Nacionalinchamiento/ La chispa ignorante  - LJA Aguascalientes
13/04/2025

Varias imágenes en internet: uniformes en bolsas. La descripción: Selección femenil de softball tiró a la basura sus uniformes. Los comentarios: Malagradecidas, tenían que ser chicanas, tuvieron el privilegio de ir y así lo pagan. Las disculpas: No debimos hacerlo, sin embargo, no nos cabía en la maleta. El linchamiento: córranlas, que no vuelvan a jugar.

Así uno de los más recientes episodios nacionales que nos demuestra lo gastado e inútil que es esa cosa llamada nacionalismo.

Nadie se puso a pensar en las circunstancias de las chicas. Nadie pudo ver lo que había detrás de sus palabras de disculpa porque lo primero es el uniforme, la bandera, la representación. Nadie de la horda despreciativa se sentó a pensar en cuántos uniformes tenía cada una de las participantes, del espacio que ocuparan en su maleta, ni mucho menos en si ellas lo querían. Nadie pensó en cuánto peso podían llevar en sus maletas ni cuántas maletas les estaba permitido llevar.

Ir a las Olimpiadas no es un privilegio de nadie ni obligación, ellas se ganaron su lugar, por mucho que la gente brame lo contrario. Hasta donde sé, en ningún lugar dice que deben cargar con todos los uniformes que se les den. Tampoco obligan a no llevar más que lo indispensable. Leí en un comentario que mejor debieron tirar otras cosas, no su uniforme, porque eso deja mal a México. ¿Y? Lo que les pedían era que tiraran cosas que las jugadoras, en su vida privada, consideraban necesarias y útiles. ¿Para qué quieren algo que jamás volverán a usar en su vida y que, a lo mucho, podrían vender a algún coleccionista, si es que existiera uno? ¿Cuántas personas tiran a la basura ropa que ya no usan? ¿Por qué habría de ser diferente con los uniformes de las chicas de softball si el cargaban con el uniforme con el que jugaron los partidos, el que les importaba? Yo habría hecho lo mismo que ellas.

En otros casos olímpicos vi acusaciones de personas que tildaban de traidores a los mexicanos de nacimiento, pero compitiendo por otros países donde se naturalizaron. ¿Por qué traidores? ¿porque en los otros países sí encontraron el apoyo necesario para el deporte que practican?, ¿porque aquí se encontraban los mayores exponentes de alguna disciplina, como lo es el taekwondo?, ¿porque aquí en el mismo deporte hay mafias que bloquean a ciertos deportistas porque no se prestan a prácticas de corrupción? Las situaciones son más complejas que una simple cuestión territorial o sanguínea. No, no se les puede reprochar eso, ni los medios remarcar las notas sobre ellos como si buscaran o criticar al gobierno al decirle “mira lo que dejaste ir por no apoyarlo” (cosa que a menos que tengan pruebas, sería mentira) o para que la gente mire cómo hay mexicanos traidores, mexicanos que no fueron lo suficientemente patriotas como para sufrir todo en el país, para desgarrarse la vida buscando una oportunidad que sabían de antemano que no conseguirían. Yo también sería un traidor.

Todo esto se magnifica si lo vemos en el contexto de las Olimpiadas y lo que estas significan. En teoría, las competencias buscan la hermandad, la sana competencia, el desarrollo humano a través del deporte. La realidad es otra. Las personas parecen afilar sus lenguas y dedos en cualquier competencia, listos para criticar el error hecho, la medalla perdida. Listos para arrancarse en agresiones sinsentido que minarán la salud mental de los deportistas y la motivación de las mismas autoridades para apoyar a ciertos deportistas o disciplinas (recordemos que el deporte también es política, y si a la gente no le gusta y lo ataca, es probable que vean reducido su financiamiento por parte del Estado, lo cual sería caer en un círculo vicioso que hundiría más al deporte de alto rendimiento en México).

No hay ningún tipo de hermandad ni de apoyo sano en el deporte. O matas a tu contrincante o mueres en el nacionalinchamiento mediático porque la Nación así lo demanda.

El problema de raíz es la educación nacionalista que hemos heredado. La historia, en minúscula, que aprendemos en la educación básica apela a una consciencia de principios del siglo XX en la que México, como lo conocemos actualmente, comenzaba a formarse y debía de mantener esa unidad. Una historia para pertenecer, para compartir y decir: esto soy yo.

Y ese relato es el que nos daña.


México, su concepto de nación, no está en sus fronteras, sino en las personas. Hay personas que sólo nacieron en el país, pero que jamás se han desarrollado en él, ya sea académicamente, laboralmente, o simplemente en su vida privada, para ellos la geografía de México es sus playas y sus sitios turísticos, o la familia lejana que ven dos veces en la vida, y sin embargo se dicen mexicanos. Y lo son. También están los que emigraron por necesidad, en busca de nuevas oportunidades y que no pierden lo mexicano. Y no hay que olvidar los que llegan al país y se naturalizan mexicanos. Como bien decía Chavela Vargas: Los mexicanos nacemos donde nos da la rechingada gana. Y sí. Lo triste es que las formas de formar comunidad en el país que nos enseñan no cuentan esto. O eres mexicano de nacimiento, sangre y frontera o eres un tipo de mestizaje exótico, pero no un mexicano.

No importa que se sepan todas las estrofas del Himno Nacional, que conozcan cuántas hojas tiene la rama de laurel del escudo o el número de plumas del águila que se come la serpiente o que puedan decir los significados de los colores de la bandera mexicana. Eso es mera burocracia, un trámite como ir a sacar una tarjeta de elector. Para el nacionalismo, lo mexicano se mama en México cuando eres un bebé, se asienta cuando te atiborras de chile y salsas picosas, y se sufre con la gastritis como los machos.

La noción de nacionalismo ramplón y ridículo es la que nos lleva como trogloditas a buscar sangre en las jugadoras de softball, a buscar culpables en los deportistas cuando no ganan, a pesar de “estar viviendo de mis impuestos”, porque a los deportistas les pagan por competir. Ganar es una posibilidad, no una obligación.

 

Debemos desechar el nacionalismo del s. XX y empezar a construir uno nuevo. Uno que acepte la derrota, que no idolatre símbolos caducos de una unidad que ya no existe (al menos no en la forma en la que fue concebida), que incluya a todos los que se llamen mexicanos por nacimiento, frontera, sangre, adopción o en el extranjero. Un nacionalismo libre de culpables, de linchamientos por uniformes. Un nacionalismo cuya raíz sea la libertad. No un Himno caduco, una bandera cuyos colores son sólo colores o un escudo cuya simbología no podemos descifrar. Un nacionalismo que pugne por la coexistencia y la migración y los derechos humanos. Eso es lo que necesitamos. Las Olimpiadas simplemente vienen a recalcárnoslo.


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