Convencida de su derecho a cuestionarlo todo porque se siente agraviada por la historia, una joven sentenció que para ella la historia era sólo posverdad, porque como ha sido escrita por los vencedores, resulta evidente que se ha excluido a un enorme sector de la sociedad, y está llena de mentiras. En ese mismo seminario, otro joven saltó cuando yo aseguré que no debería permitirse la violación de los derechos humanos sólo por no contrariar a los usos y costumbres, para defender a las comunidades en donde todavía se vende a niñas para matrimoniarse con adultos o se impide el voto a las mujeres, el otro joven, explicó que me faltaba contexto, considerar el sufrimiento de esas comunidades y que, además, esas violaciones ya se estaban castigando.
De acuerdo a Darío Villanueva, en su libro Morderse la lengua, el germen de la posverdad encuentra terreno fértil en la corrección política, es decir, entre los más jóvenes, entre quienes tienen todo el derecho a criticarlo todo, a demandar que se esclarezca todo, a dudar del relato hegemónico.
La posverdad fue incluida en el diccionario inglés de Oxford en 2016, ahí se indica que es un adjetivo que se refiere a circunstancias que denotan que los hechos objetivos influyen menos en la formación de la opinión pública que los llamamientos a la emoción y a las creencias personales.
Cuestionar los relatos hegemónicos ha sido de enorme utilidad para construir una historia más incluyente, al tomar en cuenta la multiplicidad de relatos se enriquece la historia, sin embargo, si como dice Zygmunt Bauman “nuestra modernidad líquida se nutre de una cultura del desapego, de la discontinuidad y del olvido”, a eso hay que sumar que la búsqueda de aceptación a la que condenan las redes sociales a los jóvenes ha exacerbado un sentimentalismo tóxico que se traduce en una empatía instantánea con las buenas causas, con las víctimas, ahora todos tenemos que ser buenos para ganarnos un like, lo que menos importa es lo que se cuestione sino en beneficio de quién.
Para los más jóvenes las respuestas ya no están en los hechos, no hay prueba que los conforte ante su necesidad de cuestionarlo todo, así que se aferran a la construcción de una verdad donde lo más importante es el sentimiento individual, ahora ya todo es relativo, en especial si se descubre que detrás del relato hegemónico está la mano de un poder fáctico, una fuerza invisible o un sistema opresor.
La posibilidad de construir una verdad se destruye por el relativismo sentimental, en redes, además se agrava por el narcisismo, todo lo que se nos ha contado puede ser puesto en duda, pero ese primer impulso que lleva a la investigación y al conocimiento, se desvía hacia la elaboración de un relato sentimental que hace todo a un lado para evidenciar que, más allá de lo que pase, se está del lado correcto de la historia.
Así, tenemos que “contextualizar” que gracias a los usos y costumbres se permita la violación a los derechos humanos, porque hay que estar del lado de las comunidades indígenas; o bien, descartar cualquier capítulo de la historia nacional, porque seguramente el relato fue compuesto por un hombre blanco que intencionadamente redactó la historia invisibilizando a las mujeres o a los homosexuales.
¿Cuál es la verdad que intentan construir los más jóvenes? Una que los muestre del lado correcto de la historia, que fiel a su sentir y no a la razón, no se fija en que cuestionar el relato hegemónico (deconstruirlo) no implica la destrucción del todo para quedarse solamente con la sensación, que si se trata de borrar las malas intenciones del vencedor que escribió la historia no se trata de anular el todo sino de agregar aquellos relatos que permitirían enriquecer nuestra visión, pero eso implica demasiado esfuerzo, va más allá de los caracteres de un tuit o lo que soportan sus lectores en otras redes.
Este nihilismo epistemológico narcisista está desmontando todo el relato y nos abandona a un presente constante, donde no importa de dónde venimos, tampoco a dónde vamos, lo único que interesa es cómo nos ven los otros, ahora.
Coda. Cita Darío Villanueva en su libro a Hannah Arendt: borrar la línea divisoria entre la verdad de hecho y la opinión “es una de las muchas formas que la mentira puede asumir”.
@aldan