APRO/Beatriz Pereyra
Para llegar a la casa de la marchista Sofía Ramos hay que saber dónde está el cementerio de aviones del aeropuerto de la Ciudad de México. En los linderos de la alcaldía Gustavo A. Madero y el municipio de Nezahualcóyotl, por donde corren las vías del tren, se levantan 22 viviendas hechas de láminas y de madera forrada con plásticos para evitar que entre la lluvia.
A ese asentamiento irregular se le conoce como Localidad 17 de junio, fecha en la que un grupo de paracaidistas se asentó hace una década. Sus habitantes son recolectores y recicladores de basura. Las viviendas y todo lo que hay en su interior están hechos con el material que pepenan. Lo que algunas personas desechan, para ellos es un tesoro. No hay agua corriente ni pavimento, la luz llega gracias a unos “diablitos”.
En esta zona de la colonia Ciudad Lago ya todos saben que la vivienda 10 es la casa de la muchachita esa que salió en la tele porque ganó una medalla de oro en el Campeonato Mundial de Atletismo Sub-20 en Nairobi, Kenya. Entre cuchicheos, los vecinos cuentan que esa niña seria que siempre anda para todos lados con su mamá y su hermana es alguien importante. Ahora entienden por qué siempre usa ropa deportiva y a veces la han visto que camina chistoso.
Sofía Ramos Rodríguez ya está entre la élite de las marchistas juveniles mexicanas. A su reciente título mundial hay que sumarle la medalla de plata que obtuvo en los Juegos Olímpicos de la Juventud de Buenos Aires 2018. Se une a la lista de Yanelli Caballero (plata mundial en 2009), Valeria Ortuño (plata en los Juegos Olímpicos de la Juventud de Nanjing 2014 y bronce en la Copa Mundial de Marcha en Roma 2016) y Alegna González (oro en el Mundial Sub 20 de atletismo en 2018).
“Yo nunca me hubiera imaginado estar en un campeonato del mundo y menos ganarlo. Me siento orgullosa porque es parte de un trabajo mío, de mi familia, de mi entrenador; es un trabajo en conjunto que he hecho. Me gusta hacer deporte, me veía en unos Juegos Olímpicos cambiando mi destino, no me veía como una persona normal”, dice Sofía Ramos.
Las condiciones económicas de la familia Ramos no fueron un impedimento para que la señora Patricia Rodríguez supiera que era importante que sus dos hijas menores tenían que hacer deporte. Desde que Frida y Sofía estaban chiquitas, la mujer jalaba con sus chamacas a pie hasta el deportivo de la clínica 23 del IMSS que está en la calzada San Juan de Aragón y Eduardo Molina. La casualidad quiso que en el Bosque de Aragón vieran a un grupo de niños marchistas y Frida propuso entrenar con ellos.
Los inicios
Aunque a Sofía le gustaba más la gimnasia y los clavados, su mamá no podía partirse en dos. Al entrenador de marcha Adrián Camacho tampoco le gustaba que las niñas practicaran otro deporte, así que les recomendó quedarse sólo con él. A Sofía la fue llevando poco a poco. Como apenas tenía 10 años llevaba un entrenamiento ligero y después la mandaba a jugar. No es que a Sofía le gustara la marcha, pero era eso o no hacer nada.
El sacrificio se impuso en la vida de Sofía: ir a la escuela en las mañanas, correr a su casa para cambiarse de ropa, ir comiendo en el camino mientras andaban los 30 minutos que se hacen al Bosque de Aragón; entrenar, regresar a la casa y hacer la tarea. Ni que decir si el entrenamiento tocaba en Chapultepec o en otro lado, las niñas y su mamá eran como hormiguitas aceleradas que iban de un lado a otro.
“Como no teníamos dinero para que tuvieran ropa deportiva, me iba a los tianguis durante horas, a la ropa de paca. Cuando encontraba una ropa nueva o en buenas condiciones se las compraba. Esa era mi misión en las mañanas cuando se iban a la escuela, ir a los tianguis si juntaba algún dinerito. Les buscaba los tenis de marcha, que son más bajitos y planos. Comíamos lo que podíamos, no les podía dar una comida especial. Aprendí a llevarles una dieta informándome, pero era a como yo podía”.
El papá de Sofía Ramos vende fruta afuera de la estación del metro Morelos. Su mamá ha dedicado casi todo su tiempo a acompañarla a entrenar, pero se puso a trabajar cuando vio que la carrera deportiva de su hija le exigía dinero en la bolsa. Se le ocurrió preparar comida y vendérsela a los policías que cuidaban un predio que el aeropuerto reclama como suyo y de donde hace 10 años desalojaron por la fuerza a todos los habitantes de la Localidad 17 de junio.
Sofía tampoco se ha atenido a estirar la mano. Desde chiquitita salía a vender dulces. Preparaba paletas de hielo de sabores y ahí andaba la niña con su chorecito morado y una sonrisota ofreciendo golosinas o chacharitas en los tianguis. Ya más grande, aprendió a hornear pasteles y también vendía hamburguesas y papas a la francesa. De donde sea había que juntar dinero porque ser marchista cuesta.
