A la cabeza del éxodo del pueblo hebreo de Egipto si Moisés hubiera gritado “no hay más ruta que la nuestra”, dudo que alguien hubiera reparado en seguir el camino que se le señalaba mientras se abría el Mar Rojo, pero en este tiempo mexicano, mover a los seguidores señalándoles que hay un solo camino, es un equívoco.
La tesis de David Alfaro Siqueiros de No hay más ruta que la nuestra, entendida como proyecto político es un desatino, porque convierte de manera instantánea a los seguidores en huestes, la masa se transforma en ejército, dispuesto al sacrificio por una ilusión, ni siquiera una idea, por una creencia. Estas hordas no abonan al desarrollo democrático de un país, porque no participan del debate público, no atienden los argumentos de la opinión difundida en los diversos medios, no le interesa el movimiento, viven para seguir instrucciones.
Si bien esas huestes pueden ayudar a que un candidato gane un cargo, pues no les importa ser rebajadas a carne de elección y recibir toda clase de aliciente asistencialista, una vez que el aspirante asume el poder, le estorban, porque están acostumbradas a traducir en violencia cualquier instrucción.
Eso le está ocurriendo al presidente Andrés Manuel López Obrador, quien no ganó gracias a Morena sino que cargó con ese partido, sumado a los tetratransformistas, y así arrasó en las elecciones, ahora ya le estorba, tiene que dedicar tiempo valiosísimo para llamarlos a la calma, a la no violencia.
El peso de las huestes también le está doliendo a la oposición sin imaginación a la Cuarta Transformación, incapaces de una línea discursiva, quienes se oponen han respondido a la polarización propuesta desde el Poder Ejecutivo y creen que sólo con un discurso violento, con la arenga huerta, lograrán derrotar a López Obrador. Al no proponer ideas, al abandonar los argumentos, para dejarse ir en lemas, la oposición ha dejado paso a los provocadores profesionales, esos que logran conectar con la masa.
El presidente López Obrador no asistirá a la entrega de la medalla Belisario Domínguez, él sabrá las verdaderas razones por las que evita la convivencia entre poderes, el motivo público es que no iba a exponer la investidura presidencial a las agresiones prometidas por la senadora Lily Téllez. La presentadora de noticias que alguna vez elogió embelesada a Enrique Peña Nieto, la que llegó al Senado agarrada de Morena para después saltar a los brazos del panismo, la conductora que festeja el acercamiento de Acción Nacional con Vox, se ha vuelto, por su magnífica actuación del enojo de los conservadores, en la voz más notoria de la oposición, al grado que el presidente la responsabiliza de no acompañar a Ifigenia Martínez a la entrega del reconocimiento.
Lily Téllez no representa nada, es una actriz que sabe gritar en tribuna, una conservadora que encontró la fórmula para provocar a los de Morena, los lemas pegadores, actos vacíos pero que ganan la fotografía, cuando el presidente la señala como responsable de su rechazo a la invitación del Senado, lo único que logró fue otorgarle una legitimidad que por sus ideas no tiene, no sólo eso, además, la colocó como blanco posible y la dejó a merced de las huestes tetratransformistas.
Una figura sin argumento como Lily Téllez es efímera, se borra rápidamente de las tendencias, nada tiene que ofrecer al debate, lamentablemente, cuando es señalada por López Obrador, la elevó a categoría de presa para las huestes, ahora, el presidente ha tenido que llamarlos a la calma, advertirles que tengan cuidado con lastimar a alguien. Grave momento para la convivencia política, ya no se está discutiendo sobre el hacer sino sobre el hacer y se deja en manos de la masa el castigo.
Afortunadamente, ya se hizo un llamado a que las huestes no actúen con violencia, ojalá no sea demasiado tarde.
Coda. Reincido en un aforismo de Elias Canetti: “El que quiera pensar debe renunciar a buscar adeptos”.
@aldan