Indignarse/ Bajo presión - LJA Aguascalientes
23/11/2024

Nada más sencillo para llamar la atención que indignarse, gritar el enfado que nos provocan los actos de injusticia, manifestarse de manera altisonante ante algo que ofende, señalar a gritos aquello que nos puede perjudicar; en tiempos de la corrección política, la indignación se ha tornado el sentimiento que con mayor frecuencia se emplea para demostrar que se está del lado correcto.

Indignarse se ha vuelto simple, la vida nos abastece a cubetadas con motivos para hacerlo, en especial en un país donde la desigualdad y la corrupción son crónicas, cuando podemos presenciar sus consecuencias a cada paso, en la pobreza, la indigencia, la violencia y la falta de oportunidades para todos; somos un país de víctimas, todos hemos sido, somos o seremos agredidos en algún momento.

Como toda expresión de la violencia, la indignación es inútil, es una explosión de enfado que proviene de una perspectiva moral, sesgada por el rechazo a lo que no es igual a nosotros, a lo que no entendemos o queremos cerca; a la indignación la mueve la creencia de que al mundo entero le obsesiona lo que uno piensa sobre el estado de las cosas. Para actuar, para organizarse en contra de aquello que nos parece injusto no se requiere indignación alguna, basta hacer.

La ira que se expresa a través de ese sentimiento, además, lleva al engaño, se confunde la indignación con la empatía. Como si llevar la pancarta más llamativa, corear la rima perfecta, redactar el tuit demoledor o compartir en redes la fotografía con los filtros indispensables para indicar enojo fueran similares al acompañamiento de las víctimas, establecer un diálogo o realizar un gesto.

Indignarse es lo de moda, nada que satisfaga más nuestra necesidad de aceptación por la masa digital que compartir ese sentimiento y sea obsequiado con emoticones o likes, lo que realmente está siendo premiado es el ego, en nada cambia la situación que nos indigna por recibir el reconocimiento de uno, miles o millones de guerrilleros de escritorio, recompensa fugaz, pues la misma atención que recibe nuestra manifestación, de inmediato pasa a cualquier otra banalidad.

La explosión de enojo por el estado de las cosas no suele tener mayor alcance, no modifica nada, la más de las veces únicamente muestra una reacción a corto plazo, no un pensamiento que tienda a unir los puntos, elaborar sobre una idea, buscar el porqué de las cosas y qué podríamos hacer para cambiarlas. Es igual de útil que gritar una mentada de madre a un monumento.

Cuando estallamos para mostrar solidaridad con el otro, con una causa, la indignación nos devora, esa satisfacción inmediata que otorga la capacidad de hablar sin filtros nos reduce a ese momento, sin mayor consecuencias, insisto, nos reduce a una simple expresión de ira que es capaz de disfrazar para nosotros mismos los motivos de aquello que nos enfada y quienes somos ante ciertos hechos, la indignación con que se manifiestan los extremos es la misma, en nada se distingue el grito que quien tiene fe en un sí a quien cree en el no, la violencia con que defendemos nuestras creencias sólo tiene como objetivo anular al otro.

Mientras la indignación y expresarla sean el signo de los tiempos, el estado de las cosas y sus víctimas permanecerán sin cambiar.

Coda. Dejar de confundir la indignación con la empatía, considero, debería ser el primer paso para iniciar las acciones necesarias para el cambio.


@aldan


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Edilberto Aldán
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