Las primeras competencias de Sofía Ramos le inyectaron la marcha en las venas. Le gustaba la adrenalina de competir, descubrió que era buena para esta disciplina y ya no quiso soltarla, sobre todo cuando la detectaron en la Olimpiada Nacional y la invitaron a entrenar en el Centro Nacional de Desarrollo de Talentos Deportivos y Alto Rendimiento (CNAR), a donde ingresó con 14 años.
Se unió al equipo del profesor Pedro Aroche, exentrenador del medallista olímpico Noé Hernández, quien tenía como regla comenzar a trabajar a las 05:30 de la mañana. Su hermana Frida también fue invitada. Para llegar puntual desde ciudad Lago hasta el CNAR, las niñas tenían que salir de su casa a las cuatro.
Caminaban en medio de la oscuridad, entre la basura y los desechos, llenándose los tenis de tierra hasta llegar a la parada del camión que las llevaba al deportivo Oceanía. A esas horas ya todo era rápido porque al 20 para las cinco pasaba el otro camión que las dejaba en el Palacio de los Deportes. Ahí les esperaba otra caminata sobre la calle de Añil hasta la puerta del CNAR.
Duras pruebas
Así fue la vida de Sofía durante un año y medio hasta que en el CNAR la aceptaron como interna. Podía vivir y estudiar ahí y los fines de semana salir para estar con su familia. Con ella el objetivo fue claro: tenía la edad ideal para prepararse rumbo a los Juegos Olímpicos de la Juventud de 2018.
Pedro Aroche dejó un día tirada a Sofía y a otra niña en el Desierto de los Leones. Como no completaron el entrenamiento a Aroche se le hizo fácil castigarlas dejándolas a su suerte a ver cómo regresaban al CNAR. Sofía le habló llorando a su mamá y al final pidieron un aventón para volver a la instalación deportiva.
La señora Patricia trinaba de coraje y decidió que no volvería a entrenar con él. La Comisión Nacional de Cultura Física y Deporte le pidió al entrenador Ignacio Zamudio que entrara al quite y aceptara a Sofía en su grupo de niños. Así fue como a principios de 2018 Sofía Ramos se integró al equipo donde Alegna González y Valeria Ortuño destacaban entre los demás.
Cuando Zamudio la recibió descubrió sus carencias. Si bien era una niña con fortaleza física que se recuperaba fácilmente de los entrenamientos, había mucho por mejorar. Los Juegos Olímpicos de la Juventud fueron la primera competencia internacional de Ramos. Su medalla de plata fue un resultado sorpresivo y sobresaliente.
“Esperaba que peleara por una medalla, pero me gustó más la marca que hizo. De caminar en 23.40 minutos los cinco kilómetros bajó a 22.20. Se convirtió en la segunda mejor marca del mundo. Reveló el potencial que tenía a futuro”, asegura Zamudio.
En los Juegos Olímpicos de la Juventud la prueba de los 10 mil metros tuvo lugar en la pista de atletismo del Parque Polideportivo Roca de Buenos Aires. Se llevaron a cabo dos competencias de cinco mil metros cada una y los tiempos se sumaron para obtener a las ganadoras.
Hasta Sudamérica viajó Patricia Rodríguez para acompañar a su hija. No podía dejarla sola, así que pidió un crédito, dinero a sus hijos mayores y trabajó como cocinera en fondas de comida corrida.
“Mi hija era una equis. En la primera competencia empezó muy atrás, yo estaba que no me aguantaba, nerviosisima. Pasa la china y Sofía llegó unos cinco o seis segundos atrás. Nadie se lo esperaba. Descalificaron a la checa y ya mi hija se fue sola. En la siguiente competencia fue tercera. Como hizo buen tiempo ya sumado quedó en segundo lugar, pero cuando acomodaron la lista yo no veía su nombre y decía qué pasó. Tenía hasta la boca seca. Corrí (hacia la meta) porque cuando ella terminara yo tenía que estar esperándola en la salida porque le gustaba mucho que yo fuera la primera que la abrazara. Y no me la dejaban pasar porque tenía que ir al doping. Les dijo: ‘déjenme ir a abrazar a mi mamá’. Lloré y ella reía. Yo soy diabética, creo que hasta el azúcar se me fue”.
–¿Esa medalla no era un resultado que usted esperaba?
–Yo soñé a lo grande. Sabía que entrenaba y que era muy buena, pero no sabía si lo iba a lograr. Me fui con ella porque acostumbraba andar a todos lados conmigo. Junté y junté mi dinerito para apoyarla. Nos habían pedido dinero para sacar su visa a Estados Unidos y no teníamos, entonces boteamos; mi esposo boteó con sus amigos en el tianguis y logramos conseguir el dinero, pero la verdad es que la que se ha fletado con ella soy yo.