Se habla de ello hasta el cansancio: nos encontramos en un clima social polarizado. Las personas han roto cualquier vínculo público con quienes no creen lo mismo que ellas y que no pertenecen a su tribu. Las consecuencias de ello son una deliberación pública incivilizada, el creciente antagonismo y el estancamiento en la resolución conjunta de los problemas públicos. En este contexto, la democracia se convierte en la lucha electoral entre los polos, cuyo vencedor dominará política y socialmente al otro, incluso cuando su legitimidad provenga sólo de unos cuantos votos.
La configuración de los polos políticos y sociales parte de una base cognitiva. Las personas que pertenecen a uno u otro polo comparten ciertas creencias que agrupan cuestiones en apariencia disimiles: el cobro de impuestos, la posesión de armas, el matrimonio entre personas del mismo sexo, la migración, etc. Pensamos los gobiernos como las familias, nos han dicho quienes se dedican a la lingüística cognitiva, por lo que las creencias que tengamos con respecto a las cuestiones enunciadas dependerán de la manera en que pensemos en una familia: o bien que los padres deben ser estrictos con sus hijos, o bien que deben ser protectores. Así, los polos reciben diversas etiquetas: conservadurismo o liberalismo, derecha o izquierda, comunitarismo o individualismo, neoliberalismo o socialismo. También, hay quienes sugieren que en un polo hay una mayor deferencia ante la libertad individual y en el otro ante la igualdad social. A pesar de ello, estas distinciones son mucho más complejas de lo que este pretendido maniqueísmo intenta representar. Lo cierto, no obstante, es que muchas personas se agrupan en bandos, y esos bandos se configuran a partir de creencias, las cuales detonan fuertes emociones y acciones a veces radicales.
Así, en una sociedad habrá mayor polarización si las creencias de los bandos son más homogéneas y se encuentran más distantes de las del otro bando. Por ejemplo, si quienes pertenecen a un polo creen que el pago de impuestos es un robo (de manera literal), y los del otro que el Estado debe cobrar impuestos altos y progresivos, la polarización será mayor que si simplemente se encuentran en desacuerdo sobre el porcentaje de un impuesto en particular.
La nuestra es una sociedad profundamente polarizada porque diversos actores políticos han fomentado la homogeneidad grupal: la ortodoxia tribal. En una sociedad fracturada en polos, el diálogo y la deliberación constructivas entre los extremos resulta imposible. Y lo que es peor: lo que más se castiga es la herejía. Nuestros peores inquisidores son quienes más cerca están de nosotros. Alguien que se considera de izquierda jamás tendrá un diálogo con alguien de derecha, lo denostará en su interior y pasará de largo. Pero que a alguien cercano a esa persona no se le ocurra disentir con respecto a los matices de uno de los preciados dogmas de su tribu, pues le esperará la guillotina social: el patíbulo de las redes sociales.
El problema con una sociedad que construye polos, los aleja, fomenta dogmas tribales y los castiga, es que abandona la pluralidad y heterogeneidad social que son las que posibilitan el pensamiento crítico, la innovación, la creatividad, y el progreso epistémico y moral de las personas. Una sociedad fracturada, cuyos polos son monocromos, monótonos y homogéneos, destierra a la democracia en favor de una dictadura de una mayoría sin demasiada legitimidad. Dado que pienso que este escenario es nefasto social y políticamente, debemos fomentar las herejías. Las ortodoxias tribales son la muerte del pensamiento, la autonomía y la libertad.