00:00/ Por mis ovarios, bohemias  - LJA Aguascalientes
22/04/2025

Woke up, fell out of bed

Dragged a comb across my head

Found my way downstairs and drank a cup

And looking up, I noticed I was late

Found my coat and grabbed my hat

Made the bus in seconds flat

Found my way upstairs and had a smoke

And somebody spoke and I went into a dream

A Day in the Life. The Beatles


 

Bien. Eso es lo que se responde a los que preguntan cómo estás. Qué otra cosa se responde en medio de una pandemia que cambió la vida de todos y arrebató la de tantos. A veces en medio de las charlas de protocolo dan ganas de contestar la verdad. Ni antes de la pandemia ni durante se está completamente bien. Es solo una manera suave de evadir la realidad de manera momentánea, acaso con la idea de que después de repetirla muchas veces se convierta en un hecho.

Yo todavía despierto todos los días con la lámpara encendida porque aún no me acostumbro a dormir a oscuras. Es un miedo muy lejano al infantil porque los monstruos habitan dentro de mí y no en el armario. Pero el día comienza y la rutina también. Los sonidos de la calle confirman que las personas siguen allá afuera con todos los arquetipos nuevos y conocidos, sea lunes o domingo, sábado o jueves. Y que yo también sigo aquí.

Bien, estamos bien después de meses enteros de forzosas vigilias de no salir a la calle ni abrazar a los nuestros, mecanismos de defensa para lo desconocido y que poco a poco hemos desechado al sentirnos confiados porque pronto, en algún momento, la vida volverá a su cauce natural.

Lo natural, por supuesto, en esta ciudad como miles en el mundo, es pasar violencia, hambre y frío conforme el devenir de los gobiernos y los gobernantes. Lo natural para mí es observar asqueada a la clase política, sus corruptelas y su insulsa resolución de problemas. ¿Te asesinaron? Una patrulla. ¿Pasas hambre? Una despensa. ¿Frío? Una cobija.

Lo natural es ver las noticias y salir a la calle y darse cuenta que nada es tan fácil ni numérico como lo que se plantea. Que no existe mejor ventana para conocer al mundo que los ojos de los otros pero que es  una mentira eso de ponernos en sus zapatos. Es una mentira que sepamos lo que otros padecen. Lo natural es reducir y encasillar los sentires como si todos los miedos fueran iguales, como si eso calmara la desazón de una madre que no sabe dónde están sus hijos. Como si imaginar el cautiverio de la cárcel nos diera una idea siquiera de lo que es vivir tras las rejas. 

Lo natural es contemplar el reloj esperando que termine el calendario gregoriano para desear con todas mis fuerzas que el próximo año sea mejor, un nuevo salario, un nuevo amor, un nuevo todo una vez que la hora indique la llegada del primer minuto que me ofrece otra oportunidad para hacer las cosas diferentes. Y mejores. Aunque yo no quiera hacer las cosas diferentes. Ni mejores. Contemplar el reloj también sirve, dicen, para hacer ejercicios de introspección. Soy una mujer de 40 años que según el internet ha dormido 22 años de su vida, ha pasado 11 meses tirando agua mientras se baña y 37 días teniendo sexo, y aunque todo eso sea falaz sé perfectamente que no cambiaría ni un solo segundo de las horas dormidas, el agua desperdiciada, las caricias de cada minuto de todo el tiempo de mi vida. Por muy bueno o malo que fuera.

Por supuesto que miles de veces he deseado quemar la ciudad o gritar a media noche solo para romper la serenidad del aire. Yo que me he degenerado y corrompido lo escribo muy lejos de la expiación de culpas sino más bien con el orgullo del sobreviviente a un naufragio, al desamor, al vacío, a la soledad o a la pandemia, hasta ahora.

Porque así como me perdí en calles oscuras, amores mediocres y crucé ciudades sin dinero, también me incendié de júbilo, compré flores o volví parques moteles de paso como si tuviera episodios de clarividencia que misteriosamente vaticinaban que todo estaría bien, que grandes cosas estaban por llegar, sin saber siquiera si eran buenas o malas, pero una cosa era segura, eran grandes y estarían bien, y aunque la mayor parte del tiempo vivo con los ojos cerrados para no darme cuenta, los vuelvo a abrir para ver mejor, los vuelvo a cerrar para suspirar y tomar aire y recordar las cosas perdidas, las vivencias, las risas de fin de semana, para abrirlos una última vez, de nuevo, y ver de frente los ojos de los míos.

Escribo esto en medio de una laguna mental. También con los ojos cerrados trato de recordar unos versos de Safo sobre amor y ternura, y no puedo, quería usarlos de epígrafe para estas últimas palabras en los últimos días del año. Quería priorizar el amor y la ternura después de tantos años de carecer de esto. En cambio, mi memoria banal me alcanza para recordar el famoso monólogo de la película Trainspotting: ‘elige la vida, elige un empleo, elige una carrera, elige una familia’ y a estas alturas nada me parece tan arbitrario como estas elecciones. Será porque me cuesta mucho tomar decisiones y porque si se trata de elegir, el pobre es pobre porque quiere, dicen los estúpidos. Tomar decisiones por la mañana incluye pensar en cómo llegan los últimos días del año. Mientras, hay que atravesar el umbral de 2021 al 2022 y saber bien lo que sigue.

He vivido 39 años nuevos. Realmente una vida apacible y mundana, sin grandes cosas ni tropiezos verdaderos que me hagan sumirme en la miseria como para no esperar las campanadas a la hora cero. Esa es la vida. Un día en la vida. Un minuto en la vida. Un momento en la vida. Hasta que se termine. Porque ni el dolor de todos los pueblos, la pobreza, la pandemia, los delirios de grandeza, la soledad, las drogas, los abrazos, las ausencias, las lámparas encendidas, los estruendos de la calle, detendrán el reloj a las 23:59 para que nos alcance toda la vida y ver qué hemos hecho de nosotros. Esto somos. No hay nada de qué arrepentirse. 

Bien. Eso es lo que se responde a los que preguntan cómo estás. Estamos bien.

 

 @negramagallanes


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Tania Magallanes

Jefa de Redacción de LJA. Arma su columna Tres guineas. Fervorosa de lo mundano. Feminista.

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