It is impossible to overlook the extent to which civilization
is built up upon a renunciation of instinct….
Sigmund Freud, Civilization and Its Discontents.
Instinto
El efímero Homo neanderthalensis, quien por cierto no sólo era más fuerte que el sapiens sino que además tenía un cerebro más grande que el nuestro, consiguió el doble de permanencia que la que nosotros llevamos. Encima, consideremos que durante la mayor parte de nuestra historia —que fue prehistórica— los sapiens, si acaso, desplegamos las mismas tecnologías que los primos neandertales. Imaginemos que es un solo día el lapso que va desde la primera aparición arqueológicamente documentada del Homo sapiens, hace unos 200 mil años, hasta el presente. De esas 24 horas, el tiempo durante el cual los humanos fueron sólo cazadores-recolectores se habría prolongado a lo largo de casi 23 horas. Es decir, 95% de nuestra existencia lo pasamos a salto de mata, refugiándonos en cuevas, tallando piedras…, atendiendo básicamente la programación que llevamos en los genes, nuestros instintos. Y con todo y que nuestra evolución natural y cultural ha ocurrido en apenas un pequeñísimo instante, el impacto que hemos causado es planetario. Comparemos…
Los procariotas han habitado la Tierra desde hace unos 3,500 millones de años. En términos evolutivos, el cambio más trascendente que han impulsado estuvo a cargo de las cianobacterias, bichos que, hace unos 2,300 millones de años, desarrollaron la fotosíntesis, con la cual, por fortuna, oxigenaron el orbe y posibilitaron el surgimiento de formas de vida más compleja. Sin las microscópicas cianobacterias jamás hubieran podido existir ni los dinosaurios ni la ballena azul, un mamífero que llega a pesar hasta 200 toneladas. Bueno, ni cetáceos ni hormigas.
“Las comunidades de hormigas están dirigidas por una o varias reinas —leo en un artículo de NatGeo—, cuya misión en la vida es poner miles de huevos para garantizar la supervivencia de la colonia”. Muy bien, pero ¿“dirigidas”? Porque en realidad ni son reinas —la colonia no está organizada como una monarquía— ni “dirigen” a nadie; sencillamente todas saben lo que tienen que hacer, y lo hacen. Cuando construyen un hormiguero, por ejemplo, ninguna necesita que otra hormiga le enseñe cómo tiene que intervenir; su instinto se lo indica.
Instinto proviene del latín instinctus, “lo que te pincha e instiga desde el interior”. ¿Los primeros sapiens que buscaron refugio en una caverna lo hicieron por instinto? Seguramente, considerando que nuestros ancestros lo venían haciendo desde cientos y cientos de miles de años atrás. Habitadas a lo largo de medio millón de años por diversos homínidos, las cuevas de Nahal Me’arot, ubicadas en la cuesta oeste del Monte Carmelo, ofrecen un magnífico registro de la vida troglodita. En sus cavidades y túneles, sus últimos inquilinos, neandertales y sapiens, comían, se reproducían, ejecutaban rituales funerarios, facturaban herramientas… Nahal Me’arot testimonia tanto la evolución biológica como el incipiente desarrollo cultural del hombre, tanto sus respuestas instintivas como sus inaugurales invenciones tecnológicas.
Sapiens
A lado las cianobacterias, las hormigas —y todos los eucariotas, incluidos nosotros— son fauna muy novedosa. Si la biósfera tuviera 24 horas de edad, y la actualidad fuera la media noche de ese día, los organismos multicelulares habrían aparecido en la Tierra casi hasta las once de la mañana, y la vida terrestre habría comenzado a diversificarse hasta las diez de la noche. Las hormigas habrían surgido de la cadena evolutiva hace apenas una hora y la pedrada cósmica que causó la extinción de los dinosaurios habría ocurrido hace apenas 27 minutos. Los australopitecos habrían aparecido a las once de la noche con 58 minutos y 20 segundos. Y nosotros los sapiens hace solamente cinco segundos…, durante la mayor parte de los cuales, tres segundos y un cuarto, nos dedicamos apenas a sobrevivir en el sureste africano. ¿Y el otro segundo y tres cuartos?
Hace unos 70 mil años los sapiens salieron del continente africano para plagar el orbe. Hoy, no queda un centímetro cuadrado de la superficie terrestre, emergido o marino, que no pensemos nuestro. Y lo mismo el subsuelo, el espacio aéreo, el espectro radial…, incluso el espacio exterior, la Luna y demás cuerpos celestes, considerados por nosotros mismos “patrimonio común de la especie”, según se asienta en el tratado internacional respectivo de 1967. Y eso que sólo hace unos 40 mil años comenzamos a dejar trazas de la revolución cognitiva que estábamos experimentando y que daría origen a la cultura, nuestra naturaleza. Hace unos diez mil años, con la revolución agrícola y el sedentarismo, ninguna de ellas respuesta instintiva, ambas innovaciones culturales, comenzamos a apropiarnos del mundo. En un parpadeo “… hemos pasado de ser un primate insignificante en peligro de extinción en las sabanas de África hasta convertirnos en el animal grande más numeroso de la Tierra” (Gaia Vince, Transcendence.). Ninguna especie de la fauna mayor ha logrado la población que hoy alcanzamos —superamos 7,900 millones en octubre pasado y estamos a meses de llegar a la colosal cifra de 8 mil millones—. Con todo, en términos de biomasa, resulta (in)significativo nuestro peso comparado con la presión que ejercemos sobre la biósfera: ¡los humanos sólo conformamos el 0.01% de la materia viva! (Yinon M. Bar-On, Rob Phillips, and R. Milo, “The biomass distribution on Earth”. PNAS. June, 2018). Aunque por peso nuestra participación relativa en la biomasa es estadísticamente despreciable, hemos intervenido por doquier, de tal suerte que los llamados espacios naturales ya sólo quedan como una abstracción, y tristemente somos responsables de la sexta extinción masiva de especies que ha acontecido en la Tierra. Durante el último segundo del día de la biósfera, los sapiens nos adueñamos del planeta.
@gcastroibarra