En memoria de mi alumno Enrique Miramontes Cortés
La actividad docente es una forma alternativa de paternidad, un medio a través del cual se busca incidir en el mundo desde la construcción de pilares firmes, de valores y principios que configuren éticamente a las personas, a los nuevos profesionistas, por eso, cada grupo y cada alumno en lo particular, representan proyectos completos, únicos; llega uno a imaginar a los alumnos tomando los puestos de poder, en el ejercicio debido de la profesión, completando cadenas que uno mismo, no ha podido consolidar. Por supuesto, siempre dejando esa historia en una secuencia suspendida, que solo será completada con la específica preferencia de futuro, de cada estudiante, pero de la que siempre es motivo de alegría, ser parte.
Dice Fernando Savater, a través de la lectura socio- jurídica que hace de él Yazmín Carrión, que la respuesta de todos los problemas de la sociedad, se encuentra en la educación, que ni el derecho ni la mismísima coacción del Estado pueden transformar de fondo nuestra problemática, si ésta no se construye desde abajo, forjando relaciones de respeto y tolerancia hacia los demás. Por ello, el amor al gis se arraiga en el corazón.
La primera vez que lo vi, fue recién llegado a la ciudad, en el aula de Derecho de las Personas y la Familia, con un semblante de sorpresa, ante lo que el inicio de la educación profesional le podía deparar, quizá más allá, con la inquietud de si la vocación verdadera podía ser encontrada en medio de esos libros y pupitres. Con unos ojos luminosos que asomaban detrás de sus gafas, sentí una identificación particular hacia él por ser un estudiante foráneo, como yo misma lo fui.
La valentía de emprender el vuelo, sin el soporte que dan los brazos familiares, cercanos, es en sí mismo un acto de valor que no solo libró sorteando el viento, sino que lo hizo con el empeño de quien se quiere comer completo el mundo, cuestionando, inconformándose ante lo que pensaba injusto, esforzándose más siempre. Enrique buscaba aprender de justicia y de derecho para hacer de ello su vida.
Durante algún tiempo, el contacto se limitó a las esporádicas vistas de noticias a través de Facebook, pero luego, como suele pasar con algunos alumnos, surgió un cariño familiar, Enrique se convirtió en el asistente de Rubén y de ahí la amistad vino como consecuencia obvia. Hicimos un libro, visitaba nuestra casa y era parte de los temas de conversación asiduos, el plan de visitarlo en su tierra, de hacer una presentación de ese libro de participación ciudadana en que escribió, allá, entre tantas otras ideas en que era parte.
Vivimos junto a él muy buenas nuevas, recíprocas, me acompañó en el nacimiento de mi libro, lo vimos buscar su vocación y encontrarla en lo constitucional, en la teoría del poder, la construcción del Estado y la democracia. Compartimos el amor por la literatura de Vargas Llosa, de quien me tocaba darle recomendaciones, pudimos verlo enamorado y feliz. Pero también nos tocó estar cerca cuando su salud menguó y durante sus tratamientos y cuestionarnos el por qué, por qué a alguien tan comprometido, por qué a alguien con tanto futuro y con tantas ganas, por qué a él que era parte de nuestros cariños. Por supuesto, las respuestas no llegaron, pero sí la resignación y la enorme esperanza que compartíamos con los suyos.
Llego a pensar que quizá Enrique sí lo presentía de siempre, por eso vivió con doble intensidad, para que le alcanzara cada gota de vida para hacer mucho.
Sin embargo, la vida puede ser una enorme paradoja, él buscando entender de justicia y nuestro sistema le mostró de manera muy dura, la cara más profunda de la injusticia, el desabasto de medicamentos en los hospitales, dejando de lado a los más vulnerables entre los vulnerables, quienes sólo quieren tener salud y las fuerzas para disfrutar de la vida, sin mayores pretensiones. Le tocó clamar, a él y a su familia por un espacio para su hospitalización, por el abasto de quimioterapias y demás insumos indispensables para su tratamiento, encontrando silencio, muchas veces.
Nadie tenemos los días garantizados, pero uno espera, como si se tratara de lo lógico, que los que vienen, esos en quienes uno deja la semilla, puedan cultivarla y cosechar sus frutos y poder ser espectador de esos éxitos. Enrique nos deja lecciones de vida importantes, porque él vivió de manera plena, hasta el último día, dejando huella, expresando su cariño, legando recuerdos profundos que lo mantienen aquí, nos enseñó también de fortaleza y de fe con su propio ejemplo. Sin duda somos muchos quienes compartimos tu duelo, a quienes nos dejaste en suspenso tantas cosas que queríamos seguir compartiendo contigo, sin embargo, estamos satisfechos porque te has ido pleno.
Aunque para nosotros se quedaron esos puntos suspensivos, ese no debe ser tu caso, seguramente desde donde tú estás puedes decir con convicción como también dijo Amado Nervo ¡Vida, nada me debes! ¡Vida, estamos en paz!
Abrazos fuertes y sentido a la familia Miramontes Cortés.