No deja de sorprenderme la facilidad con que se emplea la palabra tragedia para calificar cualquier desgracia, incomoda porque cualquier intento por precisar el uso de esa palabra, de inmediato, me coloca como una persona incapaz de empatía alguna, un hombre de hojalata al que le falta corazón.
Una tragedia es, para mí, que a pesar de todo tu empeño, los dioses se pongan en tu contra, que te obliguen a encontrar a tu padre en un cruce de caminos, lo mates, des media vuelta y llegues a un lugar donde te enamoras de tu madre y fornicas con ella; esa es la primera definición que me viene a la mente, pero no me quedo ahí, entiendo que la tragedia es una situación que afecta a las personas, a la sociedad.
La semana pasada, una desgracia mayúscula, aterradora, se volvió titular de la prensa nacional, al menos 55 personas murieron al volcarse un camión que transportaba 160 migrantes, murieron personas de Guatemala, Ecuador, Honduras y República Dominicana, una centena de seres humanos hacinados en la caja de un tráiler, que escapaban de la pobreza y la violencia de sus países, persiguiendo mejores condiciones de vida, sin importarles los riesgos que corrían. La semana pasada también, un estudiante de la Universidad Tecnológica Metropolitana de Aguascalientes fue asesinado cerca de ese plantel, el cuerpo de Johan Fabián fue encontrado en la avenida Gerónimo de la Cueva, con una herida de cuchillo en el pecho, lo asaltaron, lo dejaron inconsciente en la calle, lo asesinaron. Estos hechos me han sido comentados como tragedias y en ambos casos me niego a aceptar que lo sean, son desgracias.
El accidente en que más de 50 migrantes fallecieron no ha sido resuelto, sólo se ha dicho que el transporte evadió los múltiples retenes por los que tenía que pasar para una revisión. El asesinato de Johan Fabián está en vías de ser resuelto, ya se detuvo a dos sospechosos del crimen. Me declaro incapaz de dimensionar qué abruma a los familiares de las víctimas, siento la necesidad de ofrecer lo que esté en mis manos para el alivio de los deudos, y me sigo negando a calificarlas de tragedias porque considero que así se diluye la responsabilidad de las autoridades para que estas desgracias no ocurran.
El presidente López Obrador ha culpado a la política migratoria de los Estados Unidos llamándola elefante reumático, por quedarse sólo en la implementación del programa Quédate en México, así evade la responsabilidad de un gobierno que transforma esas medidas en Muérete en México; en Aguascalientes, los gobiernos estatal y municipal fueron a ofrecer a los estudiantes de la UTMA una patrulla de seguridad privada y prometieron mayor coordinación con la policía que realiza patrullajes en la zona, nada, absolutamente nada para resolver las condiciones trágicas de abandono y desarrollo mal planeado que resuelva la inseguridad y la violencia de esa zona.
Mientras sigamos permitiendo que las autoridades se lamenten por las tragedias, convirtiendo las desgracias en justificación de lo que provocan la ausencia de políticas públicas que permitan combatir la desigualdad, la violencia y la violación a los derechos humanos, se permitirá que no asuman la responsabilidad de gobiernos fallidos.
La tragedia es permitir que los gobiernos evadan su responsabilidad en la continuidad de escenarios que provocan las desgracias humanas.
Coda. En El maravilloso mago de Oz, de L. Frank Baum, el Espantapájaros pide encarecidamente que se le otorgue un cerebro, la respuesta mejor que recibe es la siguiente: “No lo necesitas. Todos los días estás aprendiendo algo. Un bebé tiene cerebro, pero no sabe mucho. La experiencia es lo único que aporta conocimiento, y cuanto más tiempo estás en la tierra, más experiencia estás obteniendo”.
@aldan