Cronista del municipio de Aguascalientes
Una charreada se integra por una serie de rutinas que los charros llaman suertes, en el entendido de que su realización introduce una buena dosis de azar. O sea que puede o no resultar, como suele ocurrir. Sin embargo hay quienes consideran que no son tales, sino algo que se logra gracias a una intensa práctica.
Suertes o no, se trata de la cala de caballo, los piales, las colas, el jineteo de novillo, la terna, el jineteo de yegua, las manganas a pie y a caballo y el paso de la muerte. En términos generales se trata de las maniobras que se realizan para manejar el ganado en los potreros, estilizadas y llevadas a un lienzo charro, que es un espacio que se compone de dos elementos: la manga, que es un rectángulo y el ruedo. Lo que en el pasado fue una actividad laboral, arrear el ganado, encajonarlo, vacunarlo, herrarlo, caparlo, etc., se convirtió en un deporte…
Aunque también hay personas que no creen que sea un deporte, como el médico de dientes José Luis Cárdenas, que más bien considera que se trata de “retos y habilidades aunados a la destreza en el manejo del ganado y caballos en un área cerrada, y a la calificación del público o juez en turno”. Curiosamente precisamente por esto me parece que se trata de un deporte, dado que tiene en común con prácticamente todos los demás un elemento fundamental como lo es la destreza en la práctica; la precisión en la maniobra.
Como sea, estos son los ejercicios que conforman una charreada, pero también puede ocurrir que alguno de ellos se realice de manera independiente. Es el caso de los jaripeos, los coleaderos, los pialaderos… Hace años aquí fue famoso el Pialadero de los Joseses, que tenía lugar en los alrededores de la fiesta de San José, 19 de marzo.
Este salto del campo a la ciudad; del trabajo al deporte, ocurrió en el primer tercio del siglo XX, y en alguna medida fue impulsado por la modernización del país, que poco a poco fue dejando atrás el mundo rural y se urbanizó. La actividad agropecuaria dejó de ser dominante, y fue sustituida por la industrial, propia de las ciudades, a la que se sumaron el comercio y los servicios. Posiblemente los charros ligados al campo sigan siendo mayoría, pero también ocurre que cada vez hay más personas que practican la charrería que son profesionistas, médicos, ingenieros, abogados, etc.
Desde luego esto no significa que la economía rural haya venido a menos, pero sí que ocurrió una importante transformación. Los alimentos siguen produciéndose, pero en muchos casos han cambiado los métodos; las tecnologías. Por darle un ejemplo extremo, en los Estados Unidos, en Wyoming (me gusta mucho esta palabra, como Nebraska y Dakota, y en rigor otras más) arrean a los caballos salvajes; a los mustangs, con helicóptero. También he visto que esta labor se realiza con motocicletas, e incluso con un trombón. Aquí no llegamos a tanto, pero claramente se ensancha la distancia entre este mundo rural, pastoril que es el pasado de muchos, y el agitado mundo urbano, nuestro presente.
En fin. El hecho es que México es cada vez con mayor intensidad una sociedad urbana, por visión de las cosas, por actividad, por aspiración, etc. Por eso el charro se erige como baluarte de la tradición, en una mirada nostálgica al pasado; a las raíces, lo que en alguna medida fuimos y que en nuestro ánimo seguimos siendo, pero a donde difícilmente regresaríamos.
En la imagen la yegua galopa, azuzada por los tres jinetes. Delante la espera el charro de a pie, que ha estado batiendo el aire con la reata y observando al caballito atentamente. Muy probablemente es la segunda vuelta al ruedo que da el animal, así que el charro no la ha perdido de vista, midiéndola; siempre midiéndola, calculando sus posibilidades, y más intensamente cuando se acerca en el lance final, la distancia que los separa y la velocidad que desarrolla el equino, a la espera del momento preciso para lanzar la chavinda a las manos de la hembra, justo cuando estas se encuentren en el aire, para luego cerrar el nudo y tumbar al animalito, en la suerte de manganas a pie.
Tomé esta fotografía en la malograda Villa Charra J. Refugio Esparza Reyes, en la competencia final de charro completo, que ganó Hermenegildo López Martín del Campo, de la asociación Alacranes de Durango, en el contexto del LX Congreso y Campeonato Nacional Charro Felipe González González, celebrado en 2004 en esta ciudad. Felicitaciones, ampliaciones para esta columna, sugerencias y hasta quejas, diríjalas a [email protected].