Nos guste o no, los esfuerzos por responder a los desafíos actuales se sitúan al interior de formas de organización colectiva. Éstas expresan ideales, los cuales imponen límites a lo que cada uno puede hacer. Además, plantean problemas distintivos de coordinación. Podemos preguntarnos qué formas de organización podrían llamarse ‘democracia’ y qué ideales son capaces de incorporar.
En un conocido libro, Giovanni Sartori afirma que: “Todos sabemos, más o menos, cómo debería ser una democracia ideal, mientras que se sabe demasiado poco sobre las condiciones necesarias para conseguir una democracia posible, una democracia real”. Aunque el contraste al que apunta es importante, vale la pena preguntarse si sabemos (incluso “más o menos”) cómo debería ser una democracia ideal. Trataremos de mostrar que la respuesta es ‘No’. Sugeriremos que quizá ésas sean buenas noticias.
Nuestro tema concierne a la teoría democrática normativa, que de acuerdo con Thomas Christiano se propone determinar cuál de las formas que puede tomar la democracia, si acaso alguna, es moralmente deseable y en qué contextos. En esto se distingue de asuntos descriptivos sobre el estudio empírico de las sociedades que sucede que llamamos ‘democracias’. Aunque no son grupos de preguntas totalmente inconexos, son diferentes.
Antes de intentar responder a las cuestiones normativas en teoría democrática, debemos investigar qué formas puede tomar la democracia. Las sociedades que llamamos ‘democracias’ ofrecen ejemplos (quizá controversiales) de algunas de estas formas de organización política. Pero no nos brindan un catálogo exhaustivo. Para obtenerlo, debemos explorar el ‘espacio lógico’: el conjunto de distinciones entre ‘maneras de ser’ del mundo, como lo describe Agustín Rayo. Para no extraviarnos en tal exploración, se requieren modelar aspectos del terreno que buscamos cartografiar.
Un primer obstáculo que encontraremos es que, como reconoció W.B. Gallie, ‘democracia’ es un concepto esencialmente impugnado. Se trata de un concepto (i) evaluativo, que acredita un logro valorado; (ii) complejo, pues tal logro es internamente complicado; (iii) múltiplemente descriptible, ya que su valor refiere a contribuciones de sus aspectos o partes; (iv) adaptable, que puede modificarse en circunstancias cambiantes; (v) tiene un uso controversial, quienes lo emplean intentan impugnar otros usos y respaldar el propio; (vi) su uso actual se deriva de un modelo original; y (vii) la discusión sobre su uso promueve que se mantenga y desarrolle óptimamente el modelo. Esto significa que hay desacuerdos persistentes (quizá no eliminables) sobre qué puede considerarse como una democracia.
Para modelar esta clase de conceptos esencialmente impugnados Christian List sugiere identificar desiderata que debe satisfacer cualquier caso del concepto, formulando sus variantes lógicamente más débiles que sean máximamente independientes. Esto permite trazar un mapa del espacio lógico relevante del concepto. En la base de los valores que encarna, puede considerarse a la democracia como un procedimiento de toma de decisiones colectivo. De forma abstracta, tales procedimientos pueden describirse como funciones de agregación que toman actitudes individuales y producen actitudes colectivas. Permiten responder a problemas de decisión, que involucran un conjunto de proposiciones a aceptar/rechazar y restricciones sobre qué combinaciones de ellas puede aceptarse consistentemente. Esta caracterización nos brinda un amplísimo catálogo de procedimientos de toma de decisiones. Cuáles de ellos puedan contar como ‘democráticos’ dependerá de sus rasgos. Comúnmente se asume que una democracia plena debe incluir, como mínimo, las siguientes tres condiciones: (a) pluralismo: cualquier combinación de actitudes de individuos sobre las proposiciones consistente y completa es aceptable; (b) mayoritarismo: la aceptación colectiva de cualquier proposición requiere su aceptación por la mayoría; (c) racionalidad colectiva: las decisiones colectivas aceptables deben consistentes y completas sobre las proposiciones.
Como han demostrado Philip Pettit y Christian List ningún procedimiento de decisión satisface conjuntamente estas condiciones (excepto para los problemas más simples). Esto nos enfrenta a un trilema: debe abandonarse al menos una de las condiciones. Si esto es así, hagamos lo que hagamos perderemos algo importante en nuestras democracias, pero quizá eso no sea del todo una mala noticia. Podemos renunciar a alguna condición en algunos contextos y en otros no.
Seguramente un mapa como éste no nos permite determinar cuál de las formas que puede tomar la democracia, si acaso alguna, es moralmente deseable, y en qué contextos. Pero incluso si nos brinda una mejor comprensión de cuál es el conflicto, qué soluciones son posibles y, especialmente, cuáles no. En nuestro esfuerzo por responder a los desafíos actuales, hay ideales que no deberían restringirnos pues simplemente no son posibles.