APRO/Judith Amador Tello y Armando Ponce
Con cariño por el padre, admiración por el intelectual fundador justo hace 100 años de la Secretaría de Educación Pública (SEP), y con ello del proyecto cultural más grande del siglo XX mexicano, sin olvidar al político que fue virando a la derecha hacia el final de su vida, Héctor Vasconcelos evalúa a José Vasconcelos y el contexto en el cual desarrolló sus proyectos: “Lo primero que me viene a la mente es cómo estaba México hace 100 años: el analfabetismo andaba por ahí de 70%, no llegaba a 30% el número de personas alfabetizadas. En ese contexto tan distinto, en el que no había sistemas de comunicación, ni radio ni televisión y mucho menos redes, fundar una Secretaría de Educación Pública fue indispensable para el país, y explica en cierto sentido todo el desarrollo subsecuente de México, porque la educación tiene que ver con todos y cada uno de los aspectos de la vida de la gente”.
Lo describe como un proyecto integral en el cual se incluía de manera fundamental la cultura, y particularmente las artes: música, danza, artes plásticas, la pintura con el movimiento muralista.
Sitúa en el contexto que, anteriormente, sólo existía la Real y Pontificia Universidad de México, fundada desde la colonia, y que junto con la de San Marcos en Lima, Perú, fueron las más antiguas del continente, pues la Universidad de Harvard se creó en 1636. Así que cuando en Estados Unidos no había una institución académica de excelencia ni pequeñas escuelas locales, México y Lima ya tenían universidades nacionales, sólo que la de México estaba ligada estrechamente a la Iglesia: “No correspondía a una concepción moderna de la educación y de lo que una universidad debe ser. Ante todo, debe ser universal… cuando una universidad, cualquiera, está ligada a cualquier credo religioso, político o ideológico en exclusiva, pierde todo su sentido. Uno va a la universidad para desarrollar una mentalidad con objetivos de universalidad, no de un sector o de una religión particular, y ni siquiera de una cultura única. Ahí siempre recuerdo que mi padre, al diseñar o rediseñar el edificio de la Secretaría de Educación inicial, mandó poner en las cuatro esquinas del patio principal los siguientes nombres, que dan cuenta de esa concepción universal de la educación y de la cultura: Nezahualcóyotl, Platón, Buda y Cristo, por cierto en igualdad de circunstancias que los demás, cosa que a mí me encanta subrayar… Estos cuatro nombres nos hablan ya de toda una concepción de la educación, que fue la original, la que se funda hace 100 años”.
Enfatiza que existía sólo un Departamento de Educación, y entonces surge la idea de una educación que abarcara y llegara a todos los rincones del país, y por lo tanto establecería un sistema educativo. Si la Pontificia era para las élites, la nueva secretaría era por definición de Educación Pública. Ya el Artículo 3º Constitucional habla de una educación pública, laica y gratuita: “Esto que constituye al México actual, hace 100 años era una novedad absoluta.”
Sin embargo, confiesa el ahora senador de la República, en entrevista por Zoom con Proceso, que en sus conversaciones cotidianas su padre no dimensionaba la importancia de haber fundado la SEP: “Curiosamente no consideraba su gestión como secretario de Educación como lo más importante que había realizado. Le llamaba mucho la atención que se recordara tanto ese periodo entre su rectoría de la Universidad Nacional y la creación de la Secretaría de Educación. Pensaba que lo importante eran sus libros de filosofía. Fíjense, él pensaba que iba a pasar a la historia por libros como La Estética, en fin. Y la posteridad ha decidido exactamente lo contrario: sus libros de filosofía no han tenido muchos discípulos. Como decía Octavio Paz, es el único intento que ha habido en América Latina de establecer una filosofía en todos los aspectos, porque había estética, ética, metafísica, pero no logró crear una escuela filosófica en ninguna parte. Paz decía que era un monumento aislado. Y mi padre creía que era lo más trascendente”.
También consideraba muy valiosa su obra literaria, “quizá no toda, pero hablaba de ‘mis mejores páginas’”. Sin embargo, reitera el también embajador que a 100 años de distancia “en lo único que hay homogeneidad de criterios en la opinión pública, en el medio intelectual, es en que su obra como rector de la universidad y como secretario de Educación fue probablemente lo más trascendente que hizo”.
