El presidente Andrés Manuel López Obrador se sacude cualquier crítica menospreciando la inteligencia de sus interlocutores, anula la posibilidad de diálogo recurriendo a la simplificación más burda y apelando al cariño que el pueblo bueno le tiene a su persona para convertir cualquier señalamiento en un ataque, ese es su método y lo seguirá empleando con tal de que no se cuestionen sus decisiones.
El decreto con que el presidente decide esconder la información sobre sus megaproyectos considerándolos de seguridad nacional no fue bien recibido por el colectivo, no sólo la oposición partidista consideró riesgoso lo que ahora se conoce como el “decretazo”, incluso el Instituto Nacional de Transparencia, Acceso a la Información y Protección de Datos Personales (INAI) ya prepara una controversia constitucional ante la Suprema Corte de Justicia de la Nación porque “advierte una posible transgresión al artículo 6º de la Constitución, en tanto que la seguridad nacional es un presupuesto de reserva de la información, de acuerdo al artículo 113 de la Ley General de Transparencia y Acceso a la Información Pública”, por lo que se corre el riesgo de que se vulnere el derecho de acceso a la información.
Como siempre, López Obrador minimizó las críticas y evitó hablar de los señalamientos refiriendo que los miembros de esta administración “no somos iguales” y que su decreto no tiene relación con la rendición de cuentas o la transparencia, que es un mero trámite administrativo. José Alfredo Jiménez va que vuela para convertirse en el profeta de este gobierno, en “Vámonos” este compositor que no entiende de clases sociales y al que sólo le interesa irse con su amada a un lugar donde nadie los juzgue y nadie les diga qué hacen mal, propone lo mismo que López Obrador: “que no somos iguales, dice la gente”.
Sólo hay que recordar que en la canción de José Alfredo ese lugar a donde se quiere ir, está alejado del mundo, no hay justicia, ni leyes, ni nada, el escenario ideal para López Obrador, quien no dudó en reducir su decreto a un acuerdo interno entre dependencias, para dar confianza a las instituciones y empresas para que los trámites se cumplan de manera expedita y no se detengan las obras; para dejar de relacionarlo con la rendición de cuentas y la transparencia, al presidente le basta con su discurso, aseguró que a las dependencias se les tienen que dar todas las facilidades y tener confianza, porque, de nuevo, ellos, no son iguales, y tiene razón, son mejores que los gobiernos anteriores, pero para encontrar los mecanismos para evadir el escrutinio público y vulnerar el derecho de todos a conocer cómo trabaja la Cuarta Transformación.
Por la respuesta colectiva que se manifestó en contra del decretazo, quizá estemos ante la primera ocasión en que el método simplificador de López Obrador se le revire y funcione en su contra, rebajar a un acuerdo interno la instrucción publicada en el Diario Oficial de la Federación se transforma en una muestra de debilidad por parte del gobierno, incapaz de hacer política, de obtener el apoyo del Poder Legislativo a los caprichos presidenciales, al grado que tiene que publicar decretos para que se cumpla su voluntad.
Todo indica que el decretazo será revertido, como otros caprichos presidenciales, lo que López Obrador logró con su obstinación fue mostrar su mayor debilidad, la de lograr consensos.
Coda. En un texto publicado en Nexos, María Amparo Casar escribió: “Una política anticorrupción requiere de algo más que un discurso que alcanza para mantener viva la memoria de un pasado corrupto; de algo más que exhibir a los peces gordos del gobierno anterior; de algo más que presentarse como un gobernante honesto y austero; de algo más que decir ‘no somos iguales; de algo más que la mera voluntad y una cartilla moral”, tiene toda la razón, pero al gobierno de López Obrador sólo le da para discursos.
@aldan