Maneras de habitar el mundo/ El peso de las razones  - LJA Aguascalientes
24/04/2025

El animal humano se piensa un anómalo habitante de dos mundos: el que habita, como cualquier otro animal, y el que le sitúa por encima, una nube de pensamientos que refieren a la tierra que pisa. Rafael Sanzio representó esta dualidad en el fresco que adorna el segundo piso del Palacio Apostólico de Roma: Platón apuntando con el índice de su mano derecha a los cielos, Aristóteles extendiendo la palma de su mano hacia la medianía terrenal. El animal humano es objeto y sujeto: una cosa más que puebla un universo inconsciente, y a la vez un chispazo de conciencia en la infinita oscuridad del cosmos.

Esta presunta dualidad humana ha engendrado incontables mitos, muchos de ellos contenidos en diversas piezas gramaticales. ‘Espíritu’, ‘alma’ y ‘mente’ son conceptos que recorren la variopinta gama de culturas y lenguas humanas, y están presentes en cualquier punto más o menos reciente de la historia de nuestra especie. El animal humano se sabe un animal más: sujeto al hambre, dolor, envejecimiento y muerte. Pero dicho animal se ha creído también especial: poseedor de algo está preso en la carne y sus miserias. Por ello Platón consideró al cuerpo humano un monigote que maneja un homúnculo inmaterial, que es lo que en realidad somos.

Razones no faltan para que el animal humano se considere la pieza que el cosmos ideó para conocerse a sí mismo. Este retruécano es la pieza para atisbar lo que Hegel buscó transmitir en su incomprensible Fenomenología del espíritu. Heinrich von Kleist muestra de manera más comprensible, en Sobre el teatro de marionetas, cómo la conciencia rompe la hasta entonces inalterable ingenuidad cósmica. Desde ese momento, la conciencia desgarrada intentará restituir la ingenuidad perdida. Para lograrlo, el animal humano, roto por la consciencia de sí, inventará el arte –en especial la música y la poesía–, la religión y la filosofía.

No miento: esta manera de dar cuenta del surgimiento de aquello que nos es más preciado y que consideramos más específicamente humano tiene su encanto. Es una narración romántica que hace sentido, al menos para quienes siguen asumiendo de alguna manera esos mitos fundacionales del lugar que ocupa el animal humano en el cosmos. Pero como toda pieza literaria, más que una descripción verdadera, nos ofrece emociones consistentes con nuestras más arraigadas mitologías. ¿Es en verdad el animal humano una anomalía cósmica que requiere especulación hegeliana o romanticismo plagado de tormenta e ímpetu?

Hay otra manera de ver las cosas: una manera científica de dar cuenta de la ciencia, así como de la poesía, el humor, y todos aquellos candidatos de la especificidad y dignidad humanas. Además, esa manera de mirar no nos exige ir más allá del animal que somos. Perdonen la caricatura, pero a falta de espacio espero que condense las premisas principales: el animal humano es un animal más, una especie más, emparentado con otras especies, a la que un mecanismo ciego moldeó para que lidiara con su entorno durante al menos 70 mil años. La nuestra, como especie, desde el punto de vista de dicho mecanismo ciego, no es particularmente competente. Es probable que nuestra especie se extinga, como miles de otras, antes de que nuestro planeta deje de ser del todo apto para la vida, o que la estrella de nuestro sistema arrase con nuestro planeta en la antesala de su muerte. No obstante, la nuestra es una especie, como otras, con maneras específicas de hacer frente a las adversidades de la vida. Así, la ciencia elabora modelos que conquistan aspectos del mundo, volviéndolo más habitable, predecible y estable. El humor es un mecanismo cognitivo que localiza los errores inscritos en las maneras en las que respondemos de manera ágil frente al mundo. La poesía es la manera de promover analogías fructíferas, mediante el lenguaje humano, que nos permiten lidiar con lo extraño, anómalo, inquietante o sorprendente a partir de lo que ya sabemos. Contra quienes promueven la sugerencia de las dos culturas –la humanística y la científica– de Charles Percy Snow, esta imagen sugiere que ciencia y poesía forman un continuo cognitivo: la cognición humana es una caja de herramientas modeladas por un mecanismo ciego para que nuestra especie se adapte de la mejor manera a su entorno.

Así, ciencia, poesía, música, humor…, y todo aquello que considerábamos que revestía al animal humano de sublime dignidad, no son otra cosa que maneras en las que un animal, el humano, tiene de habitar el mundo.

 

mgenso@gmail.com



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