Género de la escritura/ La chispa ignorante   - LJA Aguascalientes
07/04/2025

Este año la entrega del premio Planeta causó un revuelo que normalmente no causa, a pesar de ser el premio de novela con mayor dotación de la lengua española (a partir de este año 1 millón de euros, alrededor de 24 millones de pesos). La “ganadora” del premio fue la escritora española Carmen Mola, una supuesta profesora universitaria de la que no se conocía prácticamente nada. La entrega del galardón serviría para echar luz sobre la identidad de la escritora que celosamente cuidaba su identidad. La sorpresa e indignación fueron iguales cuando tres hombres se levantaron por el premio: Jorge Díaz, Antonio Mercero y Agustín Martínez. Carmen Mola no existía, tres hombres estaban detrás del nombre.

Las voces rápidamente alzaron piras en las que exigían el retiro del premio por mentir en la identidad; en algunas librerías especializadas en escritoras se retiraron sus obras. Tampoco faltaron personas sabelotodas que obviamente sabían la identidad a través de lo que habían leído y comentaban “¿cómo no se habían dado cuenta que era un hombre?”, una librería feminista en España declaró que ya sabían que eran hombres por la forma de escribir y que por eso jamás habían exhibido sus libros. Timadores. Aprovechados. Machos. Inescrupulosos. Fueron algunos de los insultos contra estos autores.

La gente se concentró en los hombres detrás del seudónimo femenino, pero dejaron de lado una cuestión que considero primordial en la actualidad: la cuestión de la escritura femenina y la escritura masculina, si es que existe tal cosa.

Muchas personas me han comentado que es muy fácil discernir si un texto fue escrito por una mujer o un hombre. “Son estilos muy diferentes”, me dicen. Y yo sólo asiento, no vayan a darse cuenta que no puedo discernir esos dos estilos tan diferentes a plena vista y piensen que estoy menso. “Claro, mira, las mujeres escriben así y asá y los hombres de esta forma”, claro, contesto y sigo sin entender el así y asá al que se refieren. Para mí es difícil, por no decir imposible saber si algo lo escribió un hombre o una mujer a menos que vea el nombre del autor y dependiendo del lugar, el nombre femenino me podría parecer masculino o viceversa. A todas esas personas que pueden saber el sexo del autor con sólo leer un cuento, una novela, un poema, les he fallado.

No me avergüenza decirlo: tengo que leer el nombre del autor o autora para saber de quién se trata (y esto simplificando en esta dualidad mujer-hombre sin meterme en cuestiones de otros géneros). Y estoy seguro que todos los presumidores diferenciantes de estilo también necesitan hacerlo. A lo sumo, un estudioso de un autor puede tener herramientas para saber que un texto fue escrito por ese autor, y en muchas ocasiones se puede equivocar. El estilo es una cosa serpentina, se arrastra en formas inexplicables y cuando pensamos que lo tenemos, ya se movió.

Entonces vienen los simplificadores. “Es obvio que lo escribe una mujer, ¿no ves que habla de la maternidad?” y para no entrar en discusiones asiento, aunque niego dentro de mí. “Sólo las mujeres escriben de la maternidad porque sólo ellas pueden ser madres”, y pienso en que entonces sólo los soldados pueden escribir de la guerra, los corruptos de la corrupción, los narcotraficantes del narcotráfico. “Aparte tiene puros personajes femeninos” y tiene razón: sólo hay mujeres en el texto, pero una está sexualizada, otra es histérica, una más es la damisela en peligro y otra es la heroína. ¿Cómo se dice? Cliché.

Ya no discuto con esas personas porque se me hacen discusiones vacías y vacuas. Claro, hay rasgos de estilo de cada autor o autora, y actualmente podemos ver rasgos que se copian sobre todo de escritoras a escritoras. No es malo, es la influencia. Sin embargo, una mujer escritora bien puede influir en un hombre o un escritor en una mujer. Las influencias son caminos que han transitado otros autores y en los que los demás se pueden aventurar y, con suerte, encontrar una ruta escondida, un sendero apenas, que los lleve a un fruto con el cual plantar su estilo. Por eso cuando se habla de que las mujeres tienen cierto estilo es cambiarlas del saco de la feminidad y meterlas en otro. Les niegan su propia libertad.

También odio los discursos que simplifican la literatura en temas simples con lo que quieren formar más que fronteras, fortalezas en las que guardan celosamente lo femenino y lo masculino: las mujeres hablan de la violencia que padecieron, de la maternidad, de cómo a pesar de todo, se sobrepusieron al machismo, de la ternura; los hombres hablan de la violencia, el sexo pornográfico, la corrupción. ¿Entonces hay temas femeninos y temas masculinos?, ¿hay un trato específico que le puedan dar a los temas de acuerdo al sexo?, ¿sólo podemos escribir desde nuestra experiencia vital? A todas estas preguntas yo respondo que no. La literatura te da la libertad para escribir de todo lo que quieras y cómo quieras, sin límites. Decir que no puedes escribir sobre personas de la comunidad lgbt+ porque no formas parte de ella, o que los hombres no pueden hablar de la maternidad ni las mujeres de la paternidad es una falacia. Recordatorio: la literatura no es la vida, sólo busca, con suerte, emularla. Sí, como hombre jamás sabré cómo son los dolores de parto ni los cólicos menstruales, de la misma forma que una mujer jamás sabrá lo que es el dolor en los testículos. Sin embargo, todos podemos escribir sobre ellos porque antes de la escritura hay un periodo de documentación. Ningún buen escritor escribe de lo que no conoce y si no lo conoce, lo investiga. Y esa documentación puede ser tan extensa y detallada como quiera el autor o autora.

Decir que algo es femenino o masculino es regresar a las antiguas medidas de la crítica: los libros rosas son para niñas y los azules para niños. Así como tener que agrupar los textos en una especie de canon, de los textos que monumentizan ciertas cuestiones, pero olvidamos que actualmente el gran canon está roto y las piezas están germinando en varios cánones más pequeños e inclusivos.


No justifico el seudónimo femenino usado por Díaz, Mercero y Martínez, pero esta situación nos debe servir de ejemplo para poder decir que es imposible discernir entre un hombre o una mujer (o alguien de la comunidad lgbt+) tan sólo con leer un texto. Si fuera posible hacerlo, las mujeres que se escondían y esconden tras seudónimos o anónimos habrían sido descubiertas desde el principio.

No, no hay nada de malo en no conocer el sexo de la persona detrás del texto con sólo leerlo. El problema es pensar que sí y actuar en consecuencia. Los textos no tienen género, las personas que los escriben, sí.


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