Días atrás Jorge G. Castañeda publicó, en su blog de Nexos, un análisis de la encuesta más reciente de GEA-ISA donde concluye, a partir de la respuesta a dos preguntas, que quienes apoyan al presidente López Obrador lo hacen por razones emotivas y los que lo rechazan por racionales.
La encuesta arroja que el 33 % de quienes aprueban al presidente dice hacerlo porque tiene buenas intenciones; 12 % porque se identifica con él y 12 % porque tiene la esperanza de que las cosas cambien en el país.
Las otras dos respuestas son de carácter lógico y racional: El 18 % dice que lo apoya porque ha tenido buenos resultados y otro 18 % porque sus programas sociales han beneficiado a su familia. El 57 % de las valoraciones son emocionales y el 36 % racionales.
Los que no aprueban al presidente el 30 % responde que es porque no lo representa; el 29 % porque ha tenido malos resultados y el 19 % porque es un líder autoritario. La suma de estas respuestas de carácter racional es del 78 %. Hay una significativa diferencia en la base de la argumentación entre quienes valoran bien al presidente y quienes no lo hacen.
A partir de estas respuestas, Castañeda plantea que “la gente que lo aprueba lo hace por emociones, esperanzas o atributos personales de López Obrador, por lo menos en la mente de sus seguidores (las intenciones son insondables, por definición). La gente que lo rechaza lo hace por realidades”.
Al tercer año de su gobierno López Obrador tiene el mismo nivel de aceptación que Zedillo, Fox y Calderón que ronda en el 60 %. La valoración es alta si se considera el desastre que ha sido su gobierno. Ahí está, entre otras cosas, el número de las muertes en exceso por un mal manejo de la pandemia, el aumento de la pobreza, la cantidad de homicidios dolosos que supera a cualquier gobierno anterior, los datos de los desaparecidos y de los feminicidios.
A pesar de esta realidad, que afecta sobre todo a la población más pobre y desprotegida, el presidente tiene una valoración, que puede considerarse medianamente alta. ¿Por qué? Le sucede lo mismo que a otros populistas del mundo cuyos seguidores y simpatizantes no valoran al gobernante por el resultado de la acción sino por la relación emocional que establecen con él y también por la esperanza que éste despierta en ellos. De parte de estos exige un efectivo manejo de la comunicación.
Otro elemento que abona a la respuesta considero es, sobre todo en sectores de la academia, del periodismo y también de la militancia con mayor escolaridad, que estas personas construyen un personaje, el que quieren que sea, y se lo asignan al presidente. Terminan por convencerse que es lo que ellos imaginan, aunque no existe ningún dato que lo fundamente. Siguen en la lógica de la invención de la realidad.
Castañeda plantea al final de su texto que “debe haber un sector de la sociedad menos inclinado al pensamiento mágico —y más afín al pensamiento basado en realidades— que puede desprenderse del apoyo al presidente. No es grande ese segmento, pero en teoría no es minúsculo. La clave de todo yace en saber si ese sector va a cambiar de bando, conforme los méritos personales de AMLO se esfumen y los resultados se tornen más visibles, y más contundentes”.
Es una posibilidad objetiva que las encuestas irán midiendo. Existe también el escenario que el presidente, con la reserva acumulada en los últimos 20 años, mantenga hasta el final razonables niveles de aceptación a pesar de sus nulos resultados. Eso es algo que ocurre en otros gobiernos populistas en el mundo. López Obrador tiene en sus manos diversos recursos, para mantener y alimentar la relación emocional, uno de ellos, lo maneja muy bien, presentarse como víctima que requiere el apoyo de su pueblo.
@RubenAguilar