Si bien los seres humanos cuentan con una tendencia a conquistar y dominar la naturaleza, se requiere poner límites que lleven a la sociedad a generar y provocar trastornos ambientales, como los descritos por Jared Diamond en su libro Colapso (2007) en el que describe detalladamente cómo el abuso indiscriminado e irracional de los bienes naturales, llevó a ciertos grupos humanos, e incluso culturas, a la ruina al quedar sin los medios básicos de subsistencia.
Aldo Leopold (1887-1948), uno de los primeros y más importantes defensores de la tierra indicó en su famoso artículo La ética de la tierra (1949) «Una ética de la tierra cambia el papel del Homo sapiens: de conquistador de la comunidad de la tierra al de simple miembro y ciudadano de ella. Esto implica el respeto por sus compañeros-miembros y también el respeto por la comunidad como tal». El problema ha radicado, y sigue radicando, en las ideas que tenemos de la naturaleza y de muchos de los seres no humanos que la habitan, que si bien, no son de nuestra especie, merecen respeto y sobre todo a que seamos responsables de sus hábitats, mismos que a lo largo de la historia los seres humanos se han encargado de llevar al colapso y con ello a una extinción masiva de seres vivos, plantas y animales, y aunque digan historia no me refiero a algo que pasó, sino que actualmente sigue pasando y hacemos poco o nada para remediarlo. Mucha de la indiferencia, falta de empatía y conocimiento del tema, viene porque solo se atienden las urgencias que se presentan en nuestra cotidianidad, jamás ponemos atención en la cadena de suministros que marcan el origen de lo que compramos y consumimos; pensamos que el alimento viene de lugares en donde se produce de manera simple, infinita, sin impactos ambientales ni daño a otros seres. La preocupación del citadino está puesta en las ofertas de las tiendas donde usualmente se compran y el cuestionamiento jamás va más allá de esos sitios. Se cree que las acciones citadinas no afectan a otras especies, lo cual es completamente falso, porque somos precisamente las personas que vivimos en los núcleos urbanos quienes fomentamos, a través de nuestros excesivos consumos, la explotación indiscriminada de la naturaleza por parte de grupos empresariales perversos promotores en muchos casos del especismo.
El especismo es una forma de violencia y está respaldada por la ignorancia hacia este tema. La mayoría de los seres humanos son especistas sin saberlo, pues hacen uso de otras especies en favor de la nuestra, es decir, se ha explotado, específicamente a los animales, para obtener beneficios tan básicos como alimentarse de ellos hasta otros que tienen que ver con la diversión o la compañía, por ejemplo. Ya hay suficientes autores que han abordado el asunto de la liberación animal (Singer, 1975) y el de la defensa de los derechos animales (Regan, 1983), desde hace ya varias décadas, lo que hoy en día ha promovido una mayor conciencia social hacia el tema, pero lo más importante es que se han empezado a tomar cartas en el asunto desde el ámbito jurídico por medio de la promoción de proyectos de iniciativa de ley que son llevados a los congresos con el objetivo de que se hagan cambios constitucionales y que se integre con ellos el derecho a la defensa de los animales no humanos.
Este próximo viernes 10 de diciembre en el Seminario Permanente de Ética Animal, coorganizado entre el Departamento de Filosofía de la UAA y Movimiento Ambiental de Aguascalientes tendremos un conversatorio en el que se discutirán las iniciativas presentadas recientemente al senado para modificar el estado legal de los animales no humanos en la Constitución Política delos Estados Unidos Mexicanos. Esta sesión estará coordinada por Rosa María de la Torre Torres quien es Doctora en Derecho constitucional, Profesora e investigadora de tiempo completo en la División de Estudios de Posgrado de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, especialista en derechos humanos, fundadora del Grupo de Investigación en Derecho Animal (GIDA) y fungió como diputada en la LXXIII Legislatura.