Con la bandera del combate a la corrupción, Andrés Manuel López Obrador logró darle un propósito al descontento de millones, los estragos provocados por la desigualdad y un sistema de complicidades en que sólo se beneficiaban siempre sólo unos pocos fueron tierra fértil para lograr que el candidato de Morena llegara a Palacio Nacional; desde ahí, el presidente de la Cuarta Transformación no ha dejado pasar un solo día sin recordarle a quienes lo eligieron que su compromiso es erradicar la corrupción.
La promesa es luminosa pero difícil de cumplir, no sólo eso, para erradicar la corrupción del sistema mexicano se requiere años, todos sabemos que no es tarea de un sexenio y que lo que haga López Obrador alcanzará apenas a establecer los cimientos. El presidente también lo sabe y es tan evidente que en la aplicación de su política anticorrupción sólo hay extremos, cuando lo que se requiere es un corte quirúrgico, López Obrador levanta el hacha y cercena el miembro completo.
López Obrador está obsesionado con cómo lo recordará la historia, a tal grado que es incapaz de sutilezas o matices, para el presidente sólo hay un camino y cree que lo tiene que recorrer solo, por eso no se tienta el corazón o le piensa cuando se deshace de sus mejores hombres, no le importa quedarse sin nadie que lo auxilie porque considera que él todo lo puede y que está obligado a demostrarlo.
La destrucción de Sodoma estuvo condicionada por Jehová a la existencia de un puñado de hombres justos, “Si hallare en Sodoma cincuenta justos dentro de la ciudad, perdonaré a todo este lugar por amor a ellos”, le dijo a Abraham; ¿quiénes son y qué hacen estos hombres justos?, todavía se sigue discutiendo, en el Talmud se le identifica como aquellas personas que por su generosidad y sentido de justicia consiguen la gracia de Dios y logran que el mundo permanezca.
En el combate a la corrupción el presidente bien haría en rodearse de esos hombres justos, unirlos a su causa y aprovecharlos, pero como está cegado por un mundo sin matices, sus preceptos morales lo llevan a desdeñar y descalificar a todo aquel que no comparta su idea de austeridad o su mediocre visión de desarrollo personal y social.
Santiago Nieto Castillo, sin duda, era un funcionario eficiente, un hombre justo por así decirlo, su tarea estaba incomodando no sólo a los adversarios de la Cuarta Transformación, también a los que recién llegaron al poder y, rápidamente, asumieron las malas mañas de los regímenes anteriores; pero esa eficiencia del extitular de la Unidad de Inteligencia Financiera no fue considerada por el presidente al momento de aceptarle su renuncia, en un mundo de apariencias, al presidente le importa más cómo se ve que lo que hace.
Obsesionado con los símbolos antes que con los actos, López Obrador ni siquiera le ofreció una salida digna a Santiago Nieto para que lo siguiera auxiliando en el combate a la corrupción, todo porque no comparte su visión moral.
Coda. Fin de siglo, un poema de José Emilio Pacheco:
«La sangre derramada clama venganza».
Y la venganza no puede engendrar
sino más sangre derramada
¿Quién soy:
el guarda de mi hermano o aquel
a quien adiestraron
para aceptar la muerte de los demás,
no la propia muerte?
¿A nombre de qué puedo condenar a muerte
a otros por lo que son o piensan?
@aldan