Decir no es difícil. Como mexicanos tal vez no haya una palabra más complicada de pronunciar a pesar de su tamaño. Es un monosílabo de sólo dos letras, pero nos cuesta decirlo. Y nos cuesta aún más aceptarlo. Los mexicanos disputamos cada no como si fuera algo de vida o muerte. Cada vez que pedimos un favor y nos dicen no preguntamos por qué, que qué podemos hacer para cambiarlo, que qué gacho, que si se acuerda de la vez hace muchos años en la que le hicimos el favor, que luego se le va a ofrecer. El no que recibimos lo guardamos como arma a futuro, como una pesada bola que cargamos hasta que se la regresamos al dueño original cuando nos pide un favor. Y luego nos lo disputan. Es un círculo vicioso.
Pero el no es necesario siempre. Me atrevo a decir que sirve más que el sí, social y políticamente hablando.
Los relatos en los que vivimos que en lo general vienen desde los cotos de poder se deben disputar. El gobierno nos pone su versión oficial. Y lo importante es el adjetivo. El gobierno invita a que le disputen el relato, la verdad, pero a su vez es amenazante. Esto es lo que dijo el gobierno y lo respaldan los políticos, la policía, el ejército. Negarlo es ponerse delante de todo su aparato y enfrentarlo. Es terriblemente desigual la contienda: el que lo niega da la cara, tiene nombre y apellido, pero ¿qué cara da el gobierno? ¿El presidente municipal, el gobernador, el presidente son la cara del gobierno? ¿Ellos son a los que nos enfrentamos cuando negamos su versión y la competimos con pruebas, hechos, declaraciones? No. Ellos son sólo ruedas del sistema de aquello llamado gobierno. Un día están y al siguiente desaparecen. El gobierno permanece y la versión disputada puede ser disputada al momento o en el futuro, cuando los gobernantes ya son otros. Los gobernantes sólo son máscaras del sistema que está detrás. La obligación de disentir es mirar detrás de la máscara, revisarle los engranes a Moloch y descubrir por qué funciona de forma tan equivocada. Porque el estado no tiene nombre ni apellido. Es un sistema.
Disentir es un peligro. Disentir en México puede rayar en lo suicida como lo demuestran los siete periodistas asesinados en lo que va del año.
Pero también disentir es probablemente el más grande derecho que nos otorga la libertad. Una persona que no es libre no puede negarse a algo. ¿Alguien bajo un régimen totalitario puede decir que no sin miedo a que la maquinaria estatal abiertamente lo silencie? No. Lo primero que hace un estado totalitario es el derecho a negarte, a disentir, a decir que no. El estado manda y tú eres su esbirro complaciente. Todo el que disiente es malo, es el enemigo, es un cáncer que hay que extirpar.
Aunque pensemos que en las democracias no sucede, estamos equivocados. En estados democráticos damos por sentado el derecho a negarse, como si siempre hubiera estado. La realidad es que no es así. En México el presidencialismo antes no nos permitía disentir. Los políticos tenían la batuta como reyes pequeños, mínimos, de poder absoluto en sus geografías: aquí va una calle porque así lo dictan mis ganas, aquí va un parque porque me gustan los parques, ese empresario me vio feo cierra su empresa. ¿Quién necesita expertos si sus deseos son órdenes? Por ello siempre es necesario cuestionar, no creer, no aceptar, decir que no. Sobre todo, en México. Sobre todo, ahora, cuando tristemente la libertad de disentir también la usan grupúsculos que buscan mantenerse en el poder que confunden sus derechos con el abuso a otros grupos. ¿Se deben negociar derechos básicos de todas las poblaciones? No. ¿Se debe pedir permiso para manifestar el rechazo a políticas públicas? No. No hay que confundir el derecho a disentir con la discriminación.
Se equivocan cuando dicen que disentir es oponerse a la idea. Disentir no es sólo decir que no, no es ponerse frente a la otra persona como si de un combate se tratara, sino que es a partir de ese disenso que se construye el diálogo porque el no, en muchas ocasiones no es absoluto. Disentir es estar en la misma cancha, sin tener que escoger bandos, porque un día podemos estar de un lado y al siguiente de otro, no por incongruencia ideológica, sino porque la razón no brota siempre de la misma fuente. La negación a veces tiene la función de echar luz sobre la sombra de algo, pues somos seres falibles con una visión sesgada e incompleta. Cuando alguien nos dice que no es posible que sea porque no estamos viendo algo. Ese no es como si alguien te acercara la pieza del rompecabezas que le faltaba al paisaje, propuesta o ley. Si siempre decimos que sí ¿qué podemos esperar de nuestro gobierno, de nuestros jefes, de la sociedad?
Disentir es el derecho primordial de la democracia y debemos defenderlo y aplicarlo. Pero también sostenerlo con pruebas y evidencias. Decir que no, sólo por la persona que lo dijo es estúpido. Llevar la contra por llevarla no construye. El disenso sí. Por una sociedad que disienta más.
P.D. Mis felicitaciones a LJA.MX y a todo su gran equipo por cumplir dos años de existencia (sin contar los cumplidos bajo el nombre de La Jornada Aguascalientes), dos años de disenso y de cuestionar a los gobiernos y a sus máscaras. Que sean muchos más años de su estupendo trabajo.