Tonatiuh Guillén López
El conflicto en curso en el Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE), institución científica de vanguardia y con amplio reconocimiento nacional e internacional, ha puesto en cuestión el futuro de los Centros Conacyt –sistema que integra a 27 centros científicos y tecnológicos–, así como el futuro de la política científica y de la ciencia en México. No es un asunto menor, pues está en juego una herramienta fundamental del desarrollo del país, así como la formación de científicos y tecnólogos que surgen de estas instituciones. Está en juego algo muy serio.
De entrada, la historia individual de las entidades que hoy integran el sistema de Centros Conacyt se ha caracterizado por numerosos desafíos y, sobre todo, por trayectorias de éxito impulsadas por comunidades responsables, comprometidas y de indeclinable vocación científica. Con recursos y sin recursos, durante periodos difíciles y otros con crecimiento, son instituciones que han avanzado notablemente. Después de varias décadas de esfuerzo, hoy son centros de vanguardia, dedicados a la formación de generaciones de científicos y produciendo conocimiento y tecnologías especializadas.
Se trata así de instituciones de excelencia, pequeñas pero potentes. Está en la naturaleza del conocimiento especializado y de la formación de alta calidad la concentración de recursos en comunidades reducidas. Así es en el mundo, por la naturaleza misma de la creatividad dedicada a abrir fronteras del conocimiento. La alta especialización es de punta, literalmente. Otra cosa es la difusión del conocimiento, su divulgación masiva o su transferencia a los procesos educativos de cada país. En ese caso, la tarea corresponde a muchas más instituciones, a los sistemas educativos nacionales y a la contribución de medios de comunicación en todos los formatos.
La alta especialización y las comunidades que realizan esta función son bienes nacionales. Son plataforma de desarrollo. Y puede demostrarse proyecto por proyecto, generación por generación de jóvenes, producto por producto académico, tecnología por tecnología desarrollada. Los Centros Conacyt han hecho la tarea de manera excepcional. Reitero, con excelencia.
No son instituciones perfectas, por supuesto. Requieren cotidianamente adaptaciones, ajustar criterios, reordenar recursos y modificar prioridades cuando es necesario. No es novedad realizar cambios. Los centros lo han hecho, lo hacen cotidianamente desde sus comunidades, desde sus herramientas colegiadas y desde sus cuerpos de investigación e instancias directivas.
La base de la exitosa trayectoria de los Centros Conacyt ha sido dos elementos fundamentales: sus cuerpos colegiados internos (consejos, comisiones, juntas, cuerpos académicos) y sus órganos de gobierno y asambleas de asociados, en su caso. Es decir, se trata de una institucionalidad compleja, compartida, corresponsable, que discute de manera abierta y que se evalúa a sí misma rigurosamente mediante procedimientos internos y por instancias externas.
Para ser claro: no existe entre las instituciones del Estado algo comparable al rigor de evaluación del desempeño, tanto de la institución en su conjunto, como de cada integrante del personal científico y académico. Cada integrante, uno por uno, continuamente, de manera programada, con indicadores y metas predefinidas. El ingreso, la promoción y la permanencia del personal científico tiene procedimientos e instancias de esta naturaleza, internas y externas. Simple no es.
Puede apreciarse que el modelo institucional de los centros no es lineal, mucho menos vertical. Se mueve entre planos paralelos: los colegiados internos de las comunidades y las instancias de evaluación externa. Las segundas, basadas en órganos de gobierno integrados por instituciones relevantes, como la SFP, SHCP, SEP, Segob, SRE, SE, otras secretarías federales, gobiernos de los estados, universidades e incluso por científicos en lo individual. Es un modelo corresponsable, sujeto a puntual evaluación colegiada, con criterios e instancias académicas. Además, existe una sistemática evaluación jurídica y administrativa de los recursos presupuestales y de los recursos que generan los propios centros.
La evaluación del desempeño de los centros y sus comunidades es así una maquinaria compleja, no burocrática ni discrecional. Estos mecanismos han posibilitado su estabilidad institucional y el mejoramiento de sus tareas. Ahora bien, desde esta perspectiva, el proyecto de la actual administración del Conacyt –en especial el que quiere imponerse al CIDE– implica destruir décadas de experiencia institucional colegiada y corresponsable.
Conviene recordar que el nombramiento unilateral y sin consulta de las direcciones de los centros y la inexistencia de cuerpos colegiados ya ocurrió, no es novedad, pues fue el punto de partida en la historia de estas instituciones. Esa práctica debió cambiarse, justamente por su disonancia con la naturaleza de las funciones científicas; es absurdo pretender un regreso al pasado.
La historia de los centros y sus comunidades se ha caracterizado por construir instancias de corresponsabilidad y procedimientos colegiados. Su propósito fue ir tomando distancia de concepciones que los equiparan con alguna oficina gubernamental, a donde pudiera llegar cualquier jefe o contratar a cualquier empleado. Nada de eso. La especialización y la generación de conocimiento no pueden ser una decisión burocrática. Generar conocimiento no fluye mediante una circular; eso es imposible aquí y en cualquier lugar del mundo. Se trata de un ejercicio de comunidad especializada, interna, externa e internacional.
Así que al final el dilema es sencillo: ¿nos importan verdaderamente la ciencia, la tecnología, sus instituciones y sus comunidades, o bien las regresamos décadas atrás y las convertimos en oficinas burocráticas, imponiendo directores que no podrán dirigir por carecer de una comunidad de referencia, como es la penosa situación del doctor Romero Tellaeche? Si el modelo que pretende imponerse al CIDE es el destino de los Centros Conacyt, las capacidades de México para generar conocimiento, formar científicos y desarrollar tecnologías avanzarán hacia un pozo. Las comunidades académicas existen, son entidades orgánicas y base de la actividad científica y la formación de alto nivel.
Si bien los Centros Conacyt no son instituciones perfectas, no hay duda de que están entre lo mejor que tenemos. Lo correcto sería impulsar su modernización y fortalecer sus metas con base en sus comunidades, que siempre se han comprometido con el desarrollo del país, por genuina vocación y con independencia de gobiernos y partidos. Sería un grave error pretender anularlas, pues al hoyo irían también nuestras capacidades científicas, que son limitadas a pesar de lo avanzado. Tengamos claro que no existen las segundas, sin las primeras.
El conflicto en el CIDE y la orientación de la actual política científica posicionan en la agenda nacional la consolidación de la autonomía académica y de gestión de los Centros Conacyt, justo como reacción al modelo centralizado y vertical que pretende imponerse. Son tiempos para revisar con todo detalle lo que está sucediendo y, sobre todo, tiempos para abrir espacios y escuchar a las comunidades académicas, que no son ni han sido el enemigo de alguien.
*Profesor PUED/UNAM, expresidente de El Colegio de la Frontera Norte, excomisionado del INM