Honor a quien honor merece, la participación de Andrés Manuel López Obrador en la IX Cumbre de Líderes de América es de aplaudirse, el presidente de México en su encuentro con Joe Biden y Justin Trudeau hizo lo que tenía que hacer como jefe de Estado y lo realizó en los foros adecuados. El presidente propuso fortalecer el bloque económico que representan en el mundo los Estados Unidos, Canadá y México, tuvo la cortesía de reconocer la iniciativa del presidente estadounidense para regularizar la migración y establecer un diálogo de altura con el primer ministro canadiense. Difícilmente se puede calificar de otra manera su participación, fue un éxito.
En un país polarizado, aplaudir a López Obrador por hacer lo que tiene que cumplir como titular del Ejecutivo siempre será mal interpretado, los fieles de toda la vida tienen cerrado el acceso al club lopezobradorista, así que cualquier comentario positivo que se realice sobre el hacer del presidente, pasa por la aduana de la sospecha, se debe pagar una revisión severa que cuestiona a quien se pronuncia favorablemente, de manera reciente, porque ya se agotó el tiempo de las conversiones y no hay cupo para nuevos fieles; mientras que desde la oposición, un halago a un discurso presidencial, inmediatamente es cobrado como una traición, porque quienes están en contra de la Cuarta Transformación sólo han querido crecer a la sombra de la descalificación y el insulto.
Cuando se trata de López Obrador tampoco se aceptan términos medios como indicar que el presidente realizó, en la justa medida, lo que le corresponde hacer como presidente de México; no, porque en este caso, la investidura no otorga capacidad alguna a quien desempeña el puesto y, como ejemplo, baste señalar los ridículos de Enrique Peña Nieto en sus encuentros con sus homólogos de Canadá y Estados Unidos, los tropezones, la pésima pronunciación y la ausencia de resultados priman sobre cualquier otra impresión, sería necesaria buscar en los archivos como para olvidar la pena ajena.
Para enriquecer la discusión pública hace falta mesura porque sobra mezquindad, previo al viaje de López Obrador, la oposición se deshizo en recomendaciones y en resaltar los riesgos que corría la relación entre los tres países por la actitud del presidente, insisto en la oposición y no en el tetratransformismo porque, desde hace mucho, los de este último bando, con su fe ciega, se han negado a aportar nada al diálogo, por lo que han dejado en manos de la oposición la obligación de sanear el intercambio y encontrar el punto exacto en que nos escuchemos todo y seamos capaces de deliberar, sin caer en los extremos.
Lamentablemente, la mesura no distingue a la mayoría de la oposición, de ahí que se construyera desde esas “recomendaciones” un escenario apocalíptico que no se cumplió, y ante la evidencia de un buen desempeño, en vez de reconocer el trabajo de López Obrador, se preferirá el silencio, pero no como una pausa de reconocimiento, ni como tregua, el silencio que omite con tal de no otorgarle la mínima validez a las acciones del presidente, un silencio que miente, que niega, que intenta borrar, un silencio mezquino que rehúye al diálogo.
Coda. En su primera colaboración con la Red Ética de la Fundación Gabo, Álex Grijelmo señala que uno de los retos menos visibles del periodismo actual es la tarea de desenmascarar los silencios, porque hay un silencio que miente: “Todo lo que dice una información se entiende como relevante; y todo lo que se omite se entiende como irrelevante. Si se silencian datos relevantes, se miente. Si se destacan datos irrelevantes, se puede mentir también”.
@aldan