1
El capitán alardea:
— Después de todo, ya me imagino cómo soy.
— Entonces estoy de acuerdo con ese autodiagnóstico —contesta Pedro.
— ¿Y si me imagino noble y digno?
Es la siguiente respuesta la que amerita que yo haya traído aquí a cuento este pasaje de la muy conocida obra de teatro de Mario Benedetti (1920-2009) —Pedro y el capitán—:
— ¿Sabe lo que pasa? Usted no puede venderse a sí mismo un tranvía (Pausa muy breve). No se puede imaginar noble y digno.
— ¡Cállate! (gritando)
El capitán se endiabla porque, en efecto, uno no puede tomarse el pelo solo…, al menos no conscientemente. Como yo, como cualquiera, usted está impedido a cambiar de opinión a golpe de voluntad. No se puede, ni siquiera puede pensar que piensa distinto de como realmente piensa acerca de usted mismo. Podrá invertir tiempo y esfuerzo para convencerse de que usted es una persona diferente a la que hoy cree ser, y tal vez, a la larga, lo consiga…, pero hacerlo de sopetón es imposible.
Nate Sheff, profesor de Epistemología en la Universidad de Connecticut, explica: “Usted no puede equivocarse a propósito. Para confirmarlo, pruebe uno de mis trucos filosóficos de salón favoritos. En este momento, crea algo que crea que es falso: por ejemplo, que el Sol es solo una gran bombilla. No imagine que lo cree, créalo realmente. Confíe tanto en ello que pudiera apostar mucho dinero a que es verdad. Cuando intento esto, siento un bloqueo cognitivo extraño, como si hubiera una aversión incorporada a creer por instrucción, especialmente cualquier cosa que ya creo que es errónea” (“How do you know?” Aeon). Pruebe: crea ahora mismo que su esposa no es su esposa o que usted es un extraterrestre. Por supuesto, de lo anterior no se desprende que uno solamente no pueda creer en mentiras, incluso ocurre lo mismo con las verdades. Quien tiene la certeza de que algo falso es verdadero y cree en ello, no puede sencillamente decidir cambiar de parecer.
2
Buena parte de lo que creemos y damos por cierto se halla en el llamado sentido común. De hecho, “un aspecto central de la noción de sentido común es que sus verdades no necesitan ni sofisticación para comprenderlas ni pruebas para aceptarlas. Su veracidad es aceptada por el cuerpo social y es inmediatamente evidente para cualquier persona de inteligencia normal” (Kate Crehan, Gramsci’s Common Sense: Inequality and Its Narratives; 2016). Expresemos la misma idea desde el otro extremo: quienes no acepten como palmaria la veracidad de los dictados del sentido común, para la sociedad, pasarán por idiotas.
Ahora, ¿qué atiende el sentido común? ¿Cuál es su temática? Por sentido común cualquier persona debería saber qué tanta sal, más o menos, ponerle a la comida; por el contrario, resultaría absurdo pedirle a alguien que, haciendo caso a su sentido común, cocinara, sin conocer la receta, un chop suey. En Consequences of Capitalism: Manufacturing Discontent and Resistance, su más reciente libro, escrito en colaboración con Marv Waterstone, Noam Chomsky formula cuál es la asúntica del sentido común: versa acerca a 1) de cómo funciona el mundo en determinadas circunstancias, y 2) de cómo podría o debería funcionar el mundo. Prescribe, pues, generalidades tanto del ser como del deber ser.
Con todo, no siempre se habla de lo mismo cuando hablamos de sentido común. Por ejemplo, cuando alguien espeta el consabido lugar común según el cual el sentido común es el menos común de los sentidos, usualmente tiene en mente una cierta capacidad de entender de las cosas. En este caso estamos en los dominios de la noción aristotélica, según la cual el sentido común se trata de un sexto sentido, gracias al cual ordenamos todos los datos que recabamos por medio de los otros cinco sentidos. El sentido común, de acuerdo con esta conceptualización, es la capacidad de organización de la información que percibimos, sin la cual seríamos incapaces de comprender la realidad.
Una segunda noción de sentido común se refiere a “lo que la gente en un determinado momento histórico sabe acerca del mundo y su funcionamiento”. Desde esta perspectiva, por ejemplo, el sentido común dictó durante muchos años que los gatos traían la peste, y por eso los mataban —liberando así a las ratas, verdaderas portadoras del mal, de sus depredadores—. Otro botón de muestra más recientemente: incluso hasta hace poco, el sentido común indicaba que un niño gordito era un chamaco sano.
Finalmente, argumenta Chomsky que una tercera noción de sentido común es aquella que “establece un valor normativo”, con “una especie de inflexión positiva”. Así que este canto del sentido común es “equivalente al buen sentido”, desde el cual se establece socialmente no tanto lo que tiene sentido o es adecuado o funciona…, sino lo que es correcto, incluso que está bien y lo que está mal.
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En cualquier caso, el sentido común es nuestro gran proveedor de certezas, y en esa medida de seguridad: actuar apegados al sentido común permite actuar sin dudas y sin riesgos. El sentido común es el piloto automático que nos provee no la genética, no la biología, sino la cultura. Nos movemos en el mismo sentido que los demás, en sentido común. Y así como nadie puede venderse a sí mismo un tranvía o cambiar de parecer con tan sólo decidir hacerlo, nadie puede modificar sin trabajo mediante el sentido común que lo guía…, que lo controla. Por eso, sin transformación del sentido común no hay cambio social. Tenemos suerte porque algo así nos tocó en suerte vivir…
@gcastroibarra