APRO/Luciano Campos
James Bond se ve cansado. Aún mantiene las habilidades intactas, y esa forma cruel de asesinar al servicio de Su Majestad, pero su mundo ha cambiado. Algunos elementos nuevos ingresan a su vida y hacen que se le ablande el corazón.
El mítico agente 007, con licencia para matar, ha mutado hacia una existencia apacible. Tiene el futuro resuelto y ha ajustado cuentas con el pasado. Se ha cansado de ser un mujeriego, y en el porvenir hay mucho sol, playa y un disfrute de pequeños placeres que, parece, nunca ha tenido tiempo de gozar.
Hasta que la aventura lo llama y los riesgos son esta vez mucho mayores que todos los anteriores.
Daniel Craig interpreta una vez más al infalible británico en Sin Tiempo para Morir (No Time to Die, 2021), la entrega 26 de la serie que esta vez contiene elementos inéditos y algunos giros insólitos en la trayectoria del apuesto agente secreto del que, hasta ahora, se había sabido muy poco de su vida personal.
Atlético, seductor, elegante y temerario, este Bond se mantiene como un despiadado pistolero que se mueve en las sombras, siempre en favor de las causas del mundo libre, y dispuesto a aniquilar las acechanzas de los malvados cada vez más sofisticados en sus planes para sembrar caos y destrucción masiva.
El director Cary Joji Fukunaga presenta la larga aventura de cerca de tres horas como una conclusión épica, luego de seis décadas de hacer vibrar al mundo con esta saga que luce interminable y que se ha renovado, siempre, con vigoroso entusiasmo, para deleite de los fans.
La historia es sencilla, aunque con un sofisticado entramado que se relaciona con el bioterrorismo, una amenaza que se replica a las inquietudes globales de la actualidad sobre la pandemia del coronavirus y sus variantes. Las peores afectaciones, se sugiere aquí, pueden surgir de un laboratorio, con alcances que bordean la aniquilación de la especie.
Sorpresivamente el super espía es auxiliado, en la misión, por una agente que es como él, 00, aunque aún sin una definición numérica, pero sí muy próxima a sus habilidades. Juntos se unen a la vieja pandilla formada por M (Ralph Fiennes), Q (Ben Wishaw), Moneypenny (Naomi Harris) y Blofeld (Christoph Waltz), un villano de tradición en la saga. Ana de Armas tiene una participación especial como ingenua chica, que se transforma en una máquina de patear traseros cuando los tipos rudos quieren lastimarla. Y Léa Seydoux, como la chica, es bella y feroz, aunque algo limitada en expresiones físicas.
La cinta se mueve, como es la costumbre, por escenarios exóticos de diferentes países, en los que Bond debe rescatar a un científico que es la clave para evitar un ataque masivo hacia la humanidad, lo que lo llevará a encontrar un sicópata que tiene motivos personales para lastimar al agente y acabar con el planeta. Rami Malek, como antagonista, se ve descafeinado y soporífero, decepcionante, después de verlo lanzado al estrellato, como Freddie Mercury. Reflexivo y de sangre fría, será un villano Bond olvidable.
Al final queda una película que tiene todos los elementos de la serie de Ian Fleming, de la que Daniel Craig públicamente se ha despedido. Hay mucha nostalgia en esta entrega que, junto a las finas secuencias de acción, es tremendamente emocional. ¿Cuándo se le había visto a James en una faceta familiar?
Afortunadamente, el agente se ve mucho más sombrío y, aunque se divierte con algunos momentos de humor, su ruta va hacia la fatalidad y el pesimismo. Siempre está dispuesto a cumplir con la encomienda, aunque arriesgue la vida, como lo ha hecho una, y otra y otra vez, a lo largo de las décadas. Pero algunos encargos son mucho más complicados que otros, y la buena suerte se puede acabar.
Sin Tiempo Para Morir es una magnífica entrega del 007, con un guion que hace que el personaje evolucione, seguramente para mejorar.
De cualquier manera, al final se lee en pantalla: James Bond regresará.
No es posible despedir a un espía que no tiene tiempo para morir.