Cry macho es un gran relato, la película más reciente de Clint Eastwood está realizada sin ninguna concesión para el público, la historia de un anciano sin las cualidades suficientes para ser considerado bueno, pero tampoco con los vicios suficientes para que se le relegue por ser nocivo para su entorno, simplemente un hombre a la deriva que se enfrasca en un viaje donde tendrá oportunidad de cuestionarse cómo ha ejercido su masculinidad.
Resulta inevitable esperar algo más de una película que lleva por título Cry macho, dirigida e interpretada por Clint Eastwood, es posible que por eso haya recibido críticas tan severas, que la descalifican por ser lenta, superficial y con actuaciones mediocres; sobre todo si se considera que a una producción de este director se espera que esté a la altura de Gran Torino o Million Dollar Baby; en estos tiempos, pareciera que toda obra de arte está supeditada antes que nada a complacer lo que los buenpedistas y amantes de lo políticamente correcto demandan, como si toda obra tuviera la obligación de redimir al autor, y si es blanco y hombre, con mucha mayor razón.
De ahí que señale que Cry macho no tiene ninguna concesión para el público, si alguien esperaba que Clint Eastwood realizara una revisión crítica de su masculinidad estilo Harry el sucio, puede esperar sentado, a los 91 años, para confesar que “esta cosa del macho está sobrevalorada”, Eastwood decidió el soliloquio del héroe abatido, cansado, que ya no espera ningún reconocimiento y al que le basta que lo dejen en paz.
El viaje de Mike Milo en Cry macho se parece mucho a la forma en que los hombres mayores analizamos nuestra incapacidad de rendir cuentas a las generaciones jóvenes que demandan que consideremos que nuestra masculinidad es tóxica y, a partir de ese reconocimiento, redimirnos a través de la disculpa pública, de la exhibición vergonzante de la iluminación al convertirnos en buenas personas, en muchas ocasiones rechazando aquello que aprendimos, la forma en que fuimos educados, cómo desarrollamos nuestra personalidad a lo largo de varias décadas.
La generación woke no va a estar contenta con Cry macho, de hecho, es un desplante a esos vigilantes de las buenas maneras y la corrección política que son conscientes de su despertar y demandan que todo tomemos conciencia del racismo y las desigualdades sociales y culturales, en sus términos, es decir, otorgándoles de entrada la razón antes que analizar las características individuales que hacen a las personas comportarse como lo hacen; antes que revisar su masculinidad tóxica, Clint Eastwood decidió encarnar a Mike Milo, un vaquero retirado y solo que se embarca en una “aventura” para salvar a un mexicano, llevarlo con su padre, y así redimirse.
Sin conceder a las presiones de la forma en que esta generación woke exige que se le pida perdón por el simple hecho de ser hombre, Eastwood decidió ubicar esa historia a finales de la década de los 70, cuando la toxicidad masculina no era un tema cuestionado, se rodea de los elementos correctos para dejar en el centro a un hombre que consigue su realización como persona haciendo realidad la fantasía de vivir en el paraíso, sin permiso de Dios, sin la redención divina, con la simple voluntad propia, a Mike Milo nadie le perdona sus pecados porque no los reconoce y lo único que le queda es adaptarse antes que arrepentirse.
Cry macho no es una película valiente, ni siquiera es una buena película dentro de la producción de Clint Eastwood, eligió jugar con todos los clichés posibles para desdeñarlos, el adolescente mexicano al que hay que rescatar incluso de sí mismo con el que hace pareja y se tiene que abrir paso en un mundo sin matices, los hombres y mujeres malos; Mike Milo, sin conciencia de quién es, únicamente movido por encontrar su lugar en el mundo, sin revisiones, sin sentido crítico, al grado que se inventa el Edén en una ranchería mexicana donde el mayor empoderamiento que las mujeres pueden alcanzar es ponerse al servicio del hombre en nombre del amor.
Cry macho no es una revisión de la masculinidad, tampoco un lamento público y mucho menos el reconocimiento de los errores cometidos, es una historia simplona, como la de muchos hombres, que consideran que el cambio consiste en adaptarse, no ser visto como macho.
Coda. Roberto Garda propone realizar una profunda reflexión con sentido autocrítico de cómo ejercemos, los hombres, nuestro poder entre nosotros y con nuestras familias, porque “detrás de la falta de autocrítica existe una profunda crisis de identidad e inseguridades. Esto se debe a que queremos construir nuestra identidad con sólo diferenciarnos del ‘macho’, pero ello nos dice lo que no somos y no lo que somos -y así repetimos el mismo error que el macho hace con las mujeres-”, basta de lamentos públicos, ese no es el camino.
@aldan