El fin del año 2021 nos llegó como a la chita callando, figurativamente dicho con vientos que nos vienen del centro, y al principio como una tónica de bajo perfil, “low key” -para los de habla inglesa-, dado que innumerables medios de comunicación ahora salen al aire sin los titulares de sus programas “prime time” específicamente noticiosos; pero dado el contenido del mensaje del que ahora nos vamos a ocupar, tiene visos de convertirse en una nota de calidad super-tónica o dominante y de alto perfil/“high key”, si atendemos a lo inusitado del contenido de su línea lingüística.
Me refiero a la declaración siguiente: El padre Alejandro Solalinde, defensor de los derechos humanos de los migrantes, sostiene que Andrés Manuel López Obrador tiene “rasgos muy importantes de santidad”. En entrevista con EL UNIVERSAL, dijo que el mandatario sigue las enseñanzas de Jesús porque para él también son importantes los pobres. (Fuente: El Universal Oaxaca. 26/12/21.
Ante la recepción de una emisión tal, permítaseme ilustrar el concepto analítico que describe este tipo de adjudicación o atribución de cualidades personales fuera de lo común. Según el análisis sociológico, se trata de un fenómeno que se ha condensado en un término, un tanto desconocido e inusual, que es el de “epicización”, que se atribuye a un Estado cuando alude a un proceso por medio del cual las figuras políticas, en lugar de ser consideradas como servidores públicos, se transforman en héroes públicos, generalmente de dimensiones épicas (Cfr. Autor: Alan Wolfe, “Los Límites de la Legitimidad”, 1980. Siglo XXI. Primera edición en inglés 1997. Primera edición en español, 1980. P. 307). Quien cita como caso prototípico el del presidente John Kennedy. Basta recordar el logro de los EE.UU.AA de poner un hombre en la Luna, asunto que él comprometió al inicio de su presidencia, adjudicándose de alguna manera dicho triunfo “de la humanidad”, en su persona. Su sorprendente e innombrable asesinato hizo el resto para su “epicización”, personificación del estado, cierta e indiscutible, que le mereció funerales de Estado y nota personalísima de héroe nacional; en pocas palabras, y de manera voluntarista y pragmática, asegurar la pervivencia de un héroe es hacerlo presente perennemente en la memoria de las masas. (Nota mía: LJA. Memoria de las Masas. Sábado 09 de Marzo, 2013).
Es preciso señalar que este fenómeno de exaltación de la personalidad, normalmente se daría en forma posterior al momento en que un personaje de la política pasa de ser, por ejemplo, un candidato triunfante a un funcionario de alto nivel instalado en alguno de los poderes del Estado. Lo cual ocurre ciertamente no en los prolegómenos de unos rounds de sombra previos al triunfo, sino en las postrimerías de sus alcances reales y comprobables, debido a su intervención histórica. En efecto, hablamos de un proceso sociológico que usualmente se da en torno de grandes figuras públicas, y cuya expresión lingüística –aunque rara- es ésta de la “epicización”. (Cfr. Antecedente mío, en El Heraldo de Aguascalientes. Francisco Javier Chávez Santillán. Tiempo Humano. 048. México: se busca un líder convincente y aglutinante. 22/04/1996.).
Para efectos de comprender mejor la significación de este concepto, nuestro autor en cita refiere lo siguiente: “En el caso de los Estados Unidos. La presidencia de Nixon representó un florecimiento de la reificación del estado, Nixon no sólo personificó constantemente el estado, sino que tomó medidas concretas para hacer de esa personificación una realidad. La política interior de Nixon no representó sino un intento descarado de centralizar todo el poder estatal en sus propias manos, al principio denigrando al Congreso y luego “reorganizando” la rama ejecutiva de manera centralizada (el Consejo de Asuntos Urbanos, la Comisión Ash, OMB, etc.). En asuntos de seguridad interna Nixon intentó crear un sistema de vigilancia dirigido por la Casa Blanca (El Plan Houston) mientras laboraba en pos de la aniquilación de la independencia, tanto de la CIA como del FBI. (…) Entre una ideología que exaltaba el estado (frecuentemente en nombre de la libertad con respecto de él) y una serie de políticas que dieron vida a esa ideología, la reificación del estado logró, durante Nixon, adquirir vida propia. (Cfr.: Autor. Alan Wolfe. Los límites de la Legitimidad. Siglo XXI. Primera Edición en inglés 1997. Primera edición en español.1980. P.308).
Dicho de manera simple y llana, el presidente en turno absorbía en su persona lo que corresponde en estricto sentido a la naturaleza propia del Estado, por ello lo personifica, por ello presume representarlo, por ello el sociólogo analista lo funde en el término: reificación del Estado, es decir, que a su modo –ya castellanizado- lo “cosifica” (Lat. Res-rei = cosa) en su persona. Recuerde usted aquel presuntuoso dicho del “Rey Sol”, Luis XIV de Francia, L’Etat ce’moi’/El Estado Soy Yo. Emblema cimero del absolutismo regente.
Respecto del caso que nos ocupa, la exaltación que el padre Solalinde hace del presidente López Obrador, adquiere ciertamente, desde mi punto de vista, dos notas tónicas dominantes. Una primera nota de extemporaneidad a todas luces descontextualizada; y una segunda de atributos extra-limitados, que de ninguna manera son resultados fehacientemente concretados en la historia real del devenir de México, ni mucho menos corroborados bajo la fuerza empírica de fenómenos perfectamente acabados, medidos y dimensionados por sus alcances y contribución a la Historia de la Nación.
