En On the road, Jack Kerouac describe a este país como uno en el que todas sus carreteras, sin importar dónde se ubiquen, cuentan con un señalamiento que apunta el número de kilómetros que faltan para llegar a “México”, desde que se cruza la frontera los letreros indican la distancia a recorrer para llegar a la capital de la República, todo se reduce a eso, a mitad del desierto, en la costera o en la sierra, invariablemente se encontrará una señal que nos devuelva la confianza, no todo está perdido, sobre todo nosotros mismos.
Ahí la señal que indica “México”, siempre, aunque ese no sea a donde nos dirijamos, el letrero reduce el resto del territorio, sus localidades, ciudades, provincias y regiones, indica un destino fijo, un punto en el que se concentra todo, unas anteojeras que impiden cualquier visión lateral, como las anteojeras con que dedicamos nuestros mejores esfuerzos al futuro, a lo que mañana ha de llegar.
Obsesionados con conseguir la aceptación de los otros, nos hemos hecho a la idea de que la felicidad es un estado que se alcanza en un tiempo remoto, un destino futuro para el que debemos estar preparados, el hoy se reduce al campo de preparación en que entrenamos para en el futuro disfrutar de ese estado. Las anteojeras que precisan el futuro como destino disminuyen la capacidad de gozar el instante en el presente, se cambia por el anhelo del mañana, cuando con el asentimiento del otro o su aplauso, se nos indique que estamos disfrutando de la cosecha.
Las anteojeras de la promesa del disfrute futuro reducen nuestros actos a la recompensa de la recolección de los frutos, al placer venidero de hincarle el diente a lo que recogimos, se anula el presente en que se hunde la semilla, si todo es espera eliminamos las pausas para reflexionar en cómo y qué estamos haciendo en el presente.
Como en el ritual de comer las doce uvas al ritmo que marcan las campanadas que anuncian el principio de un nuevo año, se devoran mientras mentalmente revelamos nuestros deseos o propósitos, por las prisas, no se puede disfrutar la sensación de la pulpa rompiendo entre los dientes, el jugo y su humor exaltando el gusto. Al finalizar, todavía con la boca llena, ya no hay oportunidad del disfrute, se tiene que pasar a otra cosas, de todas maneras, lo que nos ilusiona ya está pensado.
Después de recorrer varios kilómetros, los letreros que indican “México” son unas manchas borrosas que aprendemos a distinguir de las otras, se sigue con diligencia el sentido de las flechas, izquierda, derecha, adelante y seguimos hacia el destino. Únicamente quien reduce la velocidad logra descubrir otros señalamientos, más pequeños, unos que indican la posibilidad de otros destinos, que regalan la oportunidad de decidir hacia dónde queremos ir.
No vamos a ser mejores ni más felices en el futuro si no lo hacemos y somos en el presente. Coda. De los Cuatro cuartetos de T.S. Eliot, en traducción de José Emilio Pacheco:
Lo que pudo haber sido y lo que ha sido
Tienden a un solo fin, presente siempre.
Eco de pisadas en la memoria,
Van por el corredor que no seguimos
Hacia la puerta que no llegamos nunca a abrir Y da al jardín de rosas
@aldan