Justo este domingo pasado, el país entero celebró la reconocida aparición de la Virgen de Guadalupe al indio Juan Diego en el cerro de El Tepeyac en la Ciudad de México, aparición que se afirma sucedió el 12 de diciembre de 1531, esto es, el 490 aniversario del misterioso evento. En esta fecha tan importante para los mexicanos y respetuoso como es, el presidente Andrés Manuel López Obrador, suspendió todas sus actividades proselitistas (y oficiales) en una muestra más de su ya conocida y atinada habilidad para acomodarse y sacar provecho de una pretendida identificación con la idiosincrasia del pueblo bueno y los votos que lo acompañan de tanto en tanto.
Pero veamos más de cerca el posible fondo de esta “desinteresada” manifestación de respeto a las tradiciones de la mayoría del pueblo mexicano por parte de López Obrador, y no es por desconfiar, pero el huésped de Palacio Nacional, no regala su presencia o su ausencia, ni su palabra o su silencio, sin una clara intención o renta política, principalmente electoral.
Según el Censo de Población y Vivienda realizado por el INEGI el 2020, año del inicio de la pandemia, por cierto, la población en México asciende a 126´014,024, de los cuales el 51.2% son mujeres y el 48.8% hombres. Igualmente, según el mismo instrumento estadístico, el 77.7% es población cuya religión es la católica, esto es, 73´532,172 mexicanos, mayores de 18 años, celebraron la cuarta aparición de la Virgen Morena del Tepeyac. Ojo, debemos aclarar que entendemos que nada tiene que ver lo de la “cuarta” aparición al indígena Juan Diego con la empoderada Cuarta Transformación ni lo de “Morena” con el Movimiento de Regeneración Nacional, son meras accidentales (y afortunadas) coincidencias.
Sí, el pueblo bueno, reconoce y agradece a AMLO su discreto y respetuoso silencio a las tradiciones nacionales. Pero hasta dónde respeta realmente la 4T a los mexicanos. Revisemos los resultados del Censo citado. El investigador Alejandro Díaz Domínguez, en su colaboración de la revista Nexos de febrero del presente año titulado “¿Qué nos dice el Censo 2020 sobre religión en México”, señala que, de acuerdo a una clasificación de las localidades del país en 14 categorías por número de población, en aquellas localidades entre 1000 y 99000 habitantes, se concentra el 80% de la grey católica, esto es, casi 59 millones de mexicanos en edad de votar e identificados como católicos. Cifra interesante ¿no? Ahora bien, a nivel estatal, sólo ocho entidades se han alejado del 75% de la población afín al catolicismo, Baja California, Campeche, Chiapas, Oaxaca, Quintana Roo, Tabasco, Tamaulipas y Yucatán; y cuatro entidades sostienen una población declarada católica arriba del 90%, Aguascalientes, Guanajuato, Jalisco y Zacatecas, el resto de las entidades su afinidad al catolicismo oscila entre un 75 y un 90%, esto es 20 entidades del país.
¿Por qué hacemos todo este ejercicio estadístico apenas celebrado el 12 de diciembre? Porque la alta popularidad de López Obrador (65%), no es ni un accidente ni se soporta en el enigmático carisma del presidente ni lo atinado de su proyecto de nación (?) de la llamada Cuarta Transformación; sin duda alguna, es el resultado de una bien trabajada estrategia política con una arquitectura diseñada al mínimo detalle, entre ellos el que hoy nos ocupa, relativo a la vertiente religiosa de la mayoría de los mexicanos en edad de votar.
Sin embargo, el guadalupanismo de la 4T, cuya vertiente político electoral es definitivamente efectiva y puntual, choca con la realidad que día a día viven los mexicanos en todo el país. La mera genialidad estratégica político electoral no alcanza a justificar y explicar las experiencias vividas a lo largo de la primera mitad del gobierno de López Obrador y su “cambio verdadero”, su “honestidad valiente”, su “por el bien de todos, primero los pobres”. A tres años de una machacona campaña política permanente, a través de su inefable transformación vía las insidiosas mañaneras, sus programas “Jóvenes construyendo el futuro” o “Sembrando vida” o sus fantasmales universidades “Benito Juárez”, sus caprichosas magnas y opacas obras del aeropuerto Felipe Ángeles, o la probablemente inútil e inundable refinería Dos Bocas, o el destructor del medio ambiente del Tren Maya, qué, como arena del desierto con el agua, absorben los recursos presupuestales de la nación año con año. Dejando para otro momento la resolución del problema de la violencia e inseguridad, con más de 100 mil muertes violentas en lo que va de la presente administración, o las 269,620 muertes provocadas por la desatención de la pandemia del covid-19, o la creciente inflación económica, el crecimiento económico a la baja, la salida de capitales por derivada de la desconfianza y ausencia del respeto al estado de derecho. La pésima gestión del problema de la migración, alcanzando niveles de riesgo grave de la aplicación y respeto de los derechos humanos por la ausencia de políticas públicas responsables por parte del Estado mexicano.
La 4T y su respetuoso trato a las creencias de la mayoría de los mexicanos, sólo la muestran como una oportunista y convenenciera actitud, que contraviene con la necesaria y urgente atención de los problemas nacionales, que esos 73.5 millones de mexicanos católicos demandan ser resueltos de manera inmediata, a saber, salud, seguridad, empleo, educación, alimentación, esa quizá sería una muestra real y efectiva del respeto presidencial al pueblo bueno.
La 4T guadalupana, já, sólo de dientes para afuera.
mario.bravo58@hotmail.com