¿Quién es más? ¿Cristo o la Virgen de Guadalupe?… La pregunta, aparte de impertinente es, por decir lo menos, hereje y blasfema, digna de fulminante condena, y si estuviéramos en otros tiempos, tan solo por haberla formulado se me habría abierto causa en el Tribunal del Santo Oficio, en un proceso que muy probablemente terminara en la hoguera…
Pero de veras: ¿quién es más? De conformidad con el dogma católico, del que remotamente tengo una idea, la respuesta es obvia: Cristo es Dios, y la Virgen María, en su advocación guadalupana, o en cualquiera otra, es una mujer, y en todo caso el punto de coincidencia entre los dos; el lazo de unión está dado por la humanidad de ambos, que en el caso del primero es un gesto de solidaria condescendencia con el género humano. Cristo, nacido de mujer; nacido bajo la ley, les dice san Pablo a los gálatas, y todavía insiste en la misiva que les dirige a los hebreos: Cristo se compadece de nosotros porque es uno de nosotros en todo, menos en el pecado, pero a final de cuentas, de la frágil, efímera, oscura y limitada humanidad a la omnipotente, luminosa, perfecta y eterna divinidad, hay una distancia insalvable.
La virgen María forma parte de la especie humana, con todas sus características y limitaciones, salvo la del pecado; una mujer cuya relación con la divinidad está dada por su maternidad, tan importante esta última, que con ella nos asocia a la divinidad a todos los de su especie; nos convida de ella a nosotros, mujeres y hombres que hemos vivido y vivimos. En síntesis la virgen es nuestra mejor representante ante Dios, el puente inmejorable entre la divinidad y nosotros, pero a final de cuentas es solo una mujer.
Esto diría, en términos generales, la ortodoxia católica romana. Pero señora, señor: esta es una construcción intelectual venida allende la mar oceánica, la síntesis del pensamiento de los europeos doctores de la Iglesia de dos milenios a los que san Pablo dio el pistoletazo de arranque de sus reflexiones; un pensamiento que llega hasta nosotros a través del catecismo pero, ¿qué pasaría si nos despojáramos de la segura coraza que nos brinda este andamiaje, y descendiéramos a la experiencia cotidiana de personas como las que muestra la imagen?; gente para quien la vida es ya un milagro, la educación un lujo, y cada día debe enfrentar un sinfín de limitaciones que apenas si le permiten alzar la cabeza y otear el horizonte más allá de su pueblo.
¿Quién es más? Quizá si cuestionáramos a estos niños que celebran a la Guadalupana en la comunidad de Ciénega Grande, municipio de Asientos, nos asombrarían sus respuestas. Nomás que no se entere la Santa Inquisición, porque entonces sí, arde Ciénega Grande. Felicitaciones, ampliaciones para esta columna, sugerencias y hasta quejas, diríjalas a [email protected].