El 18 de mayo de 2021, hace apenas unos meses, cerca de 12 millones de personas que viven en los Estados Unidos amanecieron con la novedad de que poseen la nacionalidad mexicana (además de otras personas que viven en diferentes países). Esa mañana, el Diario Oficial de la Federación (DOF) publicó una reforma constitucional de alcance extraordinario, histórico puede afirmarse sin duda alguna, que modificó el Artículo 30 de la Constitución para establecer un nuevo concepto jurídico sobre la nacionalidad mexicana.
La trascendente reforma constitucional prácticamente ha pasado inadvertida y no se han valorado sus enormes consecuencias. No obstante, el acto jurídico implementado por la potestad soberana de la Nación implicó transformar a la Nación misma y a sus integrantes. Cambió el número de personas mexicanas y sus espacios sociales y territoriales, marcando el futuro de manera profunda.
¡Vaya manera de conmemorar el Bicentenario de la Nación: modificando su estructura de forma espectacular! Pero al mismo tiempo, todo sucedió casi sin darnos cuenta, sin fiesta o celebración alguna. Nos pasó de noche el proceso legislativo que ajustó el Artículo 30, en el que intervinieron el Senado, la Cámara de Diputados y las Legislaturas de los estados.
Sin entrar ahora en detalles, veamos la consecuencia mayor, refiriéndonos a las y los nuevos mexicanos que principalmente viven en los Estados Unidos. De un momento a otro, 12 millones de personas nacidas en ese país, de padres o madres mexicanas –nacidos también en los Estados Unidos–, pasaron a ser reconocidos por la Nación como mexicanos en igualdad de términos a los mexicanos nacidos en el territorio. Tan mexicanos como quien haya nacido en Chiapas, Yucatán, Chihuahua o en cualquier otro estado del país.
Son nuevos mexicanos y mexicanas con capacidades plenas. Así lo establece la Constitución a partir del 18 de mayo pasado. Nada más y nada menos. En conjunto, somos así una nueva nación, la nación transterritorial, que además, como indica la Constitución, es única e indivisible. No existen dos naciones; no existen ellos y nosotros; no existen los de aquí y los de allá.
La Nación mexicana ha extendido su manto y, por consecuencia, sus propias bases sociales de reproducción, desde ahora y en adelante, tanto en el territorio como fuera de éste. En otras palabras, México se reproduce aquí y allá. La Nación es formal y explícitamente transterritorial y lo seguirá siendo en el futuro, con mexicanas y mexicanos con plenos derechos residiendo literalmente en cualquier parte y heredando la nacionalidad a su descendencia sin restricción. Gran, enorme asunto.
En sentido estricto, la Nación transterritorial surgió en 1997 con la reforma constitucional de ese año. Con esa reforma, padres y madres mexicanos –únicamente los nacidos en el territorio mexicano– podían heredar la nacionalidad a su descendencia nacida en el extranjero, sin que la doble nacionalidad fuera obstáculo. De hecho, la reforma fue muy importante por posibilitar la doble nacionalidad y por eliminar la disposición que castigaba con perderla a las personas que obtuvieran otra.
En 1997, cabe insistir, la continuidad generacional de herencia de la nacionalidad quedó restringida por la condición de que los padres o madres hubieran nacido en México. A partir de 2021 ese candado se eliminó. Ahora la herencia de nacionalidad puede ser continua, entre sucesivas generaciones, aunque los padres o madres hayan nacido en el extranjero. Para ponerle números, las y los nuevos mexicanos reconocidos en 1997 son hoy 13.7 millones, viviendo en los Estados Unidos. Y ahora, con la reforma de 2021, las y los nuevos mexicanos son 12 millones adicionales. Es decir, en total, la Nación mexicana de hoy ronda más de 164 millones de personas, incluyendo a quienes emigraron, principalmente a los Estados Unidos (11.7 millones) y a quienes estamos en el territorio (128 millones).
Uno de los problemas inmediatos de la Nación transterritorial es que las y los nuevos mexicanos no tienen conocimiento del estatus que la Nación les reconoce. Reitero, con plenos derechos, como cualquier otra mexicana o mexicano. El segundo problema es que no nos hemos ocupado en difundir y preparar la estrategia para formalizar ese reconocimiento, como sería el caso mediante actas de nacimiento, pasaportes y… la credencial de elector, por ejemplo. Sobre este último aspecto, ¿cómo se ejercen los derechos políticos de las y los nuevos mexicanos? ¿O se atreverá alguien a decir que no los tienen?
El tercer problema, mucho más grave, es que el Estado, sus instituciones y la clase política siguen pensando en el México del siglo XX. Siguen creyendo que la Nación, sus integrantes y las responsabilidades de gobierno están únicamente en el territorio. Ese pasado, precisamente, ya pasó. Hoy la realidad es muy diferente.
El desafío consiste en comprendernos, relacionarnos y crecer con base en la nueva Nación. Nada simple ese objetivo, especialmente considerando que implica también comprender desde una perspectiva muy distinta la relación bilateral con los Estados Unidos. En suma, la agenda de futuro abierta por la Nación transterritorial es inmensa y apenas estamos en el punto inicial. Primera llamada.