Leonard Bernstein murió el 14 de octubre de 1990, es decir, hace 31 años. Sin duda se trata de un momento muy doloroso para la música en todo el planeta. Apenas un año antes, unos meses antes, el 16 de julio de 1989 había muerto otro emblema histórico de la dirección orquestal, el legendario Herbert von Karajan. Fuerte sacudida para el mundo de la música que todavía no se reponía de la muerte del legendario Karajan, director íntimamente relacionado con la Filarmónica de Berlín, y venía la muerte de Bernstein, cuya cercana relación con la Filarmónica de Nueva York es igualmente íntima. Digamos que Karajan es a la Filarmónica de Berlín lo que Bernstein a la Filarmónica de Nueva York.
Se dice que cuando Bernstein murió el cortejo fúnebre recorrió varias de las calles de la ciudad de Nueva York, se cuenta una anécdota de que al pasar la procesión por un edificio en construcción, todos los obreros detuvieron sus labores, se quitaron el casco protector y saludaron al maestro diciéndole “so long Lenny”. Cuando vi esa información en la televisión (todavía no había redes sociales y el internet no era de uso doméstico, te recuerdo que era 1990), se me enchinó la piel de la emoción y el hecho me conmovió profundamente. De qué manera Lenny había penetrado todas las capas sociales de la Gran Manzana y era parte indisoluble de la identidad de Nueva York.
Se ha hablado mucho de la carrera de Bernstein, de su excelso trabajo como compositor, además de su prestigio como director de orquesta y pianista de nivel extraordinario, de hecho las grabaciones que más aprecio de la música de Gershwin son justamente las realizadas por Bernstein dirigiendo y tocando el piano como es el caso de Rhapsody in Blue o el Concierto para piano en fa mayor.
En esta ocasión, más que hacer un repaso de su carrera como director, a su histórico trabajo en la serie de Conciertos para jóvenes transmitidos por televisión entre 1958 y 1972, a su extraordinario trabajo como compositor con obras legendarias del género llamado “musical” como West side story, On the town o Candide, algunas obras orquestales de valor incuestionable como sus dos primeras sinfonías, la No.1 llamada Jeremiah de 1942, y la No.2 llamada La edad de la ansiedad, basado en el poema de Wystan Hugh Auden compuesta para piano y orquesta en 1949 y revisado en 1965, más que todo eso quiero ahora compartir contigo, amigo melómano, el aprecio y la visión que Bernstein tenía por la música de Mahler, desde mi punto de vista son dos compositores los que mejor definen el rumbo de Bernstein como director de orquesta, Beethoven y justamente Gustav Mahler.
Hace 48 años, en 1973, Leonard Bernstein impartió una serie de conferencias en la Universidad de Harvard, en Boston, Massachusetts como parte de la cátedra de poesía de Charles Eliot Norton, aquellas sesiones hicieron surgir una situación: “The unanswered question” es decir, la pregunta sin respuesta y el tema giraba en torno a la crisis tonal del siglo XX. Todo partía del cuestionamiento de ¿qué viene después de la gran ruptura entre la tonalidad y la atonalidad que dividió en dos la historia de la música? Y aunque el destino final de esta serie de charlas ofrecidas por Bernstein era el compositor dodecafonista, Arnold Schoenberg, el maestro mostró en su exposición que en realidad el punto de origen era Gustav Mahler. Es en la obra tardía de Mahler en donde Bernstein encuentra esa ruptura. Justamente es en lo que se ha llamado una “ambivalente actitud tonal” del compositor tres veces apátrida, -como Mahler se autoreconocía-, justo ahí es el punto en el que Bernstein cree reconocer la metáfora sonora del límite de un mundo agonizante ya, y otro naciente, abismal, profundo, terrible tal vez, y esto es lo que la música de Mahler representa para Lenny, el fin de la atonalidad y el inicio de un lenguaje atonal que no siempre es entendido y mucho menos disfrutado.
Mahler representa para Bernstein un abismo cuya profundidad representa un vértigo casi visceral, hay tanto contenido por descubrir en ese pozo inalcanzable y es justamente esta aparente inaccesibilidad de la inescrutable profundidad del pensamiento musical de Mahler en donde Bernstein encuentra este parte aguas, esta ruptura del discurso musical en el naciente siglo XX.
Para Leonard Bernstein “el nuestro es el siglo de la muerte y Mahler es su profeta musical”. De alguna manera debemos entender entonces que la atonalidad, según la apreciación de Bernstein se empieza a insinuar en la primera década del siglo XX y se desarrolla a lo largo de la vigésima centuria, justamente después de las últimas grandes obras de Mahler, su Sinfonía No.9 o su inconclusa décima, y es a partir de ahí que viene un gran desarrollo de la música con una tendencia que pudiéramos considerar casi natural hacia una forma atonal que define con cierta precisión la música de concierto durante la segunda mitad del siglo XX con compositores altamente experimentales como Karlheinz Stockhausen y más tarde Penderecki, Lutoslawski y compositores mexicanos como Armando Luna o Federico Ibarra, por ejemplo por citar solo algunos.
La atonalidad en la música trasciende en otros aspectos, no solo del arte, sino de la vida en general, este profeta del siglo de la muerte, el inmortal Mahler en toda su genialidad, nos propone un cambio de vida para enfrentar el futuro con todo lo incomprensible que puede ser, así lo entendió Bernstein que veía en la música del genio el pulso del siglo XX y su trascendencia hacia el futuro.