“Es que es de otra generación” fue la excusa que algunos, esbozaron para justificar a un catedrático de nuestro orgullo académico la Universidad Autónoma de Aguascalientes, que en plena clase soltó un: “hay que aprender a cocinar para que no las (se refiere a las mujeres) apuñalen”. Vaya Usted querida lectora, querido lector por un “café del patrón” de Rosinal-Café (una sorprendente delicia), que se lo cuento.
Esta columna pretenden honrar la cocina, ese lugar mágico pleno de aromas a café de olla, a agua fresca de melón, a chocolate; lugar donde el mole burbujeante salpica las paredes al grado que por el número de salpicaduras se sabrá que tan rico quedó; lugar del mágico refri que proveé del bocadillo y la colación, de algo fresco para saciar la sed y de todo tipo de pecados antidieta. ¡La cocina! y quien cocina: la cocinera.
La cocinera o el cocinero tienen manos pródigas. Son los cocineros quienes seleccionan con ojo experto los ingredientes y los condimentos. Nada que no tenga el color y aroma adecuados será adquirido; es deseable comprar lo necesario en un mercado lleno de aromas, de ruido, de marchantitas y marchantitos, de vendedores que nos regalarán una historia local y un buen pilón para hacernos clientes.
Lavar, limpiar y desinfectar los ingredientes de los platillos lleva su tiempo y, en época de pandemia nos ocupa de manera particular. Luego vendrá pelar, picar, rebanar, sancochar o asar los que lo requieran. Ahora ¡Llega el momento de la alquimia! Se inicia el cocimiento o se precalienta el aceite, mantequilla o manteca; la cocina comienza a llenarse de calor, del sonido al primer hervor o el crepitar del sofrito. Los ingredientes van tomando su turno; primero lo que tardará en cocerse o lo que dará sabor al resto del platillo, luego lo más rápido de cocer y al final el sello de la casa: los condimentos que ni bajo tortura confesaremos y que muchas veces nos fueron transmitidos por otras generaciones de cocineros.
¡Cocinar es casi orgásmico! Una se llena de satisfacción cuando con una pequeña cuchara prueba el platillo recién preparado y, a veces de frustración cuando a la prueba resulta que no quedó como esperábamos. Cocinar es hacer química pura en ese lugar rebosante de cacerolas, coladeras, comales y ollas. Cocinar es definitivamente un placer. Por supuesto que también es una necesidad pues los integrantes de casa deben alimentarse, o bien es el producto para nuestro negocio.
Cocinar es una tarea doméstica por necesidad o por placer, y cualquiera de los integrantes de casa puede hacerlo. Encargarse de hacer comida o proveer los víveres no es propio de un género, aun cuando eso dictaba la tradición; es sexista pretender que es necesariamente la mujer la encargada de esas tareas. Por ello resulta inexplicable que un catedrático que imparte clase en esta época y no durante el oscurantismo, implique que las mujeres y sólo nosotras debemos aprender a cocinar.
Hoy por hoy las y los jóvenes suelen independizarse de casa y cocinan para sí mismos. Quienes pasan de casa originaria a vida en matrimonio no asumen roles pues, generalmente ambos miembros de la familia trabajan y cocinan a la par. Es en este tiempo en el que vive el catedrático en mención, por lo que no hay manera de que se excusen sus lamentables dichos.
Nunca creí que cocinar algo que amo se convirtiera en seguro de preservación de mi vida y mi integridad física; hasta el día de hoy cocinar para mí es una grata satisfacción y desde luego una tarea doméstica que comparto con mi pareja, de hecho es él un estupendo parrillero y prepara pastas sensacionales.
La política y la cocina son los elementos en los que bordea esta columna, de ellos la actividad política estuvo reservada durante muchos años a los varones: hoy no es así. La cocina estuvo durante muchos años reservada a las mujeres: hoy no es así.
La Universidad Autónoma de Aguascalientes hizo muy bien al separar de la cátedra provisionalmente al mentor en comento, mientras se investiga si la suya es una conducta habitual y se toman las previsiones legales al respecto. La Federación de estudiantes de la propia universidad hizo lo correcto al exigir la medida y acompañar a quienes presentaron la queja respectiva.
Hoy vivimos, afortunadamente en una nueva era. Una era en la que cocinar es un placer, no una obligación para nadie. Una era en que una mujer no debe cocinar como salvaguarda de su integridad personal y menos aún de su propia vida.
¡Nos vemos en la próxima!
CODA. Sobre el mismo tema, recomiendo la lectura de la columna editorial Bajo Presión de Edilberto Aldán, publicada en LJA.MX el pasado jueves 30 de septiembre del presente.