a la prensa “corrupta y neoliberal”, por mentirosa. El 30 de junio estrenó “Quién es quién en las mentiras de la semana”, una sección que se inauguró mintiendo. (The Washington Post. Carlos Loret de Mola A. Post Opinión. Las mentiras de AMLO alcanzan un nuevo nivel. July 19, 2021 at 2:27 p.m. EDT). Un estudio de Luis Estrada, director de la consultora política SPIN, en el cual analiza los datos no verificables a los que alude el presidente en sus mañaneras, ha llevado una rigurosa contabilidad de mentiras pronunciadas, de cuya estadística ya alcanzaba una cifra cabalística: ha hecho 56 mil 181 afirmaciones falsas o engañosas en sus conferencias matutinas. (Fuente: El Universal. Nación. 30/06/2021.
Con el propósito de quitarnos cualquier venda de los ojos, para mirar con intención crítica de operar un ejercicio saludable de conocimiento, que sea real y con apego al método científico que nos acerque así a la objetividad y, desde ella aproximarnos al menos a un grado de verosimilitud aceptable; ello nos permita discutir –como dicen los clásicos- con fundamento en la razón. Por cierto que no veo otra alternativa para salir de este pantano de lodo pegajoso y profundo que cada día se hace más denso precisamente a causa de la intención política consciente de mentir. Como punto de partida, aporto la siguiente referencia periodística: El País. México. Antonio Ortuño. 04 ENE 2022. (El presidente mexicano. Andrés Manuel López Obrador, habla durante su rueda de prensa matutina diaria, este martes). Cuya afirmación central es: “Las fuerzas políticas han concluido que su objetivo no es gobernar con acierto, sino controlar el relato público y concentran sus afanes en pretenderlo y en amedrentar a quienes se interpongan”.
Ya llevamos corrido el trecho medio de un sexenio constitucional y, que yo sepa, no vemos a falta de un cambio sociológicamente constatable, otro escenario que un mentidero sistemático desde Palacio Nacional. De modo que, a falta de resultados fehacientes, que provengan de la gobernanza ejercida bajo la Administración de la Federación actual, nos vemos sometidos a diario a una cadena lingüística de mentiras eslabonadas prácticamente a todo lo largo y ancho de dependencias, sectores, planes, proyectos y programas prioritarios -desde mi punto de vista, inconexos con el supuesto Plan Nacional de Desarrollo-.
Todos estos, factores confrontados con dos realidades indubitables, la Pandemia del Covid-19 o Sars CoV-2, y la crisis económica concomitante globalizada del Capital hiper-monopólico en su fase de hegemonía Dirigente por los países centrales a nivel planetario. Estadio en que, a fuerza de la costumbre, ya se nos esté haciendo habitual que no importe el nivel de autocracia o de autoritarismo que ejerza el poder gubernamental en turno, con tal que nos saque o “parezca al menos que lo hace” de un tal desastre sociológicamente generalizado. Pues bien, ante esto, todavía quedamos algunos, yo me incluyo en ellos, que no aceptamos la venta de mentiras flagrantes como apariencia de verdades. Es imperativo recuperar el buen sentido, el buen olfato político.
Dice nuestro autor en cita: “Los hechos dejan de tener valor absoluto, las estadísticas se adulteran, lo evidente se desvanece entre palabrería y la realidad pasa a ser solamente un espejismo. Y legiones de militantes y paleros festejan que ocurra así, porque no pueden o no les conviene pensar fuera del marco de las consignas”. Yo lo expresé así, en la pasada entrega: Dejémoslo en un benigno “jarabe de pico” y “de lengua me como mil tacos” (LJA.MX, Un desmentido. Viernes 31 de diciembre, 2021). En efecto, las secuelas de ambas crisis generalizadas están aflorando en la falta de olfato y de gusto para distinguir las cadenas lingüísticas mentirosas del poder político en turno. Lo cual es obviamente preocupante porque obnubila y aplana nuestros agudos sensores de la mentira, lisa y plana como es dicha.
Pero, además, existe otro factor éste sí de nivel propiamente societal que ha sido inducido a ciencia y consciencia del actual grupo en el poder, me refiero a la polarización implacable, de inicio -en el arranque mismo- del movimiento autodesignado como la Cuarta Transformación de la Nación mexicana. En efecto, la campaña política de Andrés Manuel López Obrador arrancó como la reivindicación histórica del pueblo mexicano agraviado por gobiernos -principalmente presidenciales- plagados de corrupción y cuya intervención política consistió en la expoliación sistemática de la riqueza de la Nación, para entregarla -haciéndose de ella partícipes- a una oligarquía privada colmada de privilegios y gratuitamente enriquecida con los tesoros de la Patria. Bandera redentora que prendió fuerte en el imaginario e inconsciente colectivo, y cuya población electora no dudó en tributarle ese derecho y ese poder de redimir al pueblo bueno y justo, herido históricamente de tal injusticia.
