En la Saga de la Fundación, serie de libros escritos por Isaac Asimov, el creador de la psicohistoria, Hari Seldon, para evitar siglos de barbarie, indica que se deben establecer dos Fundaciones “en extremos opuestos de la galaxia”, la primera de ellas tenía a su cargo recopilar y resguardar todo el conocimiento humano en la Enciclopedia Galáctica; escondida durante mucho tiempo, la segunda Fundación se ubica en el centro, para Asimov la galaxia no es un círculo sino una espiral así que desde el borde al otro extremo, esa Fundación se ubica en el centro, “abajo”, por así decirlo.
Ante la responsabilidad de explicar la idea de infinito a mi hijo, recurro a las novelas de Asimov para darle un indicio de que el universo no necesariamente debe responder a lo que conocemos o reconocen nuestros sentidos, después de dibujar la espiral y ubicar las dos Fundaciones, sobre la lemniscata (las curvas en forma de ocho) intento explicarle la Ley de Lavoisier: la materia ni se crea, ni se destruye, sólo se transforma, muevo el dedo sobre el símbolo para indicarle que no necesariamente hay un principio y fin, que los ciclos no necesariamente se cumplen de acuerdo a los parámetros que nosotros le aplicamos a la naturaleza, que incluso nosotros, somos algo más que nacer, crecer, desarrollarse y morir; que podemos pensarnos de otra manera. Seguramente lo aburro, pero yo me quedo con la satisfacción íntima de haber hecho algo para que en el futuro mi hijo pueda cuestionarse todo, rebelarse.
A mi hijo le cuento con emoción la trama de las fundaciones de Asimov, sobre Hari Seldon, el Mulo y cómo una serie de novelas me ayudaron a pensar “fuera de la caja”, porque el mundo en que le toca vivir obliga a esa actitud, a cuestionarlo todo para avanzar, para innovar, para saber y creer, creer en el conocimiento científico y no en las patrañas que están de moda para exhibirse como un rebelde.
Lo de hoy es rebelarse ante la mentira oficial, oponerse, aunque no con la referencia de Isaac Asimov, sino con la establecida por la película Matrix, donde la tragar la píldora azul permite olvidar y quedarse en la realidad virtual y la píldora roja revela la terrible realidad en la que se vive, como le dice Morpheus a Neo: “Si tomas la pastilla azul la historia termina. Despertarás en tu cama y creerás lo que quieras creer. Si tomas la pastilla roja estarás en el País de las Maravillas y te enseñaré cómo de profunda es la madriguera del conejo. Recuerda que todo lo que te estoy ofreciendo es la verdad. Nada más”.
Ante el mundo que le toca vivir a mi hijo, prefiero que tenga como referencia a Isaac Asimov antes que a las hermanas Wachowski, oponerse por oponerse, rebelarse a la verdad oficial alegando que vivimos engañados por los poderes fácticos, creer que pensar fuera de la caja es rechazar el pensamiento científico y apostar a la desobediencia de los terraplanistas o el desacato de los antivacunas, lo que está de moda, divulgar información sin verificar, creer fervientemente que negar la evidencia lo hará popular, es algo que no le deseo a nadie, mucho menos a alguien que amo.
La necedad de los antivacunas, los mensajes con que bombardean en redes y chats con su rebeldía, esa búsqueda desmedida de aceptación, me preocupa, me ocupa un mundo donde las Patricias Navidad del mundo tomen el control de lo que debemos pensar. Menos Matrix y más Asimov.
Coda. “La suma del saber humano está por encima de cualquier hombre; de cualquier número de hombres. Con la destrucción de nuestra estructura social, la ciencia se romperá en millones de trozos. Los individuos no conocerán más que facetas sumamente diminutas de lo que hay que saber. Serán inútiles e ineficaces por sí mismos. La ciencia, al no tener sentido, no se transmitirá. Estará perdida a través de generaciones. Pero, si ahora preparamos un sumario gigantesco de todos los conocimientos, nunca se perderán. Las generaciones futuras se basarán en ellos, y no tendrán que volver a descubrirlo por sí mismas.”, Fundación, Isaac Asimov.
@aldan