¿Hay vida fuera de las redes sociales?, por supuesto, sin embargo invariablemente terminamos preguntando sobre esa posibilidad porque la hipercomunicación ha logrado que esas redes invadan la esfera personal de todos, incluso aquellos quienes no las usan; sin darnos cuenta hemos modificado conductas creyendo que por el simple hecho de existir todos debemos emplear y vivir en esas redes sociales, no sólo eso, estamos obligados a atender los fenómenos que ocurren en esa vida virtual para poder establecer comunicación en la vida real.
No hace mucho se cayeron por unas horas las redes de Facebook y se hizo un escándalo, quienes forman la opinión en las redes no se cansaron de exhibir su narcisismo porque durante un tiempo no pudieron subir una selfie, reírse de un meme, compartir un video o chatear; sí hubo consecuencias graves durante ese periodo de tiempo, sobre todo entre los micro y pequeños negocios que emplean los servicios de mensajería para contactar a sus clientes, pero esa evidencia fue la que menos se tomó en cuenta, se hicieron a un lado las afectaciones a empresas que basan la comunicación de sus empleados a través de alguna de las redes de Facebook y se hizo énfasis en las consecuencias en el ánimo de quienes ya no saben vivir sin el teléfono celular en la mano, pendientes del like y la miseria de aceptación que les brinda el colectivo anónimo.
Al mismo tiempo que las plataformas de Facebook se cayeron, una excolaboradora de la empresa, Frances Haugen, reveló cómo funciona la organización de Mark Zuckerberg, esas indiscreciones alimentaron las teorías de la conspiración, versiones centradas, otra vez, en las afectaciones al ego de los usuarios, sin capacidad de ligarlas con afectaciones al colectivo. Las declaraciones de Haugen son hoy conocidas como los Facebook papers, porque la excolaboradora ha entregado a un consorcio 17 organizaciones de noticias las versiones redactadas de los documentos que presentó ante el Congreso. Lo que hasta ahora se ha probado con esa información es que Facebook está consciente de los problemas de sus plataformas y los que genera en sus audiencias… nada nuevo bajo el sol.
En ese entorno, Mark Zuckerberg anuncia que su empresa cambiará de nombre: Meta, una nueva marca que cobijará las apps y tecnologías que antes englobábamos como Facebook. Lo que es un simple cambio de nombre ha sido revestido como un cambio de paradigma, el empresario indica que con Meta, su empresa se “enfocará en hacer realidad el metaverso y ayudar a las personas a conectar, encontrar comunidades y hacer crecer sus negocios”.
Según el anuncio oficial: “El metaverso será una combinación híbrida de las experiencias sociales online actuales, que podrán extenderse a un entorno tridimensional o ser proyectadas en el mundo real. Además, permitirá que distintas personas compartan experiencias envolventes, aunque no estén juntas, y hagan cosas que no podrían hacer en el mundo no virtual. Es el próximo paso en la evolución de las tecnologías sociales”; pero ese es el discurso, en un video, Meta ejemplifica lo que puede ser el metaverso para los usuarios, y es un mundo de fantasía donde lo que priva es la desconexión, simular que el contacto y el criterio pueden ser reducidos a un mundo versión Pixar.
Meta invertirá millones de dólares para que los programadores desarrollen tecnología adecuada para la construcción del metaverso, para los usuarios, Meta no significa nada, sólo una curva que pueda ser explicada a través del sentimentalismo y unos bonitos dibujos.
No nos hemos dado cuenta de cómo las redes sociales han afectado nuestra convivencia, nuestra forma de relacionarnos, cada vez con mayor frecuencia vinculamos el desarrollo emocional con la presencia virtual que tenemos o no en las redes, ante el desarrollo de este metaverso, el reto de los usuarios sigue siendo el mismo que en la vida real, el sentido común y el criterio para aplicarlo.
Ante Meta y nuestra capacidad de abandonarnos a la novedad, se requiere un instante de lucidez para no perderse en paraísos artificiales.
Coda. “La felicidad real siempre parece bastante miserable en comparación con las compensaciones excesivas por la miseria. Y, por supuesto, la estabilidad no es tan espectacular como la inestabilidad. Y estar contento no tiene el glamour de una buena lucha contra la desgracia, nada del pintoresquismo de una lucha contra la tentación, o un derrocamiento fatal por la pasión o la duda. La felicidad nunca es grandiosa”, Aldous Huxley en Un mundo feliz.
@aldan