A todos ha hecho desaparecer este hombre de menguada presencia, pequeño delgado, de cara pálida y biliosa, de obtusa frente y de ojos pequeños… Robespierre lo es todo: Pontifex maximus, dictador y triunfador.
En Fouché, Retrato de un político. Zweig, S.
Siguiendo una relectura de la novela de Zweig, es imposible no reconocer algunas similitudes entre los protagonistas de la historia de una Revolución y el esbozo del intento de una ¿transformación? (Una disculpa por la larga cita del escritor austriaco).
El presidente de México llegó al poder hace tres años y de pronto, como repetición histórica del Robespierre revolucionario, sucede que “empujado por el ímpetu de su propia obra, se había transformado el demagogo (…) en hombre de Estado. (…) En medio de ambiciosos y alborotadores, siente la salvación de la República como el problema de su vida impuesto por la Providencia. Como sagrada misión para la humanidad, siente la necesidad de realizar su concepción de la República, de la revolución, de la moral y hasta de la divinidad. Esta rigidez (…) constituye al mismo tiempo la belleza y la debilidad de su carácter, pues embriagado de su propia incorruptibilidad, apasionado de su dureza dogmática, considera toda opinión opuesta a la suya, no sólo como algo diferente, sino como una traición. Y con el puño frío de un inquisidor, empuja como a un hereje a todo el que piensa de otra manera a la hoguera…”[i]
En días pasados el régimen encabezado por el presidente López, tomó la determinación de seguir desmantelando todas aquellas estructuras que, a su entender, son “reminiscencias” del período “neoliberal”, y que sólo causó daño al país de una manera perversa y sistemática. Una herencia de ello es la ley y sus procedimientos para hacer efectiva y segura la convivencia social en nuestro país. Piensa López Obrador y su Fiscal que eso de que toda persona es inocente a menos de que se pruebe lo contrario es sólo un invento neoliberal que pretende garantizar no un derecho humano, sino únicamente la impunidad de los corruptos. Así, a través de la fiscalía general del gobierno, que no de la República, como atinadamente lo señala Salvador Camarena en su columna Amloloya: la politización de la justicia, se promueve una acción penal en contra de 31 investigadores y exfuncionarios del Conacyt integrantes del Foro Consultivo Científico y Tecnológico A.C. (Foro A.C.). El inquisidor del país ya juzgó, y soltó a su policía mayor tras los integrantes señalados en su denuncia; sin embargo, ya dos jueces negaron la liberación de la orden de detención de los científicos acusados por no encontrar delitos que lo ameriten.
El titular del Poder Ejecutivo, el presidente que tiene las bancadas legislativas mayoritarias y más dóciles en el Congreso de la Unión se la pasa implicando que son los señalados –en éste y en cada caso emprendido por su policía favorito– quienes deben defender su inocencia, y no la fiscalía la que debe construir un expediente no sólo consistente con la ley, sino proporcional a lo que supuestamente se investiga.
Y sólo para rematar en el marco de este asunto, el pasado viernes 24 en la mañanera, el presidente tuvo a bien ventilar el contenido de un tuit aparecido en las redes sociales, y fiel a su estilo, refiere a su autor como cercano a los 31 científicos señalados sin aportar prueba alguna. Ese tuit se refiere a la esposa del presidente de manera por demás grosera y vulgar, pero ¿repetir la ofensa a nivel nacional? ¿qué necesidad? Las señales son graves y significativas.
En esta misma tónica de la conducta política de AMLO, pareciera que la desesperada búsqueda de liderazgo y protagonismo en el subcontinente latinoamericano desestima lo que Estados Unidos puede hacer con respecto al futuro inmediato de la relación con México. Recordemos que el vecino del norte representa para el país el 80 por ciento de la actividad económica nacional, sin olvidar los 40 mil millones de dólares que envían los migrantes mexicanos cada año, o los millones de dosis de las vacunas que nos envía regularmente. En su soberbia el presidente mexicano, hace apenas una semana, recibe a personajes en Palacio Nacional, que en el radar norteamericano representan a dictadores (al cubano Miguel Diáz-Canel) o a francos delincuentes (Nicolás Maduro, presidente venezolano por el que ha ofrecido una recompensa de 15 mdd) y maltrata diplomáticamente a su embajador.
Desde agosto, se le extendió la invitación al presidente Joe Biden para asistir a los 200 años de la consumación de la Independencia de México; Biden se excusó, pero informó que vendría el secretario de Estado Anthony Blinken, pero el 14 de septiembre pasado, con la información confirmada de los invitados a los festejos del día 16, también canceló su visita al país. Es de suponer que el desaire de EUA no se quedará en el evento de mañana.
Gobernar México no resulta bien con meros desplantes volitivos del ánimo presidencial. Hacer efectiva su propuesta de nación transformada, no se alcanzará imponiendo sólo su personal concepción de país, ni ignorando la realidad histórica, política y social que atravesamos los mexicanos todos, y el entorno internacional en el que nos encontramos insertos. No es posible, según el estilo de nuestro Robespierre macuspano, sólo descalificar al que piensa diferente, anulándolo o eliminándolo, usando de manera facciosa a las instituciones y los recursos del Estado. Pensar una cosa y hacer otra, como sí nadie se diera cuenta de ello. Demandar, por un lado, la suspensión del embargo norteamericano a Cuba, exigir el respeto a la autodeterminación de los pueblos o el efectivo cumplimiento de los derechos humanos; y, por otro lado, destinar miles de guardias nacionales a detener, incluso con violencia, a los miles de migrantes centroamericanos que deben atravesar el país para llegar a los Estados Unidos.
Al Robespierre francés lo alcanzó la historia y le aplicó su propia justicia el 9 de termidor, acusado de “tiranía”.
[i] Sweig, Stefan. Fouché. Retrato de un político. Ed. Gernika, México, 2005, págs. 67 y 68