En días recientes, el Ministro de Comercio en China ha instado a sus ciudadanos a abastecerse de artículos esenciales en caso de emergencia. Las razones, un tanto ambiguas, son que puede haber nuevos brotes de Covid y lluvias inusuales que han hecho que muchas cosechas se pierdan provocando la escasez de verduras principalmente. Este tipo de noticias nos pueden hacer sentir que caemos en una espiral interminable: cada vez que creemos que esto se va a acabar surge algo nuevo. Y siendo este país asiático al que se le atribuye el principio de todo, podemos realmente preocuparnos al enterarnos que la situación no termina de mejorar. Así, se construyen nuevos muros inmateriales. No los podemos ver, sólo sabemos que intentar saltar alguno de ellos puede significar la muerte. Ya no se necesitan toneladas de acero y cemento para mantener al mundo dividido.
En el siglo XX se edificó el Muro de Berlín. En los años ochenta y anteriores, la denominada por Winston Churchill, en 1946, “cortina de hierro” simbolizaba la división del mundo en dos grandes bloques: capitalista y socialista. El miedo se infundía porque en cualquier momento y por la razón más ridícula se podía dar un ataque nuclear. Esto causaba psicosis colectiva, el solo hecho de pensar que con una ojiva nuclear se podía acabar el mundo aterraba a millones de personas. Películas y series de televisión tomaban como tema la destrucción del mundo por armas nucleares, bien para contarnos historias de agentes secretos que luchaban contra los otros, los del segundo mundo, o bien historias de personas comunes que ante el temor y la necesidad de proteger a su familia construían un búnker nuclear bajo sus casas, que a la postre les salvaría la vida convirtiéndolos en los únicos sobrevivientes sobre la tierra y haciendo que se enfrentaran a un mundo apocalíptico.
La Guerra Fría no sólo caló en el ánimo de las personas sino que provocó un desgaste económico, en mayor medida para los países del este. De esta manera, para finales de la década de los ochenta, Rusia enfrentaba graves problemas económicos por razones en las que no se pretende ahondar en este documento y por ese motivo había retirado la ayuda económica a los países del bloque socialista. Esto repercutió principalmente en los que se consideraban satélites de Rusia, Alemania del Este entre ellos. Aquí, las protestas del pueblo fueron en aumento: su situación económica era mala, las personas aspiraban a un estilo de vida occidental y querían que se les permitiera pasar al otro lado. Es decir, la permanencia del poder que hasta ese momento regía se tornaba insostenible. A la postre, Erich Honecker – Secretario General del Partido Socialista Unificado de Alemania –, renunció “dejando como sucesor” a Egon Krenz, quien no pudo maniobrar demasiado. De esta manera el nuevo gobierno, en un intento de calmar el conflicto, anunció que se podría pasar al lado occidental con algunas restricciones.
El ocho de noviembre de mil novecientos ochenta y nueve un alto funcionario de la RDA habría dicho a unos reporteros que se podía pasar al lado occidental desde ese mismo momento. Las personas se aglomeraron junto al muro y en la noche del ocho al nueve de noviembre, con la furia de quien se libera de una larga condena, se lanzaron contra él con la intención de que no quedara piedra sobre piedra. Los guardias no tenían órdenes específicas, pero los dejaron hacer; demolerlo con sus propias manos. El mundo fue testigo a través de los noticieros que mantuvieron encendidas por horas las pantallas de televisión en los hogares.
Millones de televidentes fueron testigos de la caída del símbolo más grande de la Guerra Fría. Ese día hubo un sentimiento de libertad. De alguna forma, aunque estábamos a miles de kilómetros, lo que estaba pasando daba esperanza de que el mundo, al fin, podría ser un lugar mejor. Se respiraba un aire de libertad.
Más tarde nos enteraríamos de lo que era el Gorky Park y que Moskva era Moscú en ruso gracias al denominado himno de la perestroika y el glásnost: Wind of change del grupo Scorpions. Su letra evocaba a la paz y la unión mundiales. Circulaban videos con imágenes de familias reuniéndose tras décadas de separación y de pesadas lozas cayendo estrepitosamente al suelo ante la celebración de los presentes, mientras la canción se repetía una y otra vez.
Así, se fueron dando las reformas necesarias para el pretendido nacimiento de un nuevo orden mundial, sí, otro diferente al que se dio después de la segunda gran guerra. De este modo, en los últimos años del anterior milenio se planteó la posibilidad de aplicar, la nada novedosa tercera vía, ya que, si tanto el capitalismo como el socialismo habían fracasado, resultaba probable que una tercera postura – de alguna forma conciliadora – fuera la solución. Esto sin insinuar siquiera, que la tercera vía sea ecléctica entre capitalismo y socialismo, ya que la salida que propone va más enfocada a la economía mixta, y el centrismo o reformismo como ideología, por lo que no resulta precisamente intermedia.
En la actualidad, los países europeos, como muchos otros, lejos de mantener una postura tercerista, tienen notorias tendencias hacia el liberalismo. Aplicar la tercera vía implicaría el establecimiento de una profundización democrática y mecanismos de competencia regulada y realmente lo único que sí se ha aplicado es el énfasis en el desarrollo tecnológico. Por lo demás, como muchas veces pasa, su implementación ha quedado como una buena intención, siendo que las doctrinas aplicadas, lejos de acercarnos a la libertad o a ese soñado mundo mejor, nos alejan de ello al constituirse no sólo como pilares de la explotación, sino incluso de la autoexplotación humana.
Sería bueno recordar el día en que un muro de piedra cayó y que fue la promesa de una vida más libre y equitativa, sobre todo ahora que los muros se están construyendo con virus, metaversos y dominación virtual. El miedo, ese sí sigue siendo el elemento que persiste.