Narra Héctor Vasconcelos que incluso 10 o 15 años después de haber dejado la institución, cuando reflexionaba sobre ella, el prominente educador de México y América Latina lamentaba que su obra hubiera sido momentánea, como un relámpago o un destello, pues había sido destruida por los sindicatos, la corrupción, etcétera.
Apoyo a la cultura
“El suyo fue un proyecto integral, ligado al muralismo, las tradiciones mexicanas, la música, la danza, el folclor -cuenta- “que había sido desdeñado por las clases educadas del porfirismo…”.
Hoy -continúa- “nos parece obvio, pero hasta 1910 la cultura mexicana tendía a ser europeizante y afrancesada”.
Para muchos críticos y especialistas en política cultural, incluso hasta ahora, ya entrado el siglo XXI, no ha habido un proyecto cultural y educativo que supere el modelo vasconcelista, refiere: “Sí, eso es una realidad, prácticamente todos en México coinciden en que el modelo establecido en 1921, 1922, 1923, rigió la cultura y la educación mexicanas por el resto del siglo XX. Es temprano para hablar del siglo XXI, necesitamos otros 100 años para que podamos juzgar los caminos que está tomando la educación en el presente”.
La idea de promover a los artistas, dice, tuvo su origen en aquel proyecto. Su padre comisionaba obras, como los propios murales, de música, a los poetas… La Suave Patria, de Ramón López Velarde, fue un encargo de José Vasconcelos, pidió sinfonías a Julián Carrillo. Lo hacía para que los artistas no tuvieran problemas económicos y se dedicaran a su obra artística. Privó la idea de que el Estado tenía la obligación de promover a la cultura y a los creadores, y esto se originó hace 100 años. Y lo considera vigente.
Sin embargo, en diciembre de 2015 se creó la Secretaría de Cultura, y con ello culminó un proceso de desvinculación entre la educación y la cultura iniciado en 1988 con la creación del extinto Conaculta. En opinión de Héctor Vasconcelos ha sido una cuestión meramente de organización relacionada con el tamaño del país, que a diferencia de hace 100 años ahora es inmenso: “Yo sí veo la necesidad de una Secretaría de Cultura, lo que no puede suceder es que las artes dejen de formar parte del currículum de las escuelas y de las universidades, debe haber enseñanza artística en el sistema escolar y tienen que dar materias como la filosofía, que se ha querido separar, cuando es lo más importante de la educación. Quien no aprende algo de filosofía no aprende a pensar o a desarrollar un pensamiento crítico, por eso debe ser parte del sistema educativo, no solamente de lo que se ocupa la Secretaría de Cultura.
Ustedes recordarán que en los programas de la Secretaría original había clases de danza, de música, luego todo el asunto de la promoción de la lectura con aquellas colecciones de los Clásicos, hoy nos parecen muy pocos libros, pero aquello estaba diseñado para el México de hace 100 años. La idea fue llevar estas expresiones culturales, a través de Las Misiones, a los más remotos rincones del país, a todos los estados y a todas las clases. Eso de veras hay que subrayarlo, porque veníamos de una situación donde la educación solamente alcanzaba a las élites, y ahí hubo un giro fundamental que implicaba a todo el mundo, hasta los analfabetas tienen derecho a disfrutar las artes, las ideas, y desde luego tienen derecho a salir del analfabetismo como primer paso”.
Licenciado en Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales por la Universidad de Harvard, Vasconcelos participó como pianista y como hijo del intelectual este miércoles 6 en la ceremonia del centenario del patio central de la SEP, a la que por cierto no acudió el presidente de la República. Expresa a Proceso su disentir respecto de que sea el más grande intelectual del siglo XX, pues le parece que en la segunda mitad del siglo la figura de Octavio Paz fue gigantesca, aunque “no hizo obra pública ni social, como escritor y como pensador me parece del más alto rango que México ha producido en cualquiera de sus siglos, y eso es mucho decir porque México tiene siglos, milenios de alta cultura”.