El desprestigio de la política y sus actores no es nuevo, sin embargo, de un tiempo a la fecha esta actividad tiene cada vez peor fama en la percepción pública, ya no es un arte ni una ciencia, no es la aplicación de diversas herramientas para lograr consensos y tomar decisiones, cada vez se parece más al chiste con que la definió Groucho Marx: “La política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar los remedios equivocados”.
Quizá por eso, también de un tiempo a esta parte, cada vez son menos quienes, al menos profesionalmente, eligen actuar y prefieren pasarse al otro lado de la barrera para analizar el actuar de los políticos, el mundo está lleno de analistas que venden sus servicios para hacer disertaciones en voz alta y aconsejar a quienes sí se animan a ejercer el poder. No tengo duda de la seriedad de un puñado de asesores que se dedican al análisis serio de la realidad, lamentablemente son menos, mucho menos que aquellos que de manera superficial y con la mirada puesta en la promoción de un producto antes que en una idea, se acercan a los políticos para ofrecer sus ideas de marketing.
El problema de la mercadotecnia aplicada al campo político es que la finalidad de esa serie de actividades está encaminada a lograr la satisfacción del cliente y los usuarios, antes que a provocar un cambio que beneficie nuestras prácticas de convivencia; enfocados en satisfacer los deseos del cliente, estos asesores suelen reducir la política a ganar adeptos antes que convencerlos, más a promover la imagen que a la elaboración de políticas públicas; los diagnósticos que entregan para mejorar el comportamiento de un político suelen estar equivocados, porque el propósito no apunta a la búsqueda del bien común o el intercambio de ideas que generen un cambio.
Lograr la satisfacción de un cliente puede ser sumamente complejo, sin embargo, en el marketing político hay muchísimos charlatanes que eligen simplificarlo todo a la aplicación de encuestas o sondeos que se basan en la imagen, se propone entonces al político que deje a un lado la congruencia y actúe de acuerdo a lo que la audiencia exige; si un producto no está funcionado, se elige cambiar la envoltura, modificar la presentación, sin importar que el contenido siga siendo el mismo; el resultado es que tenemos políticos a los que no se les exige convencer a partir de sus ideas sino a través de imágenes.
Llevamos décadas sufriendo el imperio de la imagen, con la contaminación visual de espectaculares donde lo que importa es el impacto visual, con discursos cada vez más huecos y que se repiten de manera nauseabunda porque ya alguna vez se probó su eficacia, sin importar que el sujeto sea distinto.
A pesar de la prioridad que se le da a la satisfacción del cliente a partir de sus gustos, algo parece estarse moviendo en el colectivo, cada vez más son las manifestaciones que reclaman un cambio que realmente modifique las reglas del juego y sirva para la colectividad, no por nada los movimientos y causas relacionados con la desigualdad y la defensa de los derechos humanos ocupan con mayor frecuencia la conversación pública, esas voces se están agrupando en comunidades crecientes, ya están en las calles, ya están demandando que se les tome en cuenta, sin ideologías, sin seguir una cuadrada geometría política y sin caer en los extremos donde quienes no acaban de entender esta transformación quieren colocar el descubrimiento del otro y la empatía.
Mientras lo que se quiera vender sea un producto y no atender las necesidades de los diversos sectores de la sociedad, se continuará la receta que parte de un diagnóstico equivocado, esa que hace actuar a nuestra clase política como unos verdaderos idiotas.
Coda. Otro aforismo de Groucho Marx que creo aplica: “Él puede parecer un idiota y actuar como un idiota. Pero no se deje engañar, es realmente un idiota”.
@aldan