Pausemos un momento y atendamos a la hipótesis interpretativa de nuestro autor referido, Antonio Ortuño, en tanto que: Y no queda muy claro que vaya (la prensa) a conseguir sostenerse en unos parámetros mínimos de independencia, suspicacia y agudeza. Sobre todo porque sobran los ciudadanos urgidos de creer en los políticos… ya que así pueden lavarse las manos y dejar de pensar y actuar en política. Aquí tenemos al autor central de la reivindicación de origen: los ciudadanos, éstos que se escinden -dijimos polarizados- del resto de mexicanos que si no están entre sus filas, entonces… son expoliadores, corruptos y adolescentes de toda esa jerga neo-liberadora del movimiento tetratransformista, los manchados, los neo-pecadores, los mentirosos, los que acusan al diablo de sus pecados, diabluras o aun pecadillos y mentirijillas. Y, entonces, la cantaleta: “te juro que yo no fui”. Nuestro columnista es implacable con su juicio, adoptar la exculpación ante todo, invocar el ritual de Pilatos, “lavarse las manos”… dejar que actúe el duro brazo de la Ley, del gobierno en turno, benigno con los amigos y dura Lex con los “adversarios”; y sí, dejar hacer/lesséz faire, optar por ser pasivos en política. ¡Ajá!
Una dinámica muy cercana a la que ocurre en nuestro vecino los Estados Unidos de Norteamérica. En la cual, nada menos que el Partido Republicano, a raíz de los hechos ocurridos en el Capitolio, en que se vio involucrado bajo incitación del propio presidente Donald Trump. Hoy, a poco más de un año que sucedió el incidente del Capitolio de Estados Unidos. Exactamente el 6 de enero, cientos de personas pertenecientes a grupos de extrema derecha tomaron el recinto. Bajo el pretexto de que la elección presidencial había sido arreglada/rigged. Lo sabemos, ya desde la presidencia de Trump y en plena campaña política se fue gestando una colosal espiral de mentiras por el propio presidente, a las que mostró franca y leal adherencia el grupo republicano en el poder sobre todo senatorial; recuerde el segundo intento de Juicio Político instaurado por la vocera del Congreso, Nancy Pelosi, pues ya el Cameral de Representantes había sido copado por los Demócratas. Defensa aún al costo de callar a ultranza la mentira original de la que se hicieron imbatibles defensores.
Hoy, en plena inquisición senatorial sobre los hechos de allanamiento al Capitolio, los Republicanos han estado obstaculizando los intentos demócratas para hacer pasar legislación en materia de Derechos del Voto. Y su táctica está siendo el “filibuster”/filibustear o hacer tan extensiva e interminable la discusión parlamentaria que logren parar o “matar el reloj” senatorial para que no pase tal legislación, en un tema vital sobre todo para minorías raciales de los Estados Unidos, que son las que reclaman ante el Ejecutivo. Tal supuesto bajo el buscado beneficio para la fracción republicana, de hacer pasar, hacer prevalecer su mentira originaria, que salvaguarda muchas e importantes carreras políticas de su partido, al decir de conspicuos y agudos analistas de la prensa, aunque sea main stream press, para desagrado de Donald Trump. A lo que el líder de la mayoría, el demócrata Senador Chuck Schumer, está lanzando nuevas estrategias para vencer tales acometimientos, a todas luces anti-democráticos. Situación que nos merece un trato por separado y más en detalle. (New York Times, Carl Hulse. Democrats Plan to Fast-Track Voting Rights Bill, Speeding a Showdown. Jan. 12.2022).
Para mí, aquí está patente la contradicción sociológica más importante y digámosle de primer nivel en este fenómeno sociopolítico de la Cuarta Transformación, enfrentar a los enfervorizados seguidores del supuesto movimiento de cambio (que como ya dejamos en claro, no hay tal, no existe, no hay evidencias comprobables) contra sus disidentes, críticos o impugnadores. Aquí, me temo querido-a lector-a, hay algo más que el prurito de lavarse las manos y preferir no pensar, no hacer. Están interviniendo factores éticos, culturales, conductuales y emocionales mucho más profundos… El imaginario colectivo y el inconsciente que le subyace está plagado de fieros sentimientos y emociones de reivindicación, venga por donde venga y vaya contra quien vaya… ha sido encendida el hambre de juicio histórico, de subir al cadalso a “los culpables”, de justificación mesiánica de despojar a los ricos de sus riquezas, de verlos expulsados extra-cápite de la ciudad divina… Obviamente toda esta carga tanto pasional, como cognitiva y semiótica –llena de significado- no es fácilmente confesable… Por eso: Devil made me do it! –¡Te juro que yo no fui! – Dejar hacer al poder en turno. Colación. Entre tanto, aplaudamos la pestilente montaña de mentiras.