Para fundamentar lo dicho, traigo a colación el testimonio histórico de un mexicano al que sí podemos otorgar el merecimiento de una epización (post-obra y post-mortem). Evocamos la memoria de más ni menos que de César Chávez por su capacidad para creer en una causa, para hacerla partícipe de muchos otros compañeros de camino y, contra toda esperanza, y hacerla un factor de cambio de la realidad. No se entiende de otra manera el elogio que alguien como Robert F. Kennedy hizo de César Chávez en 1968: “él es una de las figuras heróicas de nuestro tiempo“, porque hubo de reconocerse lo mucho que él hizo como ningún otro, para mejorar la suerte de los trabajadores agrícolas migrantes. Él logró realizar una increíble mezcla de resistencia no violenta de Gandhi con las habilidades organizacionales de su mentor el activista social Saul Alinsky, cuyo centro de operaciones se realizó en el Chicago de los cincuenta y trató de organizar a los mexicano-americanos en un solo bloque social. Fenómeno social del que hoy pasamos, en efecto, por un época de estiaje moral de figuras inspiradoras, de líderes auténticos que concentren nuestros anhelos de cambio social y político. Mucho hemos visto y oído de corrupción, de asesinatos, de chantajes, de enlodar la imagen política del adversario, de vivir en el filo de la navaja sobre guerra de guerrillas, de estar al borde ya… pero, todavía no de la violencia armada; necesitamos la imagen refrescante de un líder como César Chávez que encarne un proyecto auténtico de cambio. Por eso es bienvenida su memoria, que mucho debiera enaltecer las efemérides cívicas del México que estamos intentando de construir para el siglo XXI. (Antecedente mío, en El Heraldo de Aguascalientes. Francisco Javier Chávez Santillán. Tiempo Humano. 227. César Chávez un rebelde con causa ).
Él fundó en 1965 la unión llamada: “Trabajadores Agrícolas Unidos de América” (United Farm Workers of America), que avanzó en materia de mejoramiento del jornal de los trabajadores. pues en el momento de la fundación promediaba $1.50 dólares la hora, el trabajador agrícola no tenía ninguna prestación, no causaba antigüedad laboral y sobre todo quedaba expuesto al abuso y a la explotación del patrón que lo contrataba; al producirse el movimiento unionista se provocó un alza aguda de los salarios; por primera vez se tomó en cuenta al trabajador agrícola como elegible para el seguro médico; más la obligación de pagar las pensiones de parte del empleador; además, se conquistó el derecho al seguro de desempleo y otros beneficios; amén de adquirir mecanismos para evitar la explotación de parte de contratistas abusivos.
A pesar de lo anterior, y para no mitificar indebidamente esas conquistas, ahora sabemos que muy pronto la unión fundada por César Chávez, debido entre otras cosas a problemas de disidencia, fue incapaz de organizar más allá del 20 por ciento de los más de 200,000 trabajadores agrícolas de California; las tácticas que probaron ser tan efectivas en los años sesenta y principios de los setenta, como fueron los boicots, las huelgas, los ayunos y las largas marchas, fueron perdiendo su magia, su encanto; por ello, la United Farm Workers comenzó a ser vista como una unión convencional más y ya no una importante causa social, que provocó afecto y admiración de varios políticos y otros simpatizantes en la sociedad norteamericana. Esto habla de la cruda realidad y de la “nivelación” que tarde o temprano impone la dinámica de una sociedad tan compleja y plural como es aquella sociedad vecina.
Retomamos la epización inaugurada por el padre Solalinde: “Presidentes como López Obrador surgen cada 100 o 200 años. Dios nos bendijo con un Presidente como el que tenemos. Cada día admiro más a este hombre”, enfatizó. En cuanto a los cambios de la gestión del actual gobierno, Solalinde mencionó que estamos pasando de “un esquema de privatizaciones, de acaparamiento de la riqueza a una mayor redistribución, pasando a la soberanía energética, a todo lo que signifique la autosuficiencia para México”. De esta forma, sostuvo el activista, “es la forma en que México avanzará a la paz”.
Concluyo refiriendo la nota primera de extemporaneidad que destaca en la verbalización de Solalinde, esas cien o doscientas centurias introducen una extrapolación del tiempo de vigencia del mito por ser “López Obrador”, en el futuro devenir nacional. Difícil de creer y menos de verificar por lo hecho en tres años de una Administración Federal francamente destructora de las instituciones públicas y privadas de real vigencia y beneficio cierto para la ciudadanía; intervenciones caprichosas, miopes, improductivas e ineficientes, autoritarias y al final anti-orgánicas al aparato estatal. Por la segunda nota de atributos extralimitados a su gestión de gobierno: de santidad… De anulación de privatizaciones, de redistribución de la riqueza, de la soberanía energética, autosuficiencia y Pax Mexicana. Todo está por verse, pues no hay productos fehacientes en ninguno de dichos renglones. Está induciendo autocráticamente un país dividido, escindido entre supuestos “ricos y pobres”, “conservadores y progresistas”, literalmente ahogado en sangre… Dejémoslo en un benigno “jarabe de pico” y “de lengua me como mil tacos”. No, no creo, no puedo avizorar, no tengo vestigio alguno para hacer de Solalinde una voz profética. Y perdón, ¡Feliz año